01. El caballo pasea con arrogancia dentro de la pista, como una hermosa en el salón del baile. Sabe que es bello y sabe que le miran. Y el caballo puede matar a su jinete en el steeplechase, como la dama, por casta y angelical que os parezca, puede también poner en vuestra mano el vibrante florete del duelista o el revólver del suicida. Todo amor da la muerte.
02. Eran las cuatro y media de la madrugada. Las estrellas cuchichearon entre sí, detrás de los abanicos, y algo como un enorme chorro de champagne, arrojado por una fuente azul, se dibujó en Oriente. Era el cometa. La luna, esa gran bandeja de plata en donde pone el sol monedas de oro, se escondía, desvelada y pálida, en el Oeste. Los luceros y yo teníamos frío.
03. Los caballos cruzaban como exhalaciones por la árida pista, tendiendo al aire sus crines erizadas. ¡Los caballos! Ella también había conocido ese placer, mitad espiritual y mitad físico, que se experimenta al atravesar a galope una avenida enarenada. La sangre corre más aprisa y el aire azota como si estuviera enojado. El cuerpo siente la juventud y el alma cree que ha recobrado sus alas.
04. Tus ojos - ¡Oh, mujer! - ocultan el amor al propio tiempo que la muerte, porque son negros como la noche y en la noche reinan las pálidas estrellas y los perversos malhechores. Tus pupilas despiden luces frías, como flechas de acero. Nadie ha podido sorprender los escondidos pensamientos que guarda tu frente impenetrable. Eres el arca santa o la terrible caja de Pandora, el cóndor o el gusano, la cumbre en que se está próximo al cielo o la barranca cuyo duro suelo caldean las llamas del infierno. Me han dicho que no debo quererte, y por eso te amo.