01. Cuida de lo tuyo en vez de pensar en los demás, porque las cosas ligeras, si se descuidan pueden traer malas consecuencias.
02. Y precisamente entonces le hizo usted un ademan con una mano, poniéndose la otra sobre el pecho, como diciéndole: "Confíe en mí".
03. Eso es valor, Enrique, el valor del corazón que no razona ni vacila, y va derecho con los ojos cerrados a donde oye el grito de quien se muere.
04. No olvides este momento- añadió mi padre-, porque de los millares de manos que estreches en tu vida, tal vez no haya ni diez que valgan como la suya.
05. Entonces aquel rudo militar, que nunca había dicho una palabra suave a un subordinado suyo, le respondió con una voz dulce y cariñosa: yo no soy más que un simple capitán, tú, en cambio, eres un héroe.
06. - ¿Qué dice usted? - se apresuró a decir Derossi-. Para mí Garrone será siempre Garrone; Precossi, siempre Precossi, y los demás lo mismo, aunque llegase a emperador de Rusia. Donde estén ellos iré yo.
07. Tras veintinueve años de reinado que él había ilustrado y dignificado con su valor, con su lealtad, con su sangre fría en los peligros, con la prudencia en los triunfos y la constancia en la adversidad.
08. Proponte cada día ser mejor y más amable que el día anterior. Di todas las mañanas: hoy quiero hacer algo que pueda alabarme la conciencia y contente a mi padre, algo que aumente el aprecio de tal o cual compañero, el afecto del maestro, de mi hermano o de otros.
09. ¿Querrías -me dijo- aceptar estos dulces del payasito? Yo le indiqué que sí y tomé tres o cuatro. Entonces -añadió- acepta también un beso. -Dame dos- respondí, y le ofrecí la cara. Él se limpió con la manga la cara enharinada, me rodeó el cuello con un brazo y me dio dos besos en las mejillas.
10. Recuérdalo, Enrique: cuando encuentres a un anciano, a una mujer con su criatura en brazos, a uno que anda con muletas, a un hombre con su carga a cuestas, a una familia vestida de luto, cédeles el paso con respeto; debemos tener atenciones especiales con la vejez, la miseria, el amor maternal, la enfermedad, la fatiga y la muerte.
11. ¡Oh!, amigo, ¡escúchame! La muerte no existe, no es nada. Ni si quiera se puede comprender. La vida es la vida, y sigue la ley de la vida: el progreso. Tenías ayer una madre en la tierra; hoy tienes un ángel en otra parte. Todo lo que es bueno sobrevive, con mayor potencia, a la vida terrena. Por consiguiente, también el amor de tu madre.
12. Los pobres aprecian la limosna de los niños porque no los humilla y porque los chicos, teniendo necesidad de todos, se parecen a ellos; por eso siempre suele haber pobres alrededor de las escuelas. La limosna de un hombre es un acto de caridad, pero la de los niños es a la vez caridad y una caricia ¿Me entiendes? Es como si de una mano cayeran juntas una mano y una flor.