12. (...) Para combatir la campaña de la prensa extranjera, yo no esperaba nada de las sanciones colectivas dictadas por Eicke. Aquella campaña continuaría, aunque se hubiese fusilado por ello a centenares o millares de judíos. No obstante, yo pensaba entonces que era justo castigar a los judíos que teníamos en nuestro poder, puesto que los hombres de su raza se dedicaban a difundir rumores acerca de los "horrores" de los que eran víctimas.
13. Cada vez que me llamaban para certificar un suicidio o un accidente de trabajo, cada vez que veía fusilar a un fugitivo, verdadero o presunto, cada vez que tenía que asistir a los apaleamientos o castigos infligidos por orden de Loritz, exhibía un rostro glacial aunque por dentro experimentara una gran turbación. Mi máscara impasible les hacía creer que no hacía falta incitarme a la severidad, como a otros SS a quienes encontraban demasiado "blandos".
14. Invitados por Himmler, numerosos miembros superiores del partido y oficiales de las SS venían a Auschwitz para asistir al exterminio de los judíos. Todos se sentían profundamente impresionados. Algunos de ellos, que antes habían defendido con fervor el exterminio, se espantaron y se encerraron en el más absoluto silencio tras asistir a esa "solución final del problema judío". Siempre me preguntaban cómo hacíamos, mis hombres y yo, para soportar tanto tiempo ese espectáculo.
15. Antes de la guerra, los campos de concentración sólo habían servido para consolidar la seguridad del Estado. Sin embargo, desde el principio de las hostilidades, el Reichsführer les asignó un papel totalmente distinto: eran el medio para obtener la mano de obra necesaria. Cada preso debía servir a las necesidades de la guerra y transformarse, en la medida de lo posible, en obrero del armamento, de la misma manera que cada comandante debía explotar su campo con ese único fin.
16. La Dirección General de Seguridad abogaba por el exterminio total de los judíos. Para ella, la creación de cada nuevo campo de trabajo, la asignación de cada nuevo millar de judíos a las necesidades de la industria, implicaban el peligro de una nueva liberación y brindaban a los judíos la esperanza de salvar su vida gracias a algún azar feliz. Ninguna oficina estaba tan interesada como ésta, que era portavoz de la Dirección General de Seguridad, en el aumento de la mortandad entre los judíos.
17. Por voluntad del Reichsführer de las SS, Auschwitz se convirtió en la mayor instalación de exterminio de seres humanos de todos los tiempos. Que fuera necesario o no ese exterminio en masa de los judíos, a mí no me correspondía ponerlo en tela de juicio, quedaba fuera de mis atribuciones. Si el mismísimo Führer había ordenado la solución final del problema judío, no correspondía a un nacionalsocialista de toda la vida como yo, y mucho menos a un Führer de las SS, ponerlo en duda.
18. Fue entonces cuando me transfirieron a Sachsenhausen. Allí me familiaricé con las actividades y métodos de la inspección de los campos. Aprendí a conocer más de cerca la personalidad de Eicke y la influencia que ejercía sobre el campo y las tropas. También entré en contacto con la Gestapo. (...) La guerra acababa de estallar, y ese hecho marcaba una fatídica fecha en la evolución de los campos de concentración. Nadie podía prever entonces a qué siniestros designios iban a servir más tarde, durante el desarrollo de las hostilidades.
19. He evocado en muchas ocasiones la insana evacuación de un campo de concentración. Jamás olvidaré los espectáculos que presencié cuando fue aplicada la orden de evacuación. (...) Los convoyes que llegaban a la estación de Gros-Rosen eran alejados de inmediato. Pero no había alimentos para todos: ya no quedaba nada. En los camiones descubiertos, los soldados de las SS descansaban tranquilamente, echados entre los cuerpos de los reclusos. Los supervivientes se sentaban encima de los cadáveres y masticaban un mendrugo de pan. Era un espectáculo horrible, que habría podido evitarse.
20. En tales circunstancias, sólo me quedaba enterrar los escrúpulos de mi corazón. Y, debo confesar que, después de una conversación con Eichmann, esos escrúpulos, al fin y al cabo tan humanos, adoptaban en mi interior el aspecto de una traición al Führer. No tenía manera de escapar a ese problema; debía proseguir mi tarea, asistir al exterminio y la matanza, reprimir mis sentimientos y mostrar una indiferencia glacial. Sin embargo, no lograba apartar de mi mente ni esos detalles insignificantes que otros habrían olvidado. En Auschwitz, no había tiempo para aburrirse.
21. Pero la situación de las mujeres era mucho más penosa, mucho más insoportable, porque las condiciones generales de vida en el campo de mujeres eran infinitamente peores en lo que concierne al hacinamiento y las instalaciones sanitarias. (...) El hacinamiento general de la masa era, bajo todos los aspectos, más notorio que entre los hombres. Cuando las mujeres alcanzaban cierto nivel de deterioro, se abandonaban del todo. Como fantasmas, desprovistas de toda voluntad, vagaban entre las barracas o se dejaban llevar por otras. Hasta que un buen día morían. Esos cadáveres ambulantes ofrecían un aspecto terrorífico.
22. Muchos reclusos polacos trataron de terminar con la obsesión por evadirse. No era ésta una empresa demasiado difícil en Auschwitz, donde las posibilidades eran innumerables. Nada más sencillo que distraer la atención de los guardianes y crear las otras condiciones previas. Todo dependía del valor, la audacia y un mínimo de suerte. Cuando se juega todo a una carta, ya se sabe que la vida está en juego. A esos proyectos de evasión se oponía, sin embargo, el temor de las represalias, del arresto de los miembros de la familia, de la matanza de una decena �o un número mayor- de infortunados compañeros.