14. (...) Quizá lo más torturante de todo sea desear a una persona. Cuando deseas a alguien de verdad es como si cosieras tu felicidad a su piel con hilo quirúrgico. A partir de ese momento, toda separación produce un dolor sangrante. Sabes que vas a conseguir el objeto de tu deseo por encima de todo, como sea, para pasar juntos el resto de la vida. Sólo puedes pensar en eso. Esa pasión primaria atrapa hasta tal punto que dejas de ser quien eras. Tus propias pasiones te someten a la más abyecta esclavitud.
15. Este rechazo de la sexualidad y el matrimonio implicaba un rechazo absoluto de la doctrina del antiguo testamento. La sociedad hebrea, en cambio, siempre había considerado el matrimonio como el pacto social más digno y puro (de hecho, los sacerdotes hebreos tenían que estar casados) y el lazo del matrimonio incluía una absoluta aceptación del sexo. Obviamente, el adulterio y la fornicación aleatoria estaban mal vistos en la sociedad hebrea tradicional, pero nada impedía a un esposo hacer el amor con su esposa y disfrutar de ello. El sexo dentro del matrimonio no era un pecado, porque formaba parte de la vida de los casados.