Frases de Paul Theroux - Página 7

01. Abandonar el hogar no supone ninguna conmoción, sino más bien una lenta acumulación de tristeza a medida que los lugares familiares pasan ante la ventana, desaparecen y se convierten en parte del pasado. El tiempo se hace visible y se mueve junto con el paisaje. Me era mostrado a cada segundo mientras pasaba zumbando el tren, dejando atrás los edificios a una velocidad que me ponía melancólico. "El viejo expreso de la Patagonia" (1979)

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02. Caminé una hora y luego volví por una ruta distinta y me dispuse a esperar a que pasara el fin de semana. Una vez más, uno de esos interludios vacíos en el viaje, un retraso sofocante y poco fructífero, en el que no hay nada más que una sensación creciente de soledad e incertidumbre, un ensombrecimiento de las perspectivas, la condición de extranjero con todas las sospechas que eso despierta. "El último tren a la zona verde" (2013)

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03. Había sido tan complicado, tan difícil llegar aquí, todo tan lleno de traspiés e incertidumbres, ya desde la frontera, donde yo era el único extranjero distinguible, un polo de atracción para pesados y charlatanes. Yo era una figura visible y solitaria, y, después de dos días dando tumbos, había llegado a aquella ciudad provinciana, una especie de victoria si se valoraba la experiencia de atravesar la miseria y, en apariencia, hacer realidad la fantasía de haber abierto un camino nuevo por mí mismo. "El último tren a la zona verde" (2013)

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04. Es imposible recorrer África por tierra en transporte público - como hice de El Cairo a Ciudad del Cabo y ahora de Ciudad del Cabo a Luanda- sin incluir las ciudades, horribles lugares en los que no hay nada que aprender salvo lo que ya sabías por los peores vecindarios de tu propio país. Un remedio para la repulsión que se siente al viajar así es el del aforista francés Nicolas Chamfort, que escribió: "Trágate un sapo por la mañana y no te toparás con nada más repugnante durante el resto del día". "El último tren a la zona verde" (2013)

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05. El viaje, casi siempre visto como un intento por escapar del ego, en mi opinión actúa justo al revés. Nada induce a la concentración o despierta la memoria tanto como un paisaje desconocido o una cultura foránea. Sencillamente, resulta imposible (desmintiendo a los románticos) evadirse de uno mismo en un enclave exótico. Es mucho más probable que experimentemos una profunda nostalgia, que volvamos a un periodo previo de nuestra existencia o que advirtamos con claridad un error grave. Pero esto no provoca la exclusión del presente exótico. Lo que intensifica la experiencia y a veces sobrecoge es la yuxtaposición de presente y pasado. "Las islas felices de Oceanía" (1992)

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06. ¿Por qué iba a querer recorrer la miseria y el caos solo para escribir sobre esa misma fealdad y esa miseria? El infortunio no es exclusivo de África. La barriada marginal y sórdida en Luanda no solo es idéntica a la de Ciudad del Cabo, Johannesburgo y Nairobi; todas ellas se parecen enormemente, en su desesperación, a sus homólogas de otras partes del mundo. Un campamento ilegal en California reproduce en cada detalle un campamento ilegal en África, y a un escritor de viajes le merece la pena examinarlo precisamente por eso. Pero yo no soy ese escritor, no estoy tan entregado a las incomodidades ni tengo el corazón tan noble. "El último tren a la zona verde" (2013)

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07. Surge algo restrictivo y claustrofóbico cuando el viajero se ve limitado a las ruinas de alcantarillas y los callejones urbanos sin salida. Yo me había hecho viajero para tener libertad de movimientos, y, en algunos de mis viajes más difíciles, me había sentido liberado por el espacio y la luz. Pocas veces he viajado por ciudades. En general las evito, todas las ciudades, no solo en África, sino en Asia y Latinoamérica también. Odio la ciudad por naturaleza, porque la vida urbana me parece desagradable, oculta y difícil de penetrar. Para mí, hasta las ciudades más maravillosas son lugares de soledad y encierro, en los que las personas se desconocen entre sí. "El último tren a la zona verde" (2013)

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08. Entre los habitantes de las islas del Pacífico, el concepto de soledad implicaba siempre aflicción o declive mental. Los isleños apenas se entregaban a la lectura para disfrutar de sus momentos de ocio, justamente porque era una actividad solitaria. El analfabetismo no tenía nada que ver con esto, y además había escuelas más que suficientes. Los isleños sabían por experiencia propia que una persona que se descuelga, a la que se observa a menudo sola - leyendo libros lejos de su cabaña, caminando por la playa sin compañía-, ha caído en el MUSU, un estado de profunda melancolía, y contempla el asesinato o el suicidio, o posiblemente ambas opciones. "Las islas felices de Oceanía" (1992)

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09. (... ) Pero no sabe ( ¿Cómo podría saberlo? ) que las escenas que se suceden a través de la ventanilla del tren, desde la Victoria Station hasta Tokyo Central, no es nada comparado con el cambio que se opera en sí mismo, y que escribir sobre viajes, que al comienzo resulta sin duda divertido, pasa de ser periodismo a ser ficción y llega, casi con la misma rapidez que el "Kodama Eco", a convertirse en autobiografía. Desde ahí cualquier viaje ulterior va en línea recta hacia la confesión, hacia un desconcertante monólogo en un bazar desierto. La habitación impersonal de un hotel en una ciudad extraña, pensaba yo, lo empuja a uno hacia la confesión. "El gran bazar del ferrocarril" (1975)

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10. Odio la doma de animales, sobre todo los animales grandes que están tan a gusto en la naturaleza. Aborrezco los números de circo con animales engañados, tigres domesticados o leones que rugen de impotencia mientras dan zarpazos al aire y se tambalean sobre pequeños taburetes. Soy enemigo de los zoos y de todo lo relacionado con encerrar odio la doma de animales, sobre todo los animales grandes que están tan a gusto en la naturaleza. Aborrezco los números de circo con animales engañados, tigres domesticados o leones que rugen de impotencia mientras dan zarpazos al aire y se tambalean sobre pequeños taburetes. Soy enemigo de los zoos y de todo lo relacionado con encerrar o contener animales. "El último tren a la zona verde" (2013)

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11. El habitante de la ciudad, para prosperar, debe tener talento para soportar los horrores, los acosadores, los malos olores, la música ruidosa, la mala educación, las astucias de los taxistas, la ausencia de árboles, los rostros amenazadores, el ruido, el chillido de las voces -en muchos casos, gritos-, los retumbos y los gemidos incesantes -el zumbido nocturno también, junto con las luces correspondientes-, la cercanía física -en especial la de las muchedumbres-, la falta de espacio, la experiencia diaria de chocar con otras personas - que es una violación constante de tu espacio y tu cuerpo-, el roce contra desconocidos, que es casi un tocamiento, lo que en nueva york se conoce con el nombre coloquial de "frote del metro". "El último tren a la zona verde" (2013)

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12. Había leído acerca del fútbol latinoamericano: el caos, los disturbios, las multitudes de hinchas apasionados, el modo en que las frustraciones políticas se ventilaban en los estadios. Sabía a ciencia cierta que si uno quería entender a los británicos ayudaba presenciar un partido de fútbol; después, ya no parecían tan herméticos y correctos. En realidad, un partido de fútbol británico era la ocasión para entablar una especie de guerra de pandillas entre los jóvenes espectadores. El musculoso ritual del deporte constituía siempre una clara demostración de los impulsos más salvajes del carácter nacional. Los Juegos Olímpicos son interesantes en gran medida porque son una pantomima de guerra mundial. "El viejo expreso de la Patagonia" (1979)

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Autores relacionados

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Paul Theroux


Escritor, novelista, crítico literario y profesor estadounidense, autor de "El gran bazar del ferrocarril" (1975), "El viejo expreso de la Patagonia" (1979), "La costa de los mosquitos" (1981) y "El tao del viajero" (2011).

Sobre Paul Theroux

Paul Theroux nace en Medford, hijo de la maestra italiana-americana Anne Dittami y del vendedor francés-canadiense Albert Eugene.

Estudia en la escuela "Medford High School", en la Universidad de Maine entre 1959 y 1960 y finalmente obtiene una licenciatura en la Universidad de Massachusetts Amherst en 1963.

Tiempo después Paul Theroux se traslada a África, donde dicta clases como profesor en diferentes países, hasta que se establece en forma definitiva en Inglaterra.

En 1967 publica su primer novela basada en sus experiencias en Uganda, "Waldo", siendo el libro de viajes "El gran bazar del ferrocarril" (1975) el que lo hizo famoso.

De la obra de Paul Theroux destacan los libros "El viejo expreso de la Patagonia" (1979), "La costa de los mosquitos" (1981), "Las islas felices de Oceanía" (1992), "Las columnas de Hércules" (1995) y "Tren fantasma a la estrella de oriente" (2008).

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