01. ¡Cielos! –me decía–, ¿Es posible que esos dos seres tan amables y amantes no sean más que dos duendes, acostumbrados a encarnarse en toda suerte de formas para burlar a los mortales? ¿Es posible que no sean más que dos brujas o, cosa más execrable aún, dos vampiros a quienes les está permitido animar los cuerpos odiosos de los ahorcados del valle?
02. Representaos a un hombre cuyo cuerpo y alma estaban igualmente relajados por la voluptuosidad, y a quien amenazan los horrores de un suplicio cruelmente prolongado. Creí ya sentir los dolores de la tortura, y los cabellos se me erizaron; el estremecimiento del terror recorrió mis miembros; no obedecieron ya a mi voluntad, sino a súbitos impulsos convulsivos...
03. (...) Esta elevada cadena que separa Andalucía de la Mancha no estaba entonces habitada sino por contrabandistas, por bandidos, y por algunos gitanos que tenían fama de comer a los viajeros que habían asesinado. (...) Y eso no es todo. Al viajero que se aventuraba en aquella salvaje comarca también lo asaltaban, se decía, infinidad de terrores muy capaces de helar la sangre en las venas del más esforzado.
04. Entramos primero a una sala donde todo era de plata maciza. Las baldosas del pavimento eran de plata, algunas mate, otras lustrosas. La tapicería, también de plata maciza, imitaba un damasco cuyo fondo era lustroso, y de plata, color mate, el follaje. El techo estaba cincelado como los artesonados de los castillos antiguos. Los zócalos, los bordes de la tapicería, las arañas, los cuadros, las mesas, todo era de un admirable trabajo de orfebrería.
05. Durante el viaje, muy agradable, mi salud se vigorizaba de día en día. Estaba ya cerca de Nápoles cuando tuve la idea de hacer un rodeo para pasar por Salerno. Curiosidad muy natural. Estaba interesado en la historia del renacimiento de las artes, cuya cuna en Italia había sido la escuela de Salerno. En fin, no sé qué fatalidad me arrastró a ese funesto viaje. Abandoné el gran camino de Monte Brugio, y, conducido por mi guía, me hundí en la comarca más salvaje que imaginarse pueda.
06. El fantasma avanzó a pasos lentos y se sentó a la mesa. Landolfo, con un valor que sólo el demonio podía inspirarle, se atrevió a ofrecerle un plato de comida. El fantasma abrió una boca tan grande que su rostro pareció partirse en dos, y de ella sacó una lengua rojiza. En seguida extendió una mano quemada, tomó un pedazo de comida, lo tragó, e inmediatamente se oyó caer el pedazo bajo la mesa. Así comió todo lo que había en el plato, y los pedazos que tragaba fueron cayendo bajo la mesa. Cuando el plato quedó vacío, el fantasma, deteniendo sus ojos atroces en Landolfo, le dijo: –Landolfo, cuando como aquí, aquí duermo.