25 frases de El invierno en Lisboa de Antonio Muñoz Molina... Libro de Antonio Muñoz Molina.
Frases de Antonio Muñoz Molina
Frases de El invierno en Lisboa Antonio Muñoz Molina
01. Reconocían los secretos himnos que los habían confabulado desde antes de que se conocieran... Más tarde, cuando los escuchaban juntos, les parecieron atributos de la simetría de sus dos vidas anteriores, augurios de un azar que lo dispuso todo para que se encontraran.
02. Reconocí su manera de andar mientras cruzaba la calle, ya convertida en una lejana mancha blanca entre la multitud, perdida en ella, invisible, súbitamente borrada tras los paraguas abiertos y los automóviles, como si nunca hubiese existido.
03. No probó su café. Se levantaron al mismo tiempo los dos y permanecieron inmóviles, separados por la mesa, por el ruido del bar, alojados ya en el lugar futuro donde a cada uno lo confinaría la distancia... Biralbo aún seguía de pie, pero Lucrecia ya había desaparecido en la zona de la zona de la sombra... En el reverso de una tarjeta de Malcom había escrito a lápiz una dirección de Berlín.
04. Acaso seguía viendo no el dolor ni las firmes palabras, sino las cosas banales que habían trenzado, sin que se diera cuenta, su vida, aquella nota, por ejemplo, que contenía la hora y el lugar de una cita, y que él siguió guardando, cuando ya le parecía el residuo de la vida de otro.
05. Hay ocasiones en las que uno tarda una fracción de segundo en aceptar la brusca ausencia de todo lo que le ha pertenecido: igual que la luz es más veloz que el sonido, la conciencia es más rápida que el dolor, y nos deslumbra como un relámpago que sucede en silencio. Por eso aquella noche Biralbo no sentía nada contemplando a Lucrecia ni comprendía del todo lo que significaban sus palabras ni la expresión de su rostro. El verdadero dolor llegó varias horas más tarde, y fue entonces cuando quiso recordar una por una las palabras que los dos habían dicho y no pudo lograrlo. Supo que la ausencia era esa neutra sensación de vacío.
06. Cuando lo vi volver, alto y oscilante, las manos hundidas en los bolsillos de su gran abrigo abierto y con las solapas levantadas, entendí que había en él esa intensa sugestión de carácter que tienen siempre los portadores de una historia, como los portadores de un revólver. Pero no estoy haciendo una vana comparación literaria: él tenía una historia y guardaba un revólver.
07. Ascensores casi nunca compartidos con nadie en los que sin embargo hallaba señales de huéspedes tan desconocidos y solos como él (...) ese olor del aire fatigado por la respiración de gente invisible.
08. A los pocos pasos ya parecía estar muy lejos.
09. Con aire de calculado extravío, con su atenta sonrisa que lo ignoraba a uno al tiempo que lo envolvía sin motivo en una certidumbre cálida de predilección, como si uno no le importara nada o fuera exactamente la persona que ella deseaba ver en aquel justo instante.
10. Las notas de una canción cuyo título no supe recordar, tuve un brusco presentimiento de algo, tal vez una abstracta sensación de pasado que algunas veces he percibido en la música, y cuando me volví aún no sabía que lo que estaba reconociendo era una noche perdida en el Lady Bird, en San Sebastián...
11. Los domingos me levantaba muy tarde y desayunaba cerveza, me avergonzaba un poco pedir café con leche a mediodía en un bar. En las mañanas de los domingos invernales hay en ciertos lugares de Madrid una apacible y fría luz que depura como en el vacío la transparencia del aire, una claridad que hace más agudas las aristas blancas de los edificios y en la que los pasos y las voces resuenan como en una ciudad desierta.
12. Subía el miedo hacia mí como un sonido de sirenas lejanas: era una sensación de intemperie, de soledad y viento frío de invierno, como si los muros del hotel y sus puertas cerradas ya no pudieran defenderme.
13. Se encogió de hombros como si tuviera frío -da igual. Entonces yo sólo existía si alguien pensaba en mí. Se me ocurrió que si eso era cierto yo nunca había existido.
14. Amaba en cada minuto la plenitud del tiempo con la serena avaricia de quien por primera vez tiene ante sí más horas y monedas de las que nunca se atrevió a apetecer.
15. Habían nacido para fugitivos, amaron siempre las películas, la música, las ciudades extranjeras.
16. Estaciones casi desiertas donde hombres de piel oscura miraban el tren como si llevaran mucho tiempo esperándolo y luego no subían a él.
17. Máscaras oscuras, ojos rasgados, de pupilas frías, facciones pálidas e inmóviles en zaguanes de bombillas rojas, párpados azules, sonrisas como de labios cortados que sostenían cigarrillos.
18. Entendió que era mentira el olvido y que la única verdad (...) Se había refugiado en los sueños, donde la voluntad y el rencor no podían alcanzarla.
19. Había recordado y perdido sueños en los que un tibio dolor iluminaba la felicidad intacta de los mejores días (...) Y los desvanecidos colores que sólo entonces tuvo el mundo.
20. Tan propicia y futura, tan iluminada como esas ciudades a donde estamos a punto de llegar por primera vez.
21. Tal vez en aquella extraña luz que no parecía venida de ninguna parte obtuvieron al verse (...) El fulgor con que les era posible descubrirse en el tiempo tras la absolución de la memoria.
22. (...) Era como si se fuese gastando, me dijo, como si lo gastara el roce del aire, el trato con la gente, la ausencia. Había entendido entonces la lentitud del tiempo en los lugares cerrados donde no entra nadie, la tenacidad del óxido, que tarda siglos en desfigurar un cuadro o volver polvo una estatua de piedra.
23. Volvió cuando Biralbo ya había dejado de esperarla: no vino del pasado ni de Berlín ilusorio de las postales y las cartas, sino de la pura ausencia, del vacío.
24. Entendí que ese hallazgo no desmentía su reprobación del pasado. La confirmaba más bien, de una manera oblicua y acaso negativa, como confirman el infortunio y el dolor la voluntad de estar vivo, como confirma el silencio, habría dicho él, la verdad de la música...
25. (...) Capaz de mantenerse invulnerable e idéntica a si misma en cualquier lugar que estuviera...