01. La casa, dios mío, rodeada de petreles sobre el acantilado y los vapores del océano, de portones batidos por el viento y cortinas en pedazos, con el anuncio hotel central en semicírculo en la fachada y los tres de la policía secreta, siempre de negro, con el brazo en alto al modo nazi, que bebían, en la salita de estar, la malta de la mañana.
02. A pesar del verdugón en el cuello y de los hombros crispados, pensé se ha dormido, ha fingido que se ahorcaba para intentar engañarme, y entonces me acerqué a él, le puse el pulgar en la frente y estaba fría y con manchas color de vino en la raíz del pelo, y las botas en el extremo de las piernas, margarida, se me figuraron vacías como los zapatos de los mendigos.
03. Cuando voy a una fiesta, al pasar una hora me quiero ir, me parece estar perdiendo el tiempo, pienso que estaría mejor en casa viendo un buen partido de fútbol o un buen combate de boxeo...Las cosas sociales me aburren. Coincido con escritores que hablan mal de otros escritores; suelen ser autores menores, claro, porque los escritores realmente buenos no son envidiosos.
04. El dedo se le deslizó en el gatillo, y el cuarto se estremeció con el estampido, una de las vidrieras desapareció, las persianas de madera se astillaron, y cuando el olor a pólvora disminuyó el comerciante pidió con una sonrisa disculpad, sacó del bolsillo un cartucho y lo introdujo en el arma, y mi tía si no suelta la escopeta es capaz de matarnos, padre, y él tengo que estar preparado por si vienen ladrones.
05. Hay una maquinaria invisible detrás de cada página, una maquinaria que el lector no ve, y no debe verla, porque si la ve, el libro ya no es bueno. Y esa maquinaria sólo funciona gracias a una cosa: trabajo. El trabajo es el que te permite hacer creíble el relato, vertebrarlo, enlazar sus elementos, organizar la obra, porque si sólo hablamos de emociones en estado bruto, ¡Vaya caos! ¿El duende? Bah, sólo creo en el trabajo.
06. Hacía ya varios meses que no me sentía bien, pero al principio no se me pasó por la cabeza que pudiese tener un cáncer. Comenzó con una especie de tristeza, de laxitud, una angustia difusa que me impedía dormir, moviéndome en la cama hasta que la madrugada agrisaba las cortinas, los contornos se distinguían en la penumbra y los cristales del reloj y de las fotografías en la mesa de noche se volvían duros como una mirada que nos desprecia.