Frases de Taylor Caldwell - Página 4

01. Percibo el fantasmal temor que los domina, la inmensa inquietud, la mirada hacia los cielos, la sospecha ambigua de la cual es madre el temor, la sensación de que se cierne el horror y la conflagración, aun cuando se proclaman a sí mismos señores del universo. Hablan de paz y planean masacres. Exaltan la ciencia y la usan para destruir. Lloriquean su amor, mientras desparraman odio. Sí, están llenos de terror y no saben por qué.

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02. Hablamos sólo del mundo y nunca preguntamos a las estrellas, pues el mundo es todo lo que conocemos...Y todo lo que queremos conocer. Nuestro pequeño y cómodo rinconcito es suficiente para nosotros, pues en él podemos sentarnos y exponer nuestras blasfemas y urbanas tonterías y pronunciar palabras de paz en un mundo en el que no hay paz, y ofrecer plegarias bien ensayadas, tan vacías de contenido como nosotros. ¿Quién nos perdonará?

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03. Toda mi vida deseé ser policía. Mi padre sentía gran respeto por la policía y nos enseñó ese respeto también. Dijo que él mismo había querido ser policía. Para él no había mejor ocupación que ser el guardián de la ciudad, de la paz y seguridad de la ciudad. ¡Vaya, era la cosa más importante del mundo para él! Y lo fue para mí. Me iba a pasear con los policías, jóvenes y viejos, que hacían su ronda, y hablaba durante horas con ellos.

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04. Siempre he dicho -observó Targelia- que debías haber sido un filósofo. - ¡Ah! , pero me enamoré -dijo la madre-. Y cuando una mujer ama, ya no es filósofo. - Ni el hombre tampoco -corroboró Targelia-. El amor es el gran destructor de la lógica y la inteligencia. Los genitales nos gobiernan a todos...Hasta el día en que nos fallan. Entonces alcanzamos la sabiduría. Pero la sabiduría es un fuego helado que alumbra y, sin embargo, no calienta.

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05. Pero incluso entre los patricios y los nobles hay los exigentes que codician el poder. Saben que el poder descansa en el número y por eso miman a la plebe, a la que precisamente teme todo gobierno sensato porque conoce sus apetitos desenfrenados y que es como una bestia imposible de controlar. Así que cuando esta guerra termine, los patricios dirigirán su atención a la plebe y se aprovecharán de ella para rehacer sus fortunas y hacerse con el poder.

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06. ¿Resignación ante la muerte absurda e inútil de mi hijo? -sus ojos azules le miraron ahora ardientes, con total angustia-. ¿Por qué tiene que morir? ¿Por qué? ¿Por qué? -No lo sé -dijo el doctor Pfeiffer con genuina preocupación-. Son cosas que suceden constantemente, irrazonables, inexplicables. Sólo podemos enfrentarnos a ellas como seres humanos, con valor, sin dejarnos dominar en ningún momento por una desesperación irracional. Eso no es digno de la humanidad.

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07. No era la primera vez que viera desesperación y angustia en un rostro humano. Siempre había ofrecido las mismas palabras de consuelo: valor, fortaleza. El tiempo sana todas las heridas. La vida sigue. Día a día disminuirá ese tormento, créanme. Es preciso seguir viviendo y soportando el dolor. Hay que levantarse de nuevo, alzarse del lugar donde la angustia nos ha hecho caer. Eso es lo que se espera del hombre. Y el futuro encierra para todos nuevos consuelos, nuevos placeres...Esperen y verán.

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08. Una mujer no debe fruncir el ceño -empezó a decir- porque eso produce arrugas en la frente y entre los ojos, y los caballeros detestan las arrugas. Tampoco debe reír demasiado, porque entonces las tendrá en torno a la boca. Un rostro alegre sí, siempre. Pero no semejante a las máscaras del teatro, cargadas de emoción y énfasis. Una suave sonrisa, un dulce curvar los labios, un guiño picaresco como se os ha enseñado, una inclinación leve de la cabeza...Eso sí es deseable y no envejece a la mujer.

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09. Aunque los griegos declaran que la guerra es una de las artes -escribió Cicerón a César-, y que el juego más importante de todos es la caza del hombre por el hombre, he de hacer observar que el hombre es el único ser que caza y asesina a los de su propia especie, y he descubierto que los gobiernos recurren a la guerra para silenciar el descontento interno y unir a una nación contra un "enemigo" o para proporcionar una prosperidad falsa al Estado cuando las finanzas están en declive y la corrupción ha alcanzado a todos los políticos.

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10. Ellos gritan " ¡Justicia! ", al ver los sufrimientos de los oprimidos en todas partes. Pero la justicia sólo viene de Dios, y si ellos la buscan en las leyes de los hombres no la encontrarán nunca. Su deseo de amor y caridad universal surge de la pasión conmovedora de sus almas, su misma pasión instintiva, pero no puede ser lograda nunca por decreto del hombre o por la exigencia en los corazones viciosos de los políticos. Ese camino sólo conduce a una mayor esclavitud. El hombre pone su fe en príncipes y gobernantes mortales para peligro suyo.

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11. No creíste en las intenciones honorables de ningún hombre, ni en las búsquedas desinteresadas de ningún hombre. Desaprobaste la caridad atribuyéndole algún motivo mezquino. El altruismo no existía para ti; era un disfraz para el mal. No mataste a ningún hombre y tampoco lo robaste, pero trataste de oscurecer su alma y pretendiste burlarte de sus logros. Tu maldad reside en tu lengua, si no es que en tus acciones, y ésa es la maldad más sutil de todas ellas, porque no puede ser llamada a cuentas en las cortes de los hombres, como otros crímenes.

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12. Todos esos pobrecitos criminales acusándonos a gritos cuando se les ha cogido con las manos en la masa. Y luego los asistentes sociales y los que creen que van haciendo el bien, y los que se dedican a hacerles cariñitos y a mimarles lo repiten también, y lo mismo los malditos jueces viejos que quieren ser reelegidos y que tienen el corazón blando, y el cerebro blando también, y carecen de responsabilidad pública. Nos hemos convertido en una nación de sentimentales psicópatas sin el menor respeto por la autoridad y la decencia y sin dignidad. Peor aún, somos una nación de criminales.

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Cicerón Marco Anneo Lucano

Taylor Caldwell

Taylor Caldwell
  • 7 de septiembre de 1900
  • Manchester, Gran Manchester, Inglaterra
  • 30 de agosto de 1985
  • Greenwich, Connecticut, Estados Unidos

Escritora, periodista y novelista inglesa que desarrolló toda su obra en Estados Unidos, siendo una de las escritoras más famosas y leídas del siglo XX en su país y consagrándose con la publicación de la novela histórica "La columna de hierro" (1965), dónde recrea la vida de Marco Tulio Cicerón en la Roma imperial.

Sobre Taylor Caldwell

Taylor Caldwell nació en el seno de una familia con ascendencia escocesa, de padre dibujante y madre ama de casa.

En 1907 emigró a los Estados Unidos con su familia y poco tiempo después falleció el padre, teniendo una infancia difícil con muchos apremios económicos.

En 1918 Taylor Caldwell contrajo matrimonio con William Fairfax Combs y trabajó como periodista de la corte del Departamento del Trabajo del estado de Nueva York en Buffalo en 1923 y como empleada en las oficinas de Buffalo del Departamento del Trabajo y en las de Inmigración, llegando a ser miembro del Consejo de Investigaciones Especiales del Departamento de Justicia en 1924.

En 1931 obtuvo tres certificados que llamó "mis pasaportes a la libertad": Su certificado de bachiller en arte de la Universidad de Buffalo a la que había asistido a sus cursos nocturnos, el decreto de divorcio de Combs y tercero su certificado de matrimonio con Marcus Reback, quien había sido su jefe en el Departamento de Inmigración en Buffalo.

A partir de 1938 dejó su trabajo de oficina y comenzó a dedicarse a la escritura a tiempo completo, usando numerosos seudónimos como "Marcus Holland" y "Max Reiner".

En 1967 Taylor Caldwell perdió casi por completo su capacidad auditiva y en 1970 su segundo matrimonio terminó con la muerte de Reback.

En 1972 contrajo matrimonio con William E.

Stancell de quien se divorció al año siguiente y en 1978 se casó con Robert Prestie.

Tras sufrir un derrame cerebral en 1974, se trasladó junto a su esposo a Greenwich, donde continuó escribiendo hasta 1980 cuando un segundo derrame cerebral la dejó incapacitada de hablar y con numerosas complicaciones.

Falleció a los 84 años de edad víctima de un cáncer de pulmón que la aquejaba hacía varios años.

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