24. Se mordió el labio y volvió la cabeza un poco mirando hacia mí de soslayo. Entonces bajó las pestañas, que casi acariciaron sus mejillas, y las levantó de nuevo lentamente, como un telón. Llegaría a conocer bien este truco, que tenía como finalidad hacerme caer de espaldas, patas arriba.
25. -Así que le gusta la ruleta. Debí figurármelo...Sí, me gusta la ruleta. A todos los Sternwood les gustan los juegos de azar como la ruleta, casarse con hombres que las abandonan, tomar parte en las carreras de obstáculos a los cuarenta y ocho años, ser derribado por un caballo y quedar baldado para siempre. Los Sternwood tienen dinero. Y todo lo que han comprado con él es una nueva oportunidad para hacer las mismas tonterías.
26. Un viejo dormitaba en el ascensor, sentado en un taburete desvencijado, en el que había un cojín desgarrado. Tenía la boca abierta y le brillaban las sienes con aquella luz débil...Pasé delante con cuidado, impulsado por el clandestino aire del edificio; encontré la puerta para caso de incendio y la abrí. La escalera de incendios no había sido barrida por lo menos en un mes. Habían dormido vagabundos en ella y también comieron, dejando migas y trozos de periódicos grasientos, fósforos, un libro de bolsillo encuadernado en imitación a piel, destrozado. Total: un edificio precioso.