Frases de La casa de las bellas durmientes

La casa de las bellas durmientes

23 frases de La casa de las bellas durmientes (Nemureru bijo) de Yasunari Kawabata... Historia de Eguchi, un solitario anciano a quien un amigo le ha recomendado visitar una misteriosa posada atendida por una mujer madura. En ella, los hombres mayores pagan para dormir junto a hermosas jóvenes narcotizadas.

Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Yasunari Kawabata son: sexualidad, prostitución, abuso sexual, pederasta, sensualidad, erotismo, paso del tiempo, uso de drogas, miedo a envejecer.

Frases de Yasunari Kawabata

Frases de La casa de las bellas durmientes Yasunari Kawabata

01. (... ) ¿Sería que una muchacha profundamente dormida, que no dijera nada ni oyera nada, lo oía todo y lo decía todo a un anciano que, para una mujer, había dejado de ser hombre?


02. Un extraño pensamiento lo asaltó: ¿Por qué, entre todos los animales, en el largo curso del mundo, sólo los pechos de la hembra humana habían llegado a ser hermosos? ¿No era para gloria de la raza humana que los pechos femeninos hubiesen adquirido semejante belleza?


03. Casarse, criar a sus hijas, todas esas cosas, en la superficie, eran buenas; pero haberlas tenido durante largos años en su poder, haber controlado sus vidas, haber deformado sus naturalezas, todas esas cosas podían ser malas. Tal vez, engañado por la costumbre y el orden, nuestro sentido del mal se atrofiaba.


04. - ¿Acaso los otros llegan aquí medio paralizados? ¿Tiene que conducirlos y sostenerlos? -No debe hacer preguntas sobre los demás. -Pero el invierno ha de ser peligroso para ellos. ¿Qué haría usted si uno sufriera un ataque cardíaco? -Eso significaría el fin -dijo ella con frialdad-. Para el caballero podría significar el paraíso, naturalmente. -Usted no saldría indemne. -No.


05. Y en esta muchacha no había afirmación ni negativa, no había ninguna respuesta. Lo único que la distinguía de un cadáver era que respiraba y que tenía la sangre caliente. De hecho, cuando se despertara a la mañana siguiente, ¿Acaso sería muy distinta de un cadáver con los ojos abiertos? Ahora no había en la muchacha amor, vergüenza ni miedo. Cuando se despertara, podría haber amargura y remordimiento. No sabría quién la había poseído.


06. Le gustaría verla antes de que se durmiera, podría haber dicho. Pero por alguna razón las palabras se le ahogaron en la garganta. Habría desafiado la regla secreta de la casa. Precisamente por ser una regla tan extraña, tenía que ser cumplida del modo más estricto. Una vez transgredida, la casa no sería más que un burdel ordinario. Las tristes peticiones de los ancianos, la atracción, todo desaparecería.


07. "Estas muchachas han sido narcotizadas. Es como si las hubieran paralizado. Les han dado un veneno o una droga muy fuerte". ¿Y por qué? ¿Por qué, sino por dinero? No obstante, se sorprendió dudando. Cada mujer era diferente de todas las demás. Lo sabía; y, sin embargo, ¿Tan diferente era la muchacha que tenía delante que estaba dispuesto a infligirle una herida que no se curaría, una pena que duraría toda su existencia?


08. Detrás de los ojos cerrados surgió y desapareció una interminable sucesión de fantasmas. Al cabo de un rato empezaron a adquirir cierta forma. Una serie de flechas doradas voló muy cerca y se alejó. Había en sus puntas jacintos de un profundo violeta. En los extremos había orquídeas de diversos colores. Era extraño que las flores no se cayeran a semejante velocidad... Había empezado a adormecerse.


09. (...) Junto a su almohada había de nuevo dos píldoras blancas. Las cogió para contemplarlas. No tenía marcas ni letras que indicasen de qué droga se trataba. Era sin duda una droga diferente a la que había tomado la muchacha. Pensó en pedir la misma droga en su próxima visita. No era probable que accedieran a su petición, pero, ¿Cómo sería un sueño parecido al de la muerte? Le atraía mucha la idea de dormir un sueño semejante a la muerte junto a la muchacha drogada hasta parecer muerta.


10. (...) Y ahora sabía que los ancianos que venían aquí llegaban con una felicidad más melancólica, un anhelo más fuerte y una tristeza mucho más profunda de lo que había imaginado. Aunque la suya era una especie de aventura fácil para ancianos, un modo simple de rejuvenecimiento, en su esencia ocultaba algo que no volvería pese a todas las nostalgias, que no se curaría por muy grandes que fuesen los esfuerzos. El hecho de que la hechicera "experimentada" de esta noche fuera todavía virgen no era tanto la señal del respeto de los ancianos hacia sus promesas sino la triste señal de su decadencia. La pureza de la muchacha era como la fealdad de los ancianos.


11. -Leche. Huele a leche. Huele como un niño de pecho. -Cuando empezaba a doblar el abrigo que él se había quitado, la mujer le dirigió una mirada feroz, con las facciones tensas-. Es de tu niña. La cogiste en brazos al salir de casa, ¿Verdad? ¿Verdad que sí? ¡La odio! ¡La odio! Con un temblor violento en la voz, la mujer se levantó y tiró el abrigo al suelo. -La odio. ¿A quién se le ocurre venir aquí después de tener a un bebé en los brazos? Su voz era dura, pero la mirada de sus ojos era aún peor. Se trataba de una geisha con la que intimaba hacía ya algún tiempo. Sabía desde el principio que él tenía esposa e hijos, pero el olor de la niña provocó su repulsión y unos celos violentos. Eguchi y la geisha nunca volvieron a mantener buenas relaciones. El olor que tanto había disgustado a la geisha era el de su hija menor.


12. Podía imaginárselos como hombres socialmente exitosos. Pero entre ellos debía de haber algunos que habían prosperado practicando el mal y que conservaban sus ganancias con reiteradas malas acciones. No serían hombres en paz con ellos mismos. Estarían entre los derrotados, o más bien entre las víctimas del terror. Mientras yacían al lado de la carne de muchachas desnudas que dormían un sueño inducido, en sus corazones habría algo más que temor a la muerte cercana y nostalgia de su juventud perdida. Podría haber también remordimiento, y hasta inquietud, tan común en las familias de los prósperos. No tendrían ningún buda ante quien arrodillarse. La muchacha desnuda no sabría nada, no abriría los ojos si uno de los ancianos la tomaba con fuerza en sus brazos, no derramaría lágrimas ni sollozaría, ni siquiera gemiría. El anciano no necesitaría sentir vergüenza, su orgullo permanecería intacto. Los remordimientos y la tristeza podrían fluir libremente. ¿Y acaso no podría ser la propia bella durmiente una especie de Buda? Era de carne y hueso, y su piel joven y su fragancia podían significar el perdón para los tristes ancianos.


13. Cualquier clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humana.


14. Los viejos tienen la muerte, y los jóvenes el amor, y la muerte viene una sola vez y el amor muchas.


15. Morir en una noche como la de hoy, con la piel de una muchacha para darle calor, debe de ser el paraíso para un anciano... Un viejo vive en vecindad con la muerte.


16. Las olas rompían con suavidad contra el acantilado. El lugar era como una casa encantada en medio del silencio y la soledad. Se estremeció. Había salido con un quimono de algodón.


17. El templo de las camelias se encontraba en una zona ruidosa y vulgar de la ciudad, y en el jardín no había nada digno de verse, excepto la camelia.


18. (...) Había pensado que las muchachas que no se despertaban daban una perpetua libertad a los ancianos. Dormidas y mudas, decían lo que los ancianos deseaban.


19. ¿Qué eran, para un hombre de sesenta y siete años junto a una muchacha de una sola noche, la inteligencia, la cultura, la barbarie?


20. La inconmensurable extensión del sexo, su insondable profundidad, ¿Qué parte de ella había conocido en sus sesenta y siete años?


21. De la ciudad llegaban sonidos de tambores y flautas que aceleraban los latidos del corazón. Al parecer era una noche de festival.


22. No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la mujer dormida ni intentar nada parecido.


23. Una poetisa muerta de cáncer en su juventud había dicho en uno de sus poemas que para ella, en las noches de insomnio, "la noche ofrece sapos, perros negros y cadáveres de ahogados".

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