01. (...) El Sam hall del que ella se había enamorado sólo estaba ligeramente basado en una persona real. La guerra, su separación, había permitido a mi madre una especie de licencia poética respecto a mi padre. Si él no hubiera vuelto a casa, habría seguido siendo el gran amor de su vida.
02. ¿Por qué se me venía el suelo encima? No había duda de que se trataba del suelo, especialmente después de mi segunda y desesperada embestida, que esta vez inicié con los brazos extendidos ante mí, hasta que mis manos dieron contra una sólida pared de denso barro. En aquel momento me pareció que sólo había una cosa absolutamente cierta: que estaba a punto de morir. Sin saber.
03. Era difícil imaginarlo enamorado. Sabía que él y mi madre debieron de sentir pasión alguna vez, pues era lo que suponía el amor, pero di las gracias porque con el tiempo aquel enloquecimiento se convirtiera en algo más parecido a la amistad, o a una relación de negocios, algo de lo que yo mismo podía formar parte integral. Incluso ver a mi padre recordando la pasión resultaba desconcertante.
04. La línea de gris del horizonte ahora es más luminosa, y con la llegada de la luz tengo una seguridad: que sólo hay, a pesar de nuestra imaginación desbocada, una vida. Las demás, por reales que parezcan, por mucho que las necesitemos, son fantasmas. La única vida que nos queda es suficiente para llenar y rellenar de alegría nuestros corazones imperfectos, y luego hacerlos añicos. Y eso nunca, nunca cesa.
05. Y así empezó la última etapa de mi infancia en mohawk. Más adelante, de adulto, volví de vez en cuando. Pero como visitante, y nunca más como verdadero residente. Aunque tampoco fijé mi residencia en ningún otro sitio, sino que me uní a la multitud de americanos errantes, muchos de los cuales tienen un mohawk en su pasado, cuyo recuerdo los impulsa hacia no saben muy bien dónde, mientras sea lejos. Regresan, pero sólo para tomar impulso hacia su próximo destino, cada vez más lejano, aunque ya no queda elasticidad, nada que los atraiga al hogar.
06. No hace mucho, continuaba Sarah, Lou me preguntó si yo creía que había torcido mi auténtico destino al casarme con él. Le dije la verdad, que le quería y no tenía que lamentar nada de nuestra vida juntos. Pero ¿Decimos alguna vez "la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, y que dios me ayude", como decía mi padre, a los que queremos... ¿Y a nosotros mismos? ¿La mejor y más afortunada de las vidas no insinúa otras posibilidades, un diferente tipo de cariño y, sí, también amargura? ¿No es por eso por lo que no podemos evitar sentirnos estafados, incluso cuando sabemos que no lo hemos sido?
07. Mi madre había comentado en más de una ocasión que mi padre era una de las víctimas de la guerra, que el Sam hall que volvió de Europa no era el mismo que se había marchado, aquel del que ella se había enamorado. No me cabía ninguna duda de que ella creía aquella verdad tan simple, o incluso de que aquello fuera verdad, hasta cierto punto. Pero era una agradable manera de ignorar otra simple verdad: que la gente cambia, con o sin guerras, y que a veces no conocemos a la gente tan bien como creemos, que los peores errores de juicio suelen ser resultado de imaginar que entendemos lo que no entendemos en absoluto.
08. ¿Cuántos años tiene? - Treinta y cuatro -confesé. - Claro -dijo ella-. ¿Cómo podría escribir sobre la segunda guerra mundial? - En realidad, mi padre intervino en la invasión de Normandía -dije, sin saber si mi comentario la aplacaría o la irritaría aún más. No hacía ninguna falta que me condenara por mis presuntos escritos sobre una guerra que ella consideraba suya, pero dudaba de que me creyera si se lo decía. De todos modos sospecharía que lo hacía a escondidas. - Entonces debería usted escuchar a su padre -me aconsejó-. A lo mejor aprende algo. - Estoy seguro -le dije-. Pero nunca habla de la guerra. - ¿Por qué iba a hacerlo? -Preguntó la buena mujer-. Los que la vieron, los que la hicieron, no son charlatanes. Los charlatanes son los otros. Su insinuación era clara. Yo era un charlatán.
+ Frases de Segunda guerra mundial
09. ¿Catedral? Era lo más cerca que podía llegar a caracterizar el lugar, que notó que no era de este mundo. Sus techos abovedados estaban increíblemente altos, los pasadizos también abovedados que corrían entre sus aposentos eran innumerables. Le llevaría años explorarlos todos, y no quería otra cosa. Ni comida, ni bebida, ni amor o cualquier otro placer del que hubiera disfrutado en toda su vida. En cada nuevo aposento quedaba desgarrado entre el deseo de quedarse donde estaba, fijando cada detalle en su memoria, y el impulso incluso más fuerte de seguir, rápidamente, de una maravillosa impresión a la siguiente, para descubrir dónde llevaba cada pasadizo nuevo, para trazar un mapa de la catedral entera, si algo tan enorme se podía cartografiar. Aunque era un edificio sólo, tenía el tamaño de una ciudad, de veinte ciudades. Uno se podría pasar la vida yendo de una sala a otra, y quizá no volver nunca más a aquella en la que estaba ahora.