Frases de En brazos de la mujer madura

En brazos de la mujer madura

25 frases de En brazos de la mujer madura (In Praise of Older Women) de Stephen Vizinczey... Libro de Stephen Vizinczey.

Frases de Stephen Vizinczey

Frases de En brazos de la mujer madura Stephen Vizinczey

01. Hasta a la vida le somos infieles.


02. Nada como la estupenda sensación de cortar el cordón de tus frustraciones, de marcharte para siempre, libre e independiente.


03. Se me hace cada vez más difícil tomarme en serio.


04. ¿Cómo va la gente a aspirar a algo que no sea el dinero si nada de su entorno les recuerda a los inmortales que crearon cosas que no se devalúan con la inflación?


05. Pero todo aquello que la sociedad considera un bien principal se convierte en imperativo moral (ya sea la salvación del alma o la del cuerpo) al que no podemos renunciar sin comprometer la conciencia.


06. Estábamos perdiéndonos en un desierto de imposibilidades.


07. Vengo de una revolución -dije con fanfarronería, pero sin mostrar la cara-; a mí no puedes asustarme.


08. Una dictadura extranjera te enseña la desesperación por partida doble; ni tú ni tu país tenéis la menor importancia.


09. Puedo haber hecho muchas cosas, pero me he mantenido alejado de las puras. A ellas les asustan las consecuencias; a mí me aterran los preliminares.


10. Lo peor de este asqueroso Estado policíaco colonial no es lo que hagan contigo sino lo que podrían hacer contigo si se les ocurriera.


11. Estas pasiones sin esperanza llevan implícita la suposición de que existe una posibilidad, que si nuestro ídolo no repara en nosotros es porque hemos sido incapaces de demostrarle nuestra verdadera valía. Si pudiéramos mostrarnos como somos en realidad, revelar la profundidad de nuestros sentimientos... , ¿Cómo iba a resistírsenos? Es el nuestro un optimismo sin límites.


12. -Pareces conocerme muy bien -le dije-, de manera que no ha de serte difícil adivinar lo que siento. -Yo diría que tú deseas todo lo que puedes conseguir.


13. Bueno, creo que no debe preocuparme que seas más joven que yo -dijo cuando nos levantamos de la mesa-. Quizá no sepas mucho de la vida ni de la gente, pero sabes más que yo de lo que dicen los libros, de modo que quedamos a la par. No soporto a los individuos que son más tontos que yo.


14. - Me alegro, me alegro muchísimo. -Te quiero. - No digas eso -protestó Paola, perdiendo la alegría. Se subió la manta hasta el cuello, impidiéndome recrearme con su cuerpo-. Me haces sentir en la obligación de decir lo mismo. Y no puedo decir eso. No sería verdad. - ¡Pues vamos a mentir! - Si tú puedes mentir, yo no.


15. Ella se deleitaba en todos los movimientos, o, simplemente, sólo con tocar mis huesos y mi carne. Maya no era de esas mujeres para las que el orgasmo es la única recompensa por una actividad pesada: hacer el amor con ella era consumar una unión, no la masturbación interna de dos desconocidos en una misma cama.


16. Y, aunque espero que estas memorias sean instructivas, no han de ayudarles a conseguir que las mujeres se sientan más atraídas por ustedes de lo que ustedes se sientan por ellas. Si, en el fondo, ustedes las odian, si sueñan con humillarlas, si gozan mostrándose autoritarios, es posible que ellas les paguen con la misma moneda. Ellas les querrán y les desearán tanto como ustedes las deseen y las quieran a ellas, bendita sea su generosidad.


17. Me pregunto qué clase de vida habría sido la mía sin las meriendas de mamá. Tal vez a ellas se deba que nunca haya visto en las mujeres a enemigas, o territorios que conquistar, sino siempre aliadas y amigas. Lo cual, creo yo, es la razón por la cual ellas, a su vez, siempre han sido amables conmigo. Nunca me encontré con esas pécoras de las que se oye hablar: deben de tener mucho trabajo con los hombres que consideran a las mujeres fortalezas que hay que asaltar y arrasar.


18. (...) Su perfección me hacía pensar que otras mujeres tenían que ser igualmente maravillosas, bajo la excitante diversidad de formas y colores.


19. (...) Preferimos considerarnos fracasados a renunciar a nuestra fe en la posibilidad de que la perfección exista. Nos aferramos a la ilusión del amor eterno negando validez al temporal. Duele menos pensar: "soy superficial", "es egocéntrica", "no podíamos comunicarnos", "era sólo atracción física" que aceptar el simple hecho de que el amor es sentimiento pasajero que acaba por causas ajenas a nuestro control e, incluso, a nuestra personalidad. Pero ¿Quién puede tranquilizarse con sus propias reflexiones? No hay argumento que pueda llenar el vacío que deja el sentimiento que ha muerto: recordatorio del vacío terminal, nuestra inconstancia final.


20. Ahora parece que cuando yo pensaba que aprendía algo sobre la gente o la vida en general, no hacía sino cambiar la forma de mi inmutable ignorancia, que es lo que los filósofos compasivos llaman la naturaleza de la sabiduría.


21. Como solía decir Lajos Kossuth, jefe de la revolución de 1848, los húngaros tienen una personalidad histórica, es decir, piensan en términos históricos, en siglos y milenios, para fortalecer el ánimo frente a las nefandas potencias del momento. No es sólo que pueden contemplas mil años de historia escrita como nación, sino que, durante todo este tiempo, se ha repetido el mismo tema, por lo que es una historia que hasta el más tonto puede aprender: es una historia que habla de perder y resistir. La historia de sus derrotas y de su supervivencia es para los húngaros, como para los judíos la suya, una especie de religión; tienen la cabeza llena de calamidades que no han conseguido destruirlos. Ya hemos sido castigado por nuestros pecados pasados y futuros dice el himno nacional, expresando la desafiante autocompasión que hace de los húngaros unos vasallos tan inquietos y rebeldes, a pesar de sus muchas derrotas. Sus momentos de triunfo son muy pocos para alimentar su orgullo, pero ellos se precian de haber sobrevivido a la invasión de los tártaros (1241), la ocupación de los turcos (1526-1700), la ocupación de los austríacos (1711-1918) y la invasión de los alemanes (1944-1945). Los ciudadanos de los grandes estados se inclinan a creer que las victorias son para siempre; los húngaros concentran el pensamiento en la decadencia del poder, en la inevitable caída de los triunfadores y el resurgimiento de los vencidos. Por ello, muy pocos de nosotros pensábamos que los rusos fueran a quedarse para siempre; la cuestión se reducía a averiguar cuándo se marcharían y cómo. En suma, aborrecíamos a los rusos con un exceso de confianza y de impaciencia.


22. - Gracias a ti estoy en tan espléndida forma -dijo. - ¿Por qué? - ¿No conoces la ley de Einstein? El placer se convierte en energía.


23. Era una mujer de unos treinta y cinco años, de pelo castaño rojizo, corto y rizado, boca grande y figura rolliza pero bastante bonita, que sonreía y me miraba a los ojos, sin disimular su agrado. Dejé de sentirme a miles de millas del hogar...


24. Cuando oí la ducha, entré en la habitación. Ella no me oyó. Abrí la puerta del baño sigilosamente y la vi bajo la ducha. Impresionante. Aunque yo había visto las fotografías clavadas en las paredes de los barracones, era la primera vez que veía a una mujer de carne y hueso desnuda. No sólo era diferente: era como un milagro.


25. Cómo puede uno amar a los demás si no se ama a sí mismo?

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