
45 frases de Yo, comandante de Auschwitz (Kommandant in Auschwitz) de Rudolf Hoess... Relato en primera persona de lo que fue Auschwitz, el mayor matadero mecanizado para el exterminio en Polonia, hecho por su comandante. Una imagen vívida e inolvidable del evento más horrible y definitorio del siglo XX.
Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Rudolf Hoess son: autobiografía, segunda guerra mundial, auschwitz, campos de concentración, totalitarismo, alemania nazi, crímenes de guerra, nazismo, cámara de gas, fascismo, culpabilidad, exterminio, sonderkommando, zyklon b, ss, gestapo, solución final.
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Frases de Yo, comandante de Auschwitz Rudolf Hoess
01. La actitud de la Oficina de Asuntos Judíos, representada por Eichmann y Günther, era perfectamente clara: todos los judíos debían ser exterminados, tal como Himmler había ordenado en el verano de 1941.
02. Se mataba a los prisioneros con gas en las celdas del bloque 11. Yo asistí a la escena, protegido con una máscara antigás. El hacinamiento en las celdas era tal que las víctimas morían apenas entraba el Zyklon B. Un breve grito, casi ahogado, y todo había terminado.
03. Durante la primavera de 1942, centenares de seres humanos encontraron la muerte en las cámaras de gas. La mayoría de ellos no sospechaba nada. Su salud era perfecta; los árboles frutales que rodeaban la casa estaban en flor. Ese cuadro en que la vida se codeaba con la muerte ha quedado en mi memoria.
04. Cuando se fusilaba a un fugitivo, el campo entero debía desfilar ante su cadáver para que le sirviera de ejemplo. Este espectáculo hacía dudar a muchos de los que pensaban fugarse; otros, por el contrario, no se dejaban impresionar, pues sabían que el noventa por ciento de las evasiones tenía éxito.
05. Estaba prohibido expresar sentimientos contrarios. Yo no ignoraba la miseria de los detenidos, pero debía mostrarme cada vez más duro, más glacial, más despiadado. Quizá supiera demasiadas cosas, pero no debía dejarme impresionar ni detener por quienes sucumbían en el camino. El objetivo final seguía siendo el mismo: ganar la guerra.
06. El trabajo representa para los reclusos no sólo un castigo eficaz, en el mejor sentido de la palabra porque les permite disciplinarse y luchar contra la nefasta influencia de la prisión, sino además un excelente medio educativo para quienes carecen de firmeza y energía: realizar un esfuerzo constante los aleja de una vida dedicada al crimen.
07. Ahora me doy cuenta de que toda esa encarnizamiento mío en el trabajo, todos mis esfuerzos para espolear el celo de los demás, no podían contribuir en nada a la victoria alemana. Pero, en esa época, estaba firmemente convencido de que acabaríamos ganando la guerra y no quería permitirme el menor traspié ni el menor desfallecimiento.
08. (...) Pohl, por el contrario, seguía órdenes del Reichführer para alimentar la industria del armamento con el mayor número posible de reclusos. Por lo tanto, asignaba la mayor importancia al aumento de reclusos a su disposición, aunque se tratase de judíos aptos para el trabajo escogidos en los convoyes enviados al exterminio. Concedía gran importancia, aunque en vano, a la conservación de esa mano de obra
09. (...) Debido al ambiente de desconfianza general que reinaba en Auschwitz, yo mismo me acabé transformado en otro hombre. (...) Me volví desconfiado; en todas partes veía el deseo de abusar de mí y sospechaba lo peor. (...) Rehuía todo contacto con los camaradas. (...) Hasta quienes apenas me conocían se compadecían de mí. Pero yo ya no quería cambiar: mi desilusión me había convertido en un ser insociable.
10. Según la idea de Himmler, los campos de concentración tenían que servir a las necesidades del armamento. Todo lo demás debía quedar subordinado a ese fin, sin consideración alguna. En este sentido, nada era tan significativo como su indiferencia ante las condiciones realmente infrahumanas en que vivían los internados. El armamento progresaba, eso era lo esencial; y se abandonaba a todo el que fuera incapaz de participar en ese progreso.
11. (...) Por mi parte, siempre respondía que debía callar todas mis emociones, pues me hallaba ante el terrible dilema de ejecutar, sin miramientos, las órdenes del Führer. Y todos esos señores me decían que no querrían hacerse cargo de semejante tarea. Ni siquiera los más "duros", como Mildner y Eichmann, experimentaban el menor deseo de cambiar su puesto por el mío. Nadie me envidiaba por la tarea que me habían encomendado.