20. La cocinera daba a entender, a través de su apariencia, que de muy buena gana hubiera asado vivo en su horno al señor Inspector, y las restantes, que habrían sido capaces de comérselo una vez efectuada la operación.
21. Cuando yo sentía necesidad de dirigirme escaleras arriba, he aquí que mi esposa descendía por ellas, o bien, cuando ella sentía necesidad de bajar, he aquí que yo ascendía. En eso consiste la vida matrimonial, según mi experiencia.
22. Debo hacer constar que soy lo que generalmente se llama un buen cristiano, siempre que no se le exija demasiado a mi cristianismo. Esto me asemeja, sin duda -lo cual es un gran consuelo-, a la mayor parte de ustedes, en tal sentido.
23. Has probado esa vida y ya estás cansada de ella. Rodéate de cosas más nobles que las mezquinas cosas de este mundo. Un corazón que te ame y te venere, un hogar cuyas pacíficas reclamaciones y dichosos deberes te vayan ganando dulcemente día a día...
24. Le diré adiós a este mundo que me ha mezquinado la felicidad que a otros les da. Le diré adiós a una vida que sólo una pizca de bondad de parte de usted podría convertir alguna vez en una cosa agradable, de nuevo, para mí. No me condene, señor, por este final.
25. Que nadie se ría de la única anécdota que he narrado aquí. En buena hora podrán ustedes reírse de cuanta cosa haya escrito yo en estas páginas. Pero no cuando se trata de Robinsón Crusoe, por Dios, porque es éste un asunto serio para mí..., y les ruego que lo tomen ustedes de la misma manera, por lo tanto.
26. A aquellos que me dirigieron la palabra les dije que era un indostánico budista de una provincia lejana, en marcha hacia el santuario. Innecesario es que le diga que mi ropa estaba en un todo de acuerdo con mis palabras. Si a ello agrego el dato de que conozco la lengua de esas gentes tan bien como la propia y que soy lo suficientemente delgado y moreno como para hacer difícil la tarea de que se reconozca en mí a un europeo.
27. -Mr. Jennings, ¿Conoce usted, por casualidad, al Robinsón Crusoe? Le respondí que lo había leído de niño. - ¿Nunca más desde entonces? -inquirió Betteredge. -Nunca más. Dio unos pasos hacia atrás y me miró con una expresión de compasiva curiosidad, atemperada por un horror supersticioso. -No ha leído al Robinsón Crusoe desde que era un niño -dijo Betteredge dirigiéndose a sí mismo..., no a mí-. ¡Veamos qué efecto le produce ahora Robinsón Crusoe! Abriendo una alacena que se hallaba en un rincón extrajo de ella un volumen polvoriento cuyas páginas estaban dobladas en las esquinas y el cual exhaló un intenso olor de tabaco viejo en cuanto se puso él a hojearlo. Luego de haber dado con el pasaje a cuya búsqueda se había, al parecer, lanzado, me rogó que lo acompañara hasta uno de los rincones; siempre con su aire misteriosamente confidencial y hablando en un cuchicheo.
28. -Dame fuego, Betteredge. ¿Se concibe que haya un hombre que después de haber fumado durante tantos años como yo lo he hecho, sea incapaz de descubrir todo un sistema para el tratamiento que debe dispensarse a las mujeres, en el fondo de su cigarrera? Sígueme con atención y te probaré la cosa en dos palabras. Tú escoges, por ejemplo, un cigarro; lo pruebas y te desagrada. ¿Qué haces, entonces? Lo tiras y ensayas otro. Ahora bien, observa ahora la aplicación del sistema. Tú escoges una mujer, la pruebas y ésta destroza tu corazón. ¡Tonto! , aprende de tu cigarrera. ¡Arrójala de tu lado y ensaya otra! Yo sacudí la cabeza negativamente. Maravillosamente ingenioso, me atrevo a decir, pero mi experiencia personal se hallaba totalmente en pugna con ese procedimiento. -En tiempos de la difunta Mrs. Betteredge -le dije- me sentí inclinado innumerables veces a poner en práctica su filosofía, Mr. Franklin. Pero la ley insiste en que debe uno seguir fumando su cigarro, luego de haber escogido.