
23 frases de La caída (La chute) de Albert Camus, libro de 1956.... El autor expone de manera irónica las formas más complacientes de la moralidad humanista secular, además de tratar el problema del mal y su origen en el ser humano.
- 01. Frases de La caída
- 02. Obras similares
Los principales temas, lugares o acontecimientos históricos que destacan en el libro de Albert Camus son: búsqueda de la libertad, carencia, decadencia social, el bien y el mal, libertad de elección, maldad, moralidad.
Frases de Albert Camus Libros de Albert Camus
Frases de La caída Albert Camus
01. Cuando seamos todos culpables, tendremos la democracia.
02. Ningún hombre es hipócrita en sus placeres.
03. No esperes por el juicio final. Se lleva a cabo cada día.
04. Ser rey de sus humores es el privilegio de los animales más evolucionados.
05. Quería decirle que cualquiera lo habría hecho. Pero ese desdichado lapsus se me quedó en el corazón. En punto a modestia, yo era realmente imbatible.
06. Todos somos casos excepcionales. ¡Todos queremos apelar a algo! Cada cual pretende ser inocente a toda costa, aunque para ello sea menester acusar al género humano y al cielo.
07. Cuando, por oficio o por vocación, uno ha meditado mucho sobre el hombre, ocurre que se experimente nostalgia por los primates. Éstos no tienen pensamientos de segunda intención.
08. Hace algunos años era yo abogado en París, y por cierto que un abogado bastante conocido. Desde luego que no le dije mi verdadero nombre. Tenía yo una especialidad: las causas nobles.
09. (...) Desde luego que respetaba ciertos principios, entre ellos, por ejemplo, el de que la mujer de un amigo es sagrada. Lo que hacía entonces con toda sinceridad era sencillamente dejar de tener amistad con el marido, algunos días antes.
10. ¡Ah, querido amigo, somos extrañas, miserables criaturas! Y por poco que examinemos nuestra vida anterior, no nos faltan ocasiones de asombrarnos y de escandalizarnos nosotros mismos. Inténtelo. Puede usted estar seguro de que escucharé su confesión con un profundo sentimiento de fraternidad.
11. Estaba en el lado bueno y eso bastaba para la paz de mi conciencia. El sentimiento del derecho, la satisfacción de tener razón. (...) ¡Cuántos crímenes se han cometido simplemente porque su autor no podía soportar el hecho de hallarse en falta!
12. Busqué, pues, en otra parte el amor prometido por los libros, amor que en la vida yo nunca había encontrado. Pero me faltaba entrenamiento. Hacía más de treinta años que me amaba exclusivamente a mí mismo. ¿Cómo esperar que pudiera perder semejante costumbre?
13. Debo reconocerlo humildemente, querido compatriota: siempre reventé de vanidad. Yo, yo, yo; ése era el estribillo de mi cara vida. Estribillo que se extendía a todo cuanto decía. Nunca pude hablar sin vanagloriarme. Sobre todo si lo hacía con esa estrepitosa discreción cuyo secreto yo poseía.
14. ¿Que cómo sé que no tengo amigos? Pues es muy sencillo: lo descubrí el día en que pensé en matarme para jugarles una mala pasada, para castigarlos en cierto modo. Pero, ¿castigar a quién? Al unos se habrían sorprendido, pero nadie se sentiría castigado. Entonces comprendí que no tenía amigos.
15. Mire usted, está nevando. ¡Oh, tengo que salir! Ámsterdam dormida en la noche blanca, los canales de jade oscuro bajo los pequeños puentes nevados, las calles desiertas, mis pasos ahogados; todo eso será pureza fugaz, antes del barro de mañana. Mire cómo se estrellan contra los vidrios los enormes copos de nieve. Son seguramente palomas.
16. La sensualidad no es repugnante en sí misma. Seamos indulgentes y hablemos, más bien, de una debilidad, de una especie de incapacidad congénita de ver en el amor otra cosa que lo que se hace en él. Pero, después de todo, esa debilidad era cómoda. Unida a mi facultad de olvido, favorecía a mi libertad.
17. Cubriendo de imprecaciones a hombres sin ley, que no pueden soportar ningún juicio. Porque, en efecto, no lo pueden soportar, mi muy querido amigo; Ahí, está toda la cuestión. El que se adhiere a una ley no teme el juicio, que vuelve a colocarlo en un orden en el que él cree. Pero el mayor de los tormentos humanos consiste en que lo juzguen a uno sin ley.