Frases de El precio de la sal - 2

24. Pero en la cama, cuando se dieron un beso de buenas noches, Therese sintió la repentina liberación de las dos, aquella respuesta saltarina en cada una de ellas, como si sus cuerpos estuvieran hechos de una materia que iba unida al deseo.


25. Era consciente con horror de los momentos que pasaban, como si formaran parte de un tiempo irrevocable, una felicidad irrevocable, porque en aquellos últimos segundos ella podía volverse y ver una vez más la cara que nunca volvería a ver.


26. No me pongo melancólica -protestó, pero otra vez había una fina capa de hielo bajo sus pies, hecha de incertidumbres. ¿O acaso era que ella siempre quería un poco más de lo que tenía, por mucho que tuviera?


27. La sensación de que todo el mundo estaba incomunicado con los demás y de estar viviendo en un nivel totalmente equivocado, de manera que el sentido, el mensaje, el amor o lo que contuviera cada vida, nunca encontraba su expresión verdadera.


28. Sentía que ella no fuera y nunca pudiera ser la chica que él habría deseado, una chica que le amara apasionadamente y quisiera ir a Europa con él. Una chica tal como era ella, con su cara, sus ambiciones, pero que le adorase.


29. Ella se daba cuenta de que la suya era una relación muy extraña, ¿Pero quién se lo habría creído? Por lo que había visto en Nueva York, todo el mundo se acostaba con todo el mundo y todos salían con dos o tres personas a la vez.


30. (...) Carol parecía conocer Chicago tan bien como Manhattan. Le enseñó el famoso barrio del Loop, y se pararon un rato a mirar los trenes y el atasco de tráfico de las cinco y media de la tarde. No se podía comparar a la locura que era Nueva York a la misma hora.


31. ¿Era amor o no era amor lo que sentía por Carol? Y qué absurdo era que ella misma no lo supiese. Había oído hablar de chicas que se enamoraban las unas de las otras y sabía qué tipo de gente eran y el aspecto que tenían. Ni Carol ni ella eran así. Pero sus sentimientos hacia Carol coincidían con todas las descripciones.


32. Las oscuras y lisas calles de Nueva York aquella tarde, la mañana siguiente de trabajo, la botella de leche que había dejado caer y se había roto en el fregadero, nada tenía importancia. Se echó en la cama y, con un papel y un lápiz, dibujó una línea. Y otra y otra, cuidadosamente. Nacía un mundo ante ella, como un bosque radiante con miles de hojas trémulas.


33. Therese sonrió: aquel gesto era Carol. Era la Carol que siempre había amado y a la que siempre amaría. Oh, y ahora de una manera distinta, porque ella era distinta. Era como volver a conocerla, aunque seguía siendo Carol y nadie más. Sería Carol en miles de ciudades y en miles de casas, en países extranjeros a los que irían juntas, y lo sería en el cielo y en el infierno.


34. Por ejemplo, un beso no debe minimizarse, ni una tercera persona debería juzgar su valor. Me pregunto si esos hombres miden su placer en función de que produzca hijos o no, y si lo consideran más intenso cuando es así. Después de todo, es una cuestión de placer, y qué sentido tendría discutir si da más placer un helado o un partido de fútbol, o un cuarteto de Beethoven contra la Mona Lisa. Dejo eso para los filósofos.


35. Una ansiedad abstracta, un deseo de saber, saber algo con certeza, le había hecho un nudo en la garganta hasta tal punto que por un momento pensó que no podría respirar. "¿Tú crees? ¿Tú crees?", empezó la voz en su interior. "¿Tú crees que las dos moriréis violentamente algún día, que os matarán de pronto?" Pero ni siquiera aquella pregunta era suficientemente clara. Quizá después de todo fuese una declaración: no quiero morir todavía sin conocerte. "¿Sientes lo mismo que yo, Carol?" Podría haber expresado esta última pregunta, pero no podía explicar todo lo anterior.


36. Aquel enero hubo de todo. Y hubo algo casi sólido, como una puerta. El frío encerraba la ciudad en una cápsula gris. Enero era todos aquellos momentos, y también era todo un año. Enero dejaba caer los momentos y los congelaba en su memoria... Cualquier acto humano parecía desvelar algo mágico. Enero era un mes de dos caras, campanilleando como los cascabeles de un bufón, crujiendo como una capa de nieve, puro como los comienzos y sombrío como un viejo, misteriosamente familiar y desconocido al mismo tiempo, como una palabra que uno está a punto de definir, pero no puede.

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