33. Si tuviera que poner un rostro a la generosidad, sería el de un africano. Si tuviera que añadir un destello a la fraternidad, pondría la risa de un africano.
34. Se preocupa usted por nada. Todo ocurre en su cabeza. Tiene que mantener la moral. Ha demostrado tener valor y lucidez. No hay motivo para desanimarse y, créame, la vida se merece ser vivida hasta el final, con sus alegrías y sus sinsabores.
35. Cuando me llevo la mano al pecho, sólo percibo la hoguera de mi ira. Soy incapaz de conmoverme porque nadie se ha apiadado jamás de mí. No soy más que el soporte de mi fusil, y ni siquiera sé cuál de los dos manda.
36. La vida es una sucesión de ambigüedades y bravatas. Aprendemos de ella a diario pero hay que borrar de inmediato la pizarra para seguir ejercitándose. Lo cierto es que no hay verdad irrefutable, sino certidumbres. Cuando una resulta infundada, nos enrocamos en otra y en ella nos mantenemos contra viento y marea. La supervivencia es un naufragio cuya salvación depende más de la tozudez que de la providencia.
37. Yo no he elegido la violencia. Fue ella la que me alistó. Con mi consentimiento o sin él, eso ya no importa. Cada cual se las compone con lo que le ha tocado en suerte. No tengo nada contra nadie en particular. Por consiguiente, no veo motivos para no tratar a todos por igual. Me da igual que sean blancos o negros, inocentes o culpables, víctimas o verdugos. No se me da bien lo de separar el grano de la paja. Además, ¿Qué es grano y qué es paja? Lo que es bueno para unos es malo para otros. Depende de dónde se encuentre cada cual. ¿De qué sirve arrepentirse cuando el daño está hecho? Puede que de pequeño tuviera un corazón, pero desde entonces lo tengo calcificado.