45. (...) De nada servirían todos mis esfuerzos. Los "veteranos", formados durante años por Eicke, Koch y Loritz, habían asimilado sus métodos de tal manera, que ni con la mejor voluntad del mundo habrían podido renunciar a los procedimientos a los que se habían habituado en los otros campos de concentración. En cuanto a los novatos, aprendían muy rápidamente con los veteranos, aunque el aprendizaje no fuera de los mejores. (...) Así fue como todo el engranaje de la organización interna del campo se volvió defectuoso. Desde el comienzo, los hombres fueron formados de acuerdo con principios cuya nefasta influencia se manifestaría luego de manera estrepitosa. Quizás habría sido posible manejarlos si mis dos colaboradores inmediatos, el Schutzhaflagerführer y el Rapportführer, se hubieran sometido a mi voluntad, dejándose impregnar de mis ideas. Pero ni podían ni lo deseaban por su estrechez de miras, su obstinación, su crueldad y, ante todo, por su deseo de ahorrarse inútiles complicaciones; todo ello constituía un obstáculo infranqueable. Los individuos elegidos como hombres de confianza eran exactamente de la calaña que más convenía a sus propósitos. En todo campo de concentración, el Schutzhaflagerführer es el verdadero amo. Puede que el comandante deje su impronta sobre la organización teórica de la vida de los presos; él da las órdenes y, en definitiva, es el responsable de todo. Pero el poder efectivo pertenece al Schutzhaflagerführer, o incluso al Rapportführer, siempre y cuando éste sea más voluntarioso e inteligente que su inmediato superior. Por más que el comandante imparta las órdenes destinadas a organizar la vida de los reclusos, la manera en que se ejecutan sus órdenes depende de esos otros dos hombres; en este sentido, el comandante está enteramente a merced de su buena voluntad y comprensión. Y, si no confía en ellos o los considera incompetentes, sólo puede asegurarse de que sus órdenes son ejecutadas poniéndolas él mismo en práctica.