01. Entre la faz de un vivo y la de un muerto hay la distancia de un insondable abismo, el abismo donde la vida se ha tambaleado; la faz del muerto vuelve hacia nosotros solamente un residuo, el armazón de una máscara, después de su caída en las profundidades desde las cuales ya no le es posible remontarse. "El pabellón de oro" (1956)
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02. Entonces me quedé petrificado. Mi voluntad también, y mi deseo. El mundo exterior había roto todo contacto con mi universo interior y empezó a vivir fuera de mí una existencia absoluta, independiente. "El pabellón de oro" (1956)
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03. Lo que hace cambiar el mundo es el conocimiento. ¿Lo comprendes? Nada más que eso puede transformar el mundo. El simple conocimiento puede cambiarlo con todo y dejarlo tal como es, invariable. "El pabellón de oro" (1956)
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04. El pensamiento de que la Belleza, sin yo saberlo, pudo ya existir antes en alguna parte, me causaba invenciblemente un sentimiento de malestar y de irritación; pues si la Belleza existía efectivamente en este mundo, era yo quien, por su existencia misma, me hallaba excluido de él. "El pabellón de oro" (1956)
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05. El templo estaba suspendido en lo alto del acantilado, sobre el mar. Detrás del acompañamiento, las nubes de verano se alzaban en espiral sobre el mar encrespado de Japón, bloqueando el horizonte. "El pabellón de oro" (1956)
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06. La inutilidad de lo Bello, la Belleza que no deja ningún rastro una vez salida de su cuerpo, he aquí lo que a él le gustaba. Solamente eso. "El pabellón de oro" (1956)
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07. Su pálido rostro mostraba una cierta belleza severa; una belleza intrépida, como la de ciertas mujeres bonitas, que para nada se veía menoscabada por su defecto físico. "El pabellón de oro" (1956)
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08. Nadie me prestó atención. Ocurría lo mismo que durante aquellos veinte años que acababan de transcurrir; aquello no hacía sino continuar. Una vez más, yo no contaba para nada. En todos los rincones de Japón había un millón, diez millones de personas que no llamaban ninguna atención; yo formaba parte de ellas. Que aquellas personas quisieran vivir o morir, al mundo se le importaba una higa. "El pabellón de oro" (1956)
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09. Felicidad...Una felicidad que se resiste a ser descrita. "El marino que perdió la gracia del mar" (1963)
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10. Los únicos recuerdos de su vida eran de eterna devastación: pobreza, enfermedad y muerte. Al convertirse en marino, se había apartado de la tierra para siempre. "El marino que perdió la gracia del mar" (1963)
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11. Si yo fuera una ameba -pensaba-, con un cuerpo infinitesimal, podría derrotar a la fealdad, pero el hombre no es lo suficientemente diminuto ni gigante para vencer a nada. "El marino que perdió la gracia del mar" (1963)
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12. No se enfrentaba ya con la borrasca del océano, sino con la leve brisa que sopla sin tregua sobre la tierra. "El marino que perdió la gracia del mar" (1963)
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