Frases de Memorias de un nómada

Memorias de un nómada

4 frases de Memorias de un nómada (Whitout stopping) de Paul Bowles... Libro de Paul Bowles.

Frases de Paul Bowles

Frases de Memorias de un nómada Paul Bowles

01. Estábamos a sólo día y medio en tren de la frontera de Guatemala y pensamos que antes de volver al norte debíamos conocer el interior. La proximidad resultó ilusoria, pues cuando llegamos a Suchiate, en la frontera, las autoridades guatemaltecas me impidieron la entrada por haber escrito la palabra ninguna junto a "religión" en el impreso de solicitud. Como les parecía sospechoso, me dijeron que tenía que presentar avales de seis hombres de negocios de Tapachula. Volvimos a aquel pueblo desolado en el que sólo habíamos estado una noche, los tres de pésimo humor, y pasamos dos días intentando en vano conseguir aunque sólo fuera uno de los avales exigidos; fue imposible (puesto que allí los pilares de la sociedad eran casi todos alemanes y no tenían la menor intención de ayudarnos ni de ser amables). Consultamos en la sede local de los sindicatos mexicanos. Al tercer día, mandaron un hombre que nos acompañó hasta Suchiate, donde esperamos y nos presentaron fuera de las horas de oficina a un funcionario que no sólo cumplimentó una nueva solicitud para mí sino que consiguió que las autoridades guatemaltecas la sellaran y nos proporcionó una embarcación en la que cruzamos el río Suchiate hasta Ayutla, del lado guatemalteco. Así que tuvimos una rápida visión de tres semanas de aquella pequeña república ornamental antes de regresar a Ciudad de México.


02. Así que nos inscribimos como Paul y Jane Bowles. Luego nos mandaron a la Escuela Obrera a una clase aburridísima de marxismo-leninismo. -No me entero de nada- se quejó Jane cuando estudiábamos el libro de texto. Yo sí, pero era todavía peor. Procuramos compensar nuestra falta de devoción al marxismo-leninismo, yendo a ver todas las películas rusas que estrenaban en Nueva York.


03. En Guatemala viajamos en coche por las montañas hasta Alta Verapaz, esa extraña región de exuberantes paisajes que recuerdan las inverosímiles fotos de algunos calendarios de cocina. Luego bajamos en coche y en un pequeño ferrocarril absurdo que nos llevó traqueteante por la selva hasta un barco fluvial en el que fuimos, entre las legamosas orillas llenas de cocodrilos, hasta el lago de Izabal y, por último, río abajo hasta el golfo de Honduras. Fuimos a Quiriguá a examinar las estelas; los mosquitos eran espantosos. Oliver compró muchas figuras precolombinas. Pero cuando llegamos al aeropuerto para regresar a La Habana, se las quitaron todas.


04. (...) Luego volamos a El Salvador, que por aquel entonces era una pequeña y deliciosa Suiza tropical, al menos para los turistas. Aterrizar en el aeropuerto de llopango era como aterrizar en el borde de un cántaro. Los restos de los aviones que no lo habían conseguido cubrían los grandes árboles...

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