Frases de Horacio Quiroga - Página 2

01. ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de un cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación? "Cuentos de amor de locura y de muerte" (1917)

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02. Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma. "Cuentos de amor de locura y de muerte" (1917)

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03. (...) Nosotros consideramos que el sentimiento del deber, profundamente arraigado en una naturaleza de hombre, es capaz de contener por tres horas el mar de demencia que lo está ahogando. Pero de tal heroísmo mental, la razón no se recobra. "Cuentos de amor de locura y de muerte" (1917)

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04. (...) Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban: No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. "Cuentos de la selva" (1918)

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05. Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos -la felicidad de todos- es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja. "Cuentos de la selva" (1918)

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06. ¿Y de noche se da de alta a los locos? ¿Por qué no? El individuo está curado, tan sano como usted y como yo. Por lo demás, si reincide, lo que es de regla en estos vampiros, a estas horas debe de estar ya en funciones. Pero estos no son asuntos míos. Buenas noches, señores. "Más allá" (1935)

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07. Una vez que los coaticitos fueron un poco grandes, su madre los reunió un día arriba de un naranjo y les habló así: Coaticitos: ustedes son bastante grandes para buscarse la comida solos. Deben aprenderlo, porque cuando sean viejos andarán siempre solos, como todos los coatís. "Cuentos de la selva" (1918)

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08. Coaticitos: hay una sola cosa a la cual deben tener gran miedo. Son los perros. Yo peleé una vez con ellos, y sé lo que les digo; por eso tengo un diente roto. Detrás de los perros vienen siempre los hombres con un gran ruido, que mata. Cuando oigan cerca este ruido, tírense de cabeza al suelo, por alto que sea el árbol. "Cuentos de la selva" (1918)

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09. Ella, joven, pálida, con una de esas profundas bellezas que más que en el rostro -aun bien hermoso- residen en la perfecta solidaridad de mirada, boca, cuello, modo de entrecerrar los ojos. Era, sobre todo, una belleza para hombres, sin ser en lo más mínimo provocativa; y esto es precisamente lo que no entenderán nunca las mujeres. "Cuentos de amor de locura y de muerte" (1917)

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10. Como si todo esto no hubiera tenido otra finalidad que impulsarme al suicidio. No nos sentíamos felices, vuelvo a repetirlo, de morir. Abandonábamos la vida porque ella nos había abandonado ya, al impedirnos ser el uno del otro. En el primero, puro y último abrazo que nos dimos sobre el lecho, vestidos y calzados como al llegar, comprendí, marcada de dicha entre sus brazos, cuán grande hubiera sido mi felicidad de haber llegado a ser su novia, su esposa. A un tiempo tomamos el veneno. "Cuentos de amor de locura y de muerte" (1917)

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11. El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única. "Cuentos de amor de locura y de muerte" (1917)

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12. (...) Tuvo aún fuerzas para arrancarse a ese último espanto, y de pronto lanzó un grito, un verdadero alarido, en que la voz del hombre recobra la tonalidad del niño aterrado: por sus piernas trepaba un precipitado río de hormigas negras. Alrededor de él la corrección devoradora oscurecía el suelo, y el contador sintió, por bajo del calzoncillo, el río de hormigas carnívoras que subían. Su padrino halló por fin, dos días después, y sin la menor partícula de carne, el esqueleto cubierto de ropa de Benincasa. "Cuentos de amor de locura y de muerte" (1917)

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Alfonsina Storni Jorge Luis Borges Juan Carlos Onetti Julio Cortázar

Horacio Quiroga

Horacio Quiroga

Escritor, maestro, cuentista, dramaturgo y poeta uruguayo, autor de "Cuentos de amor de locura y de muerte" (1917), "Cuentos de la selva" (1918), "Los sacrificados" (1920), "La gallina degollada y otros cuentos" (1925) y "Decálogo del perfecto cuentista" (1927).

Sobre Horacio Quiroga

Horacio Quiroga nace en el seno de una familia de clase media, de madre Pastora Fortaleza y padre Prudencio Quiroga, diplomático que falleció a los dos meses de su nacimiento al dispararse en forma accidental mientras cazaba.

Cursó sus estudios en Montevideo, donde demostró enorme interés por la literatura, la química, la fotografía, la mecánica y las actividades físicas, llegando a fundar la Sociedad de Ciclismo de Salto y viajando por tal motivo en bicicleta desde Salto hasta Paysandú.

En 1894 comenzó a colaborar con las publicaciones "La Revista" y "La Reforma" y tiempo después fundó en su ciudad natal la "Revista el Salto" (1897).

En 1900, tras el suicidio de su padrastro, Horacio Quiroga viajó a Europa y se instaló en París (Francia), donde recopiló sus experiencias en "Diario de viaje a París".

A su regreso fundó junto a Federico Ferrando, Alberto Brignole, Julio Jaureche y otros el "Consistorio del Gay Saber", un laboratorio literario experimental donde preconizarían los objetivos modernistas.

1901 fue un año funesto para Horacio Quiroga, ya que murieron dos de sus hermanos, Prudencio y Pastora, víctimas de la fiebre tifoidea y en un hecho accidental le disparó a su amigo Federico Ferrando, produciéndole la muerte y debiendo afrontar una reclusión hasta que se demostró su inocencia.

En 1902 se traslada a Buenos Aires (Argentina), donde publica "Los arrecifes de coral" (1901), la novela breve "Los perseguidos" (1905), producto de un viaje con Leopoldo Lugones por la selva misionera, hasta la frontera con Brasil, y "El almohadón de plumas", publicado en la revista argentina Caras y Caretas.

En 1909 se radica en la provincia de Misiones, donde se desempeña como juez de paz en San Ignacio y contrae matrimonio con Ana María Cires, fruto del cual nacen sus primeros hijos, Eglé y Darío.

Tras el suicidio de su esposa en 1915, Horacio Quiroga se trasladó a Buenos Aires con sus hijos, trabajando como Secretario Contador en el Consulado General uruguayo y publicando con gran éxito "Cuentos de amor de locura y de muerte" (1917).

Durante este periodo colaboró con numerosos medios, entre ellos las revistas "Fray Mocho", "La Novela Semanal" y el diario "La Nación".

En 1927 Horacio Quiroga contrajo segundas nupcias con una joven amiga de su hija Eglé, María Elena Bravo, con quien tuvo una niña y dos años después publica la novela "Pasado amor", sin mucho éxito.

En 1935 publicó su último libro de cuentos, "Más allá" y tras enterarse de que padecía de cáncer de próstata, se suicidó bebiendo un vaso de cianuro en el Hospital de Clínicas de la ciudad de Buenos Aires.

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