01. La misma combinación de ansiedad, temor, determinación y humor que había llamado su atención desde el primer momento. "Extraños en un tren" (1950)
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02. Me interesa la moral, a condición de que no haya sermones. "Suspense" (1966)
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03. Mi imaginación funciona mucho mejor cuando no tengo que hablar con la gente.
04. Encuentro la pasión por la justicia bastante aburrida y artificial.
05. Escribir ficción es un juego y, para poder jugarlo, es necesario divertirse todo el tiempo. "Suspense" (1966)
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06. Entonces sacó la conclusión de que el mundo estaba lleno de gentes como Simon Legree [Personaje de La cabaña del tío Tom, de H. B. Stowe, que destaca por su crueldad], y que uno tenía que convertirse en un animal, duro como los gorilas que trabajaban con él en el almacén, si no quería morirse de hambre. "El talento de Mr. Ripley" (1955)
+ Frases de Crueldad + Pensamientos de "El talento de Mr. Ripley"
07. La gente creativa no emite juicios morales –al menos no inmediatamente- sobre lo primero que se le presenta a la vista. Habrá tiempo después para aplicar estos juicios en los que vayan a crear, si es que tienen esa inclinación, pero el arte en su esencia no tiene nada que ver con la moral, las convenciones o lo moralizante. "Suspense" (1966)
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08. Amaba poseer cosas, no en gran cantidad, sino unas pocas y escogidas, de las que no quería desprenderse, pensando que eran ellas lo que infundía respeto hacia uno mismo. Sus bienes le recordaban que existía y le hacían disfrutar de esa existencia. No había que darle más vueltas. ¿Y acaso eso no valía mucho? Existía. No había en el mundo mucha gente que supiera hacerlo, aun contando con el dinero necesario. En realidad no hacía falta disponer de grandes sumas de dinero, bastaba con cierta seguridad. "El talento de Mr. Ripley" (1955)
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09. Si un escritor de suspense escribe sobre asesinos y víctimas, sobre gente sumida en el torbellino de esta terrible serie de hechos, debe conseguir algo más que la simple descripción de la brutalidad y la sangre derramada. Debería estar interesado en la justicia de este mundo, o en la ausencia de la misma, en lo bueno y en lo malo, en la cobardía y el coraje humanos, aunque no entendiéndolos simplemente como fuerzas que mueven una trama en una determinada dirección. En una palabra, su gente ficticia debe parecer real.
10. Había puesto fin a una vida. Más nadie sabía qué era la vida, todo el mundo la defendía, era lo más valioso, pero él había arrebatado una. Aquella noche había tenido noción del peligro, de que le dolían las manos, del temor a que ella hiciese ruido, pero en el instante de sentir que la vida se le escapaba a la víctima, todo lo demás se había borrado y sólo le había quedado la realidad, la misteriosa realidad de lo que estaba haciendo, el misterio y el milagro de poner fin a una vida. La gente hablaba del misterio del nacer, del principio de la vida. ¡Pero eso era muy fácil de explicar! "Extraños en un tren" (1950)
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11. Ya no eran amigos. Ni siquiera se conocían. Era como una verdad, una horrible verdad, que le golpeaba como un mazazo y que no quedaba allí, sino que se extendía hacia toda la gente que había conocido en su vida y la que conocería: todos habían pasado y pasarían ante él y, una y otra vez, él sabría que no lograría llegar a conocerles jamás y lo peor de todo era que siempre, invariablemente, experimentaría una breve ilusión de que sí les conocía, de que él y ellos se hallaban en completa armonía, que eran iguales. Durante unos instantes, la conmoción que sentía al darse cuenta de aquello le pareció más de lo que podía soportar. "El talento de Mr. Ripley" (1955)
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12. La idea de Sarah era matar a Sylvester a base de buenas comidas, de amabilidad en cierto sentido, de cumplir con su deber de esposa. Iba a cocinar más y de una forma más elaborada. Sylvester ya tenía barriga; el médico le había advertido que tuviera cuidado con los excesos en la comida, la falta de ejercicio y todo ese rollo. (...) Empezó a usar grasas más fuertes, manteca de ganso y aceite de oliva, a hacer macarrones con queso, a untar los sándwiches con una gruesa capa de mantequilla, a insistir en que la leche era una espléndida fuente de calcio para combatir la caída del cabello de Sylvester. El engordó diez kilos en tres meses. El sastre tuvo que arreglarle todos los trajes y luego hacerle otros nuevos. "Pequeños cuentos misóginos" (1974)
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