Frases de Emilia Pardo Bazán - Página 2

01. Un sacerdote puede hacer todas las cosas malas del mundo. Si tuviésemos privilegio para no pecar, estábamos bien; nos habíamos salvado en el momento mismo de la ordenación, que no era floja ganga. Cabalmente, la ordenación nos impone deberes más estrechos que a los demás cristianos, y es doblemente difícil que uno de nosotros sea bueno. Y para serlo del modo que requeriría el camino de perfección en que debemos entrar al ordenarnos de sacerdotes, se necesita, aparte de nuestros esfuerzos, que la gracia de Dios nos ayude. Ahí es nada.

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02. La armonía y la moderación son siempre hermosas, y Rogelio, sin definir esta belleza que le rodeaba, la sentía y se envolvía en ella como el pájaro en el plumón de su nido. Y mientras en la chimenea chisporroteaba la leña ardiendo, y de la cocina venía amortiguado el repique del almirez, y discutían los viejos, y la madre activaba las agujas de su medida, el muchacho, sumido en vaga contemplación, fantaseaba como sería aquel país bonito, aquella Galicia verde, llena de agua, de flores y de muchachas mimosas.

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03. Las nubes, amontonadas y de un gris amoratado, como de tinta desleída, fueron juntándose, juntándose, sin duda a cónclave, en las alturas del cielo, deliberando si se desharían o no se desharían en chubasco. Resueltas finalmente a lo primero, empezaron por soltar goterones anchos, gruesos, legítima lluvia de estío, que doblaba las puntas de las yerbas y resonaba estrepitosamente en los zarzales; luego se apresuraron a porfía, multiplicaron sus esfuerzos, se derritieron en rápidos y oblicuos hilos de agua, empapando la tierra, inundando los matorrales, sumergiendo la vegetación menuda, colándose como podían al través de la copa de los árboles para escurrir después tronco abajo, a manera de raudales de lágrimas por un semblante rugoso y moreno. Bajo un árbol se refugió la pareja. Era el árbol protector magnífico castaño, de majestuosa y vasta copa, abierta con pompa casi arquitectural sobre el ancha y firme columna del tronco, que parecía lanzarse arrogantemente hacia las desatadas nubes: árbol patriarcal, de esos que ven con indiferencia desdeñosa sucederse generaciones de chinches, pulgones, hormigas y larvas, y les dan cuna y sepulcro en los senos de su rajada corteza.

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04. Iban orillando un sembrado de trigo, que en aquel país abundan menos y se siegan más tarde que los de centeno. Si a la luz del sol un trigal es cosa linda por su frescura de égloga, por los tonos pastoriles de sus espigas, amapolas, cardos y acianos, de noche gana en aromas lo que pierde en colores, y parece perfumado colchón tendido bajo un dosel de seda bordado de astros. Convida a tomar asiento el florido ribazo alfombrado de manzanillas, cuya vaga blancura se destaca sobre la franja de yerba; y allá detrás se oye el susurro casi imperceptible de los tallos que van y vienen como las ondas de una laguna.

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05. Uno de los deleites más sibaríticos para el feroz egoísmo humano, es ver -desde una pradería fresca, toda empapada en agua, toda salpicada de amarillos ranúnculos y delicadas gramíneas, a la sombra de un grupo de álamos y un seto de mimbrales, regalado el oído con el suave murmurio del cañaveral, el argentino cántico del riachuelo y las piadas ternezas que se cruzan entre jilgueros, pardales y mirlos- cómo vence la cuesta de la carretera próxima, a paso de tortuga, el armatoste de la diligencia. Hace el pensamiento un paralelo (fuente de epicúreos goces, sazonados por el espectáculo del martirio ajeno), entre aquella fastidiosa angostura y esta dulce libertad, aquellos malos olores y estas auras embalsamadas, aquel ambiente irrespirable y esta atmósfera clara y vibrante de átomos de sol, aquel impertinente contacto forzoso y esta soledad amable y reparadora, aquel desapacible estrépito de ruedas y cristales y estos gorjeos de aves y manso ruido de viento, y por último, aquel riesgo próximo y esta seguridad deliciosa en el seno de una naturaleza amiga, risueña y penetrada de bondad.

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06. La dictadura es como una aria y nunca llega a ser ópera.

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07. La educación física hace que la mujer aumente su estatura y vigor y enriquezca su sangre.

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08. Si el heroísmo es cuestión de temperatura moral, Amparo, que se hallaba a cien grados, tal vez se dejara fusilar por la causa sin decir esta boca es mía; y quién sabe si andando los tiempos no figuraría su retrato al lado del de Mariana Pineda en los cuadros que representan a los mártires de la libertad... Feliz o desgraciadamente, lo que ustedes quieran, que por eso no reñiremos, los tiempos eran más cómicos que trágicos, y los loables esfuerzos de Amparo no le obtuvieron otra corona de martirio sino el que en la Fábrica se prohibiese la lectura de diarios, manifiestos, proclamas y hojas sueltas, y que a ella y a otras cuantas que pronunciaron vivas subversivos y cantaron canciones alusivas a la Unión del Norte las suspendieran, como suele decirse, de empleo y sueldo.

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09. El día en que "unos señores" dijeron a Amparo que era bonita, tuvo la andariega chiquilla conciencia de su sexo: hasta entonces había sido un muchacho con sayas. Ni nadie la consideraba de otro modo: si algún granuja de la calle le recordó que formaba parte de la mitad más bella del género humano, hízolo medio a cachetes, y ella rechazó a puñadas, cuando no a coces y mordiscos, el bárbaro requiebro. Cosas todas que no le quitaban el sueño ni el apetito.

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10. Comenzaba a amanecer, pero las primeras y vagas luces del alba a duras penas lograban colarse por las tortuosas curvas de la calle de los Gastros, cuando el señor Rosendo, el barquillero que disfrutaba de más parroquia y popularidad en Marineda, se asomó, abriendo a bostezos, a la puerta de su mezquino cuarto bajo.

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11. ¿Los padres acarician a sus hijos...? No recuerdo que me haya besado el rey de Dacia. Mi madre, sí: he calentado mil veces la cara en su pecho; he conciliado el sueño en su regazo; sus brazos me acogieron amorosamente. Si tengo alguna educación es porque mi madre me buscó profesores; si no estragué en el vicio mis veinte años, es porque mi madre supo preservarme con su cariño. En mis enfermedades ella me asistía; en mis soledades ella me consolaba... No mi familia es mi madre. Hasta las comodidades materiales que me rodean, las debo al trabajo de mi madre.

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12. Las circunstancias han hecho de mí un hijo de mi siglo. No sé cómo pensaría si me hubiesen criado y educado desde niño para reinar; es posible que se hubiese formado en mí una segunda naturaleza y que esa naturaleza me impulsase a ocupar mi sitio y entrar en mi papel sin esfuerzo. Pero he vivido ajeno a esperanzas ambiciosas y he abrazado las doctrinas de una filosofía egoísta... O llámenle ustedes como quieran. Libre, he aprendido a conocer el precio de la libertad; apartado de la política, he presentido sus amarguras.

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Benito Pérez Galdós Concepción Arenal Juan Valera Leopoldo Alas Rosalía de Castro

Emilia Pardo Bazán

Emilia Pardo Bazán
  • 16 de septiembre de 1851
  • La Coruña, España
  • 12 de mayo de 1921
  • Madrid, España

Escritora, novelista, dramaturga, poetisa, crítica literaria y periodista española, considerada la mejor novelista española del siglo XIX y una de las escritoras más destacadas de la literatura española, autora de "Un viaje de novios" (1881), "La madre naturaleza" (1887), "La sirena negra" (1908), "La literatura francesa moderna" (1910) y "Los pazos de Ulloa" (1886).

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