01. Pero un opaco disgusto le oprimía. Sus pensamientos eran áridos, desiertos; Sin fe, sin una esperanza a la sombra de la cual poder reposar y reconfortarse. La falsedad y la abyección que le llenaban el alma las veía siempre en los demás. Era imposible arrancarse de los ojos aquella mirada desalentada, impura, que se interponía entre él y la vida. "Los indiferentes" (1929)
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02. Sentáronse los tres en el frío comedor, alrededor de la mesa excesivamente grande. Comieron sin mirarse, con movimientos helados, deferentes, sacerdotales, como si celebraran un rito. No hablaban. Aquel silencio, apenas interrumpido por el ruido de las cucharas en los platos, en la deslumbradora luz del día que se reflejaba sobre el blanco mantel y que recordaba el espeluznante ruido del instrumental del cirujano durante las operaciones; Aquel silencio glacial privado de intimidad fastidiaba a la madre sociable y locuaz. "Los indiferentes" (1929)
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03. La embargaba una ligera y dolorosa impaciencia. Preveía que, por caminos indirectos y tortuosos, la madre conseguiría al fin hacer, como siempre, su pequeña escena de celos al amante; No sabía cuándo ni de qué modo, pero estaba tan segura de ello como de que el sol brillaría al día siguiente y de que la noche le sucedería. Esta clarividencia le daba una sensación de temor. No había remedio. Todo estaba dominado por una mezquina fatalidad. "Los indiferentes" (1929)
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04. (...) Entonces tuvo una idea desesperada. Ya que la última prueba había fracasado y ningún estimulante, ni el más violento, había conseguido galvanizar su espíritu muerto, ¿No sería mejor decidirse de una vez por todas a fingir odio, desdén, fingir sin parsimonias, con largueza; Es más, con grandiosidad, como si le sobraran reservas? Loca idea. "Es el fin", pensó, y tuvo la verdadera sensación de renunciar para siempre a aquel inalcanzable alivio de las fuentes espontáneas, límpidas y continuas de la vida. "Los indiferentes" (1929)
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05. Jamás había querido saber nada de los pobres, ni siquiera conocerlos de nombre. Se había negado siempre a admitir la existencia de las gentes humildes que trabajaban duramente y vivían de un modo miserable. "Viven mejor que nosotros -había dicho siempre-. Nosotros tenemos más sensibilidad y más inteligencia, y por eso sufrimos más que ellos". Y ahora, de pronto, veíase obligada a engrosar la turba de los miserables. La misma sensación de repugnancia, de humillación, de miedo, que había experimentado un día al pasar en un coche por entre una muchedumbre harapienta y amenazadora de huelguistas, oprimíala ahora. "Los indiferentes" (1929)
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06. ¿No te diste cuenta del interés que tenía en que la acompañara a su casa? ¿Sabes lo que creo? -añadió inclinándose-. Que tiene unos deseos enormes de reanudar los antiguos lazos. Por eso le miraba lánguidamente...Pero (...) tiene muchas otras cosas en que pensar antes que en esa pobre mujer. Además, si quisiera encontraría a otras mucho mejores que ella. ¡Con la figura que tiene! Está llena de envidia y de hipocresía. Cuando está delante de una dice: " ¡Qué bonita estás! ¡Qué elegante! ¡Cómo me gustas! ", y en cuanto vuelve la espalda dice lo contrario. Ya sabes que soy buena con todos, que no le encuentro defectos a nadie. Soy incapaz de matar a una mosca. Pero a ella..., ¡Oh! , a ella no la puedo sufrir. -Pero tú eres amiga suya. - ¿Y qué voy a hacer? -repuso su madre-. No se pueden decir siempre las verdades. Las conveniencias sociales obligan muy a menudo a hacer todo lo contrario de lo que una desea. De otro modo no se sabe adónde iríamos a parar. "Los indiferentes" (1929)