01. El barco era una ballena agonizante que se retorcía en medio del oleaje.
02. Perder cinco o seis cuerpos no tiene ninguna importancia, pero sería una lástima perder el bote.
03. Mientras trabajaban en cubierta, veían a menudo un destructor que cruzaba la línea del horizonte hacia el sur. La bandera japonesa ondeaba en su popa. Los pescadores, emocionados y con lágrimas en los ojos, saludaban blandiendo sus gorras. "Nuestros protectores", pensaban. " ¡Mierda! Cuando los veo, se me saltan las lágrimas".
04. El patrón llevaba siempre encima una pistola cargada. A veces, sin motivo alguno, mientras todos trabajaban, disparaba a una gaviota o a alguna parte del barco porque sí, como "medida disuasoria". Miraba a los sorprendidos pescadores y sonreía satisfecho. De ese modo quedaban todos macabramente avisados de que, si pasaba algo, les dispararía a ellos.
05. Si no hubiera marineros y fogoneros, el barco no se movería. Si los obreros no trabajan, no entra ni un céntimo en el bolsillo de los ricos. El barco del que hablaba antes ha sido comprado y preparado con el dinero obtenido exprimiendo la sangre a otros trabajadores. Es el dinero que nos han robado a nosotros. Los ricos y nosotros somos como padres e hijos.
06. El viento era cada vez más potente. Silbaba con fuerza y hacía que los dos mástiles se combaran como cañas de pescar. Las olas se alzaban y, con la sencillez de quien salta un simple leño, pasaban de un lado al otro del barco, agitadas como una banda de facinerosos, y entonces se las llevaba la corriente. En aquellos momentos, las escotillas se convertían en cataratas.
07. (...) Durante toda la noche sufrían los ataques de piojos, pulgas y chinches. Hicieran lo que hicieran, no lograban exterminarlos. Si se ponían de pie sobre las húmedas literas, las pulgas les subían por las piernas. Al final, se preguntaban si no habría alguna parte de sus cuerpos que se estuviera pudriendo. Tenían la extraña sensación de ser cadáveres en descomposición tomados por los gusanos y las moscas.
08. El patrón anunció con una nota que, además de premiar al trabajador que rindiera más, se castigaría al que rindiera menos. El castigo consistiría en aplicarle un hierro al rojo vivo sobre la piel. Mientras trabajaban, los hombres no podían dejar de pensar en ese hierro candente, que los acosaba como si fuera su sombra mientras trabajaban. Una vez más, la productividad del trabajo ascendió de forma espectacular.
09. A los pescadores les empezaba a aflorar el apetito sexual. Eran hombres fornidos apartados de forma antinatural de las mujeres durante cuatro o cinco meses. Por la noche, salían siempre historias de las mujeres que se podían comprar en Hakodate, o se contaban groserías sobre las partes íntimas femeninas. Una hoja con escenas eróticas había dado tantas vueltas de mano en mano que el papel casi se deshacía al tocarlo.
10. Si somos cuatro o cinco, un solo patrón de bote no nos dura ni un minuto para tirarlo al mar. Vamos a echarle ganas. Uno contra uno no puede ser. Es demasiado peligroso. Pero ellos, metan al capitán o no importa a cuántos más, no llegarán ni a diez. En cambio, nosotros somos cerca de cuatrocientos. Cuatrocientos hombres juntos son invencibles. ¡Diez contra cuatrocientos! Imaginad que es un combate de sumo -y al final añadió-: Quien no quiera que lo maten, que venga.
11. El barco, que pesaba casi trescientas toneladas, empezó a saltar como si tuviera hipo al entrar en el estrecho de Soya. Parecía como si una fuerza extraordinaria lo levantara. Ora flotaba en el aire, ora caía volviendo a su posición original con un enorme estruendo. Era como ese desagradable cosquilleo, esa sensación de estar a punto de orinarse, que se tiene a veces en un ascensor cuando desciende demasiado rápido. Los obreros, que tenían la cara amarillenta de desfallecimiento, y los ojos afilados por el mareo, vomitaban.
12. Las empresas escogían con extremo cuidado a los pescadores. An los lugares de reclutamiento, contaban con los alcaldes y los jefes de policía para seleccionar a los "jóvenes modélicos". Elegían a los trabajadores que no sentían simpatía por los sindicatos y que eran obedientes. " ¡Con astucia, todo para nuestro interés! ". Pero al fin y al cabo, el trabajo en el buque factoría había logrado justo lo contrario: los trabajadores se habían agrupado y estaban a punto de organizarse. Hasta el capitalista más astuto no había podido imaginar que las cosas sucederían de ese extraño modo. Irónicamente, les habían hecho el favor a aquellos trabajadores desorganizados, borrachos e inútiles, de enseñarles a agruparse y organizarse.