01. Aquel deseo le hablaba de la igualdad de las almas ante el amor; de la caprichosa razón de los prejuicios raciales; de la mentira de la animalidad del esclavo; de la libertad de elegir y de amar; del derecho, en fin, de disponer cada uno de sí mismo y de trazarse su destino propio, tal como lo estaban haciendo entonces en otras tierras una porción de hombres, desarrapados y famélicos, por su libertad, sin importarles que la sangre que regaban por ella fuese roja o azul; de blanco, negro e indio, ya que toda era de esclavos.
02. Y donde no hay sensaciones los nervios están demás. Y tú sabes también que los nervios son el mayor enemigo del hombre. ¡Cuántos cambios ha sufrido la historia por culpa de los nervios! La fatiga, el hambre, el horror, el dolor, el miedo, la nostalgia, son los heraldos de la derrota. Y la derrota es un producto de la sensibilidad. ¡Ah! , si se le pudiera castrar al hombre la sensibilidad -la sensibilidad moral siquiera- la fórmula de la vida sería una simple fórmula algebraica. Y quién sabe si con el álgebra el hombre viviría mejor que con la ética.
03. (...) Y así como el pobre se la pasa contento sin la riqueza, y muchas veces feliz, porque no sabe lo que es la plata, y lo mismo el ciego de nación, sin luz, así los esclavos como usted ño Parcemón, tampoco pueden saber, si no se lo han enseñado antes, lo que es la libertad. Hay que hacerla entender, como me la han hecho entender, a mí los libros, y las conversaciones de don José Manuel y los otros señores y sobre todo, mi sangre mestiza. Por algo soy mulato. La voz de la sangre de mi padre la siento que me dice muchas cosas. Ella os la que me grita que me rebele cuando pisan en mi condición y veo a un hombre quererme tratar como bestia.
04. Y este oprobio sentíale más hondamente en el alma cuando se detenía a meditar sobre su origen. Sí, él era todavía un negro por la piel, pero un blanco por todo lo demás. Y éste era su suplicio. Sus aspiraciones, sus ideas, sus gustos, se lo gritaban desde el fondo de su corazón. "Y si no -solía interrogarse- ¿Por qué este afán mío de parecerme a esos señores que veo en las calesas por las calles? ¿Por qué me gustan más las mujeres blancas, que quizá nunca podré conseguir, que las mulatas que me ríen y me provocan y me tientan cuando vienen acá a mercar? ¿Por qué no me gusta comer ni dormir en unión de los otros negros y siento algo que me aparta de ellos, contra mi voluntad?
05. Todos querían cerciorarse de cómo esa cosita manuable y de tamaño tan ridículo disolvía los montes y los precipitaba en forma de aluvión a lejanos puntos. Si no fuera porque el aparato estaba ahí a la vista y hasta se le podía tocar, muchos habrían terminado por creer que era una invención o cosa de embrujamiento. En menos de una hora podía hacer el trabajo de cien hombres en cien días, con una economía portentosa. Las piedras, al recibir la rociada del pequeño monstruo, se pulverizaban y se diluían entre cataratas de fango, o saltaban como escupidas por subterráneas fuerzas. Los obreros que le habían visto funcionar se sentían humillados en su orgullo de hombres jóvenes y vigorosos, y se habrían dado por felices si algo hubiera hecho fracasar la exhibición. Porque aquella maquinita, en buena cuenta, iba a competir con ellos ventajosamente y a abaratarles y mermarles el jornal. Al menos así lo susurraban por lo bajo contratistas y capataces, temerosos de la disminución de la demanda de brazos que presentían.