
8 frases de Derecho a una respuesta (The right to an answer) de Anthony Burgess... J. W. Denham vacaciona en la ciudad donde creció, pero pronto descubre que se transformó un reino corrompido, rebosante de ruindad, pacatería y mezquinas perversiones.
Frases de Derecho a una respuesta Anthony Burgess
01. He tenido una vida más llena que otras. Al ser poeta, la he vivido intensamente.
02. ¿Tiene mayor mérito sufrir los tormentos de la mente o con tronante cañón combatir el agitado piélago y poner fin en lo futuro a toda lucha...?
03. Que tienen su premio los que nunca pecan en contra de la estabilidad, aquellos que nunca juegan con el peligroso fuego del matrimonio, cuya vida y matrimonio son sólidamente firmes y al mismo tiempo no están desprovistos de emoción e interés, fundamentalmente porque su trabajo significa algo para la comunidad y para ellos mismos.
04. No quieren libertad: lo que quieren es estabilidad. Y no se pueden tener las dos cosas al mismo tiempo.
05. El amor parece inevitable, necesario, un proceso tan natural y tan sencillo como la respiración, pero por desgracia...
06. El pueblo había quedado reducido a menos de medio acre. Era como una diminuta reserva para indígenas. Desde las mugrientas ventanas los cretinos miraban babeantes los parterres de hierbajos. Los gallos cacareaban todo el día; las niñas, vestidas con batas de otra época, mascaban manzanas a medio comer, amarillentas de óxido; todos los chicos parecían tener fisura palatina. Pero aun así aquello me parecía más sano que el suburbio que lo rodeaba. ¿Quién podría cantar el esplendor de esas casas apareadas con medio jardín, las paredes ciegas empedradas con guijarros, verjas diminutas que se podían franquear de una zancada, las cursis figuritas en los jardines de miniatura? El viento penetraba a cuchillo por los intersticios entre las casas, el viento de la vieja colina sepultada en asfalto, que flagelaba como el extremo de una toalla mojada, y que revolvía un caldo gris por encima de los rojos tejados, un caldo en el que remolineaba el alfabeto de pasta de sopa de las antenas de televisión: X, Y, H, T.
07. Esta historia la cuento principalmente en mi propio beneficio. Quiero aclarar en mi mente la naturaleza de la podredumbre en la que tantas personas parecen inmersas hoy en día. No tengo los suficientes recursos mentales ni la preparación o la terminología precisas para afirmar si esa podredumbre es social, religiosa o moral, pero de lo que no cabe duda es de que realmente existe, evidentemente en Inglaterra, y probablemente también en la periferia céltica y asimismo por toda Europa y las Américas. Para percibir el olor de esa podredumbre me encuentro en una situación más propicia que las personas que nunca se han visto alejadas de ella, esa buena gente que, con la televisión, las huelgas, las quinielas y el Daily Mirror, tiene todo lo que desea menos la muerte. Porque en la actualidad, como sólo paso en Inglaterra unos cuatro meses cada dos años, nada más poner pie en tierra, y por espacio de unas seis semanas, el hedor me llega con fuerza a la nariz, dilatada por el aire tropical.
08. La capacidad de odio de las personas nunca puede dejar de asombrarnos. Más aún si tenemos en cuenta que el hombre parece ser gregario por naturaleza y ha creado una sociedad fundada de hecho en el amor, bajo diversos nombres. El consorcio es amor, el crédito es amor, el hecho de confiar en las fuerzas policiales o en el ejército de un país es también una forma de amor. Por supuesto, resulta fácil comprender que el amor dentro de y para un grupo implica, por necesidad biológica, emociones completamente contrarias hacia aquellos elementos ajenos al grupo que pudieran plausiblemente constituir una amenaza (incluso cuando esta suposición carece de un fundamento real) para el bienestar y la seguridad, e incluso para la propia existencia del grupo. Observamos esto claramente cuando los gatitos, al acercarse amistosamente un perro a husmear su cesta, bufan y escupen, pese a ser ciegos y que no les han enseñado el temor o el odio. Todo esto es comprensible y biológicamente necesario. Pero lo que no se comprende es por qué el hombre, obligado por la necesidad económica y persuadido poco a poco (por el progresivo empequeñecimiento del planeta debido a los adelantos de la aeronáutica) a pensar en función de grupos cada vez más amplios a los que debe fidelidad o, para utilizar otra palabra, su amor, está aumentando su capacidad para el odio.