26. Por primera vez desde que me alcanza la memoria, me siento en paz. No contento. Ni triste. Ni angustiado. Ni voy caliente. Simplemente las partes superiores de mi cerebro están cerrando la persiana. La corteza cerebral. El cerebelo. Ahí está mi problema. Me estoy simplificando a mí mismo.
27. Todas las adicciones, le contó, no eran más que formas de tratar un mismo problema. Las drogas, el exceso de comida, el alcohol o el sexo, todo era una simple forma de encontrar la paz. De escapar de lo que conocemos. De nuestra educación. Eran nuestro mordisco a la manzana.
28. Podemos pasarnos la vida dejando que el mundo nos diga quiénes somos. Si estamos locos o cuerdos. Si somos santos o adictos al sexo. Héroes o víctimas. Dejando que la historia nos diga si somos buenos o malos. Dejando que nuestro pasado decida nuestro futuro. O podemos decidir por nosotros mismos. Y tal vez nuestro trabajo sea inventar algo mejor.
29. Lo irreal es más poderoso que lo real. Porque nada es tan perfecto como uno lo imagina. Porque solamente duran las ideas intangibles, los conceptos, las creencias y las fantasías. La piedra se resquebraja. La madera se pudre. La gente, en fin, se muere. Pero las cosas tan frágiles como un pensamiento, un sueño, una leyenda, pueden continuar para siempre.
30. Admiro a los adictos. En un mundo en el que todo el mundo espera un desastre ciego y arbitrario o una enfermedad repentina, el adicto tiene la tranquilidad de saber con toda probabilidad lo que le espera al final del camino. Ha asumido cierto control sobre su destino final y su adicción evita que la causa de su muerte sea una sorpresa total. En cierta forma, elimina la incertidumbre de la muerte. Uno puede en efecto planificar su propia despedida.