01. Sólo quería informarle -dijo- que la confianza con que me honran los compañeros no me permite jugar con nada que no sea dinero en efectivo. Por mi parte, claro está, estoy seguro de que con su palabra basta, pero, para el buen orden del juego y de las cuentas, le ruego que coloque la suma sobre la carta.
02. (...) Aprovechaba el momento de emoción y descuido del alma cándida, conquistaba con inteligencia y pasión, sabía esperar una caricia involuntaria, suplicar o exigir una confesión, captar el primer latido del corazón, perseguir el amor, lograr de repente una entrevista secreta y después dar a solas lecciones en silencio.
03. Sentía que se había producido en mi un gran cambio: mi emoción era mucho menos triste que el abatimiento en que estaba sumido hacía mucho tiempo. La tristeza de la separación se mezclaba con vagas pero dulces esperanzas, con la espera impaciente del peligro y con el sentimiento de una noble ambición. La noche se me hizo corta.
04. Pero a vosotras, coquetas de profesión, yo os quiero aunque esto sea un pecado. Las sonrisas, las caricias, las prodigáis a todos, en todos fijáis amables miradas, y a quien no crea las palabras le aseguráis un beso; quien os quiere es libre y triunfa. Antes también yo me ponía contento con una mirada de vuestros ojos; ahora os respeto.
05. - ¡El as ha ganado! -dijo Guermann y descubrió su carta. -Han matado a su dama-dijo cariñoso Chekalinski. Guermann se estremeció: en efecto, en lugar de un as tenía ante sí una dama de picas. No daba crédito a sus ojos, no comprendía cómo había podido confundirse. En aquel instante le pareció que la dama de picas le guiñó un ojo y le sonrió burlona. La inusitada semejanza lo fulminó...- ¡La vieja! -gritó lleno de horror.
06. Pero he aquí que ya están cerca del término de su ruta. Ya divisan las viejas cúpulas de Moscú la blanca, cuyas cruces de oro echan destellos de fuego. ¡Ay, amigos! ¡Qué contento me puse cuando de repente aparecieron a mi vista las iglesias, los campanarios, los jardines y la hilera de palacios! ¡Cuántas veces pensé en ti, Moscú, en la amarga separación de mi destino errante! Moscú, ¡Cuánto encierra el sonido de estas sílabas para un corazón ruso, y cómo responde el ímpetu del alma!
07. Era un hombre de fuertes pasiones y con una desbocada imaginación, pero su entereza lo había salvado de los acostumbrados extravíos de la juventud. Así, por ejemplo siendo en el fondo de su alma un jugador, nunca había tocado unas cartas, pues estimaba que su fortuna no le permitía (como solía decir) sacrificar lo imprescindible con la esperanza de salir sobrado, y, entretanto, se pasaba noches enteras en torno a las mesas de juego y seguía con frenesí febril cada una de las evoluciones de la partida.
08. Antaño la tortura estaba tan arraigada en la práctica judicial, que la ley benefactora que la abolía quedó durante mucho tiempo sin ninguna aplicación. Pensaban que la confesión de la culpabilidad del delincuente era indispensable para su desenmascaramiento total, una idea no sólo infundada, sino completamente contraria al sentido común jurídico; porque, si la negación de culpabilidad del acusado no se admite como prueba de su inocencia, menos aún puede servir la confesión como prueba de su culpabilidad.