Frases de El amor molesto

El amor molesto

4 frases de El amor molesto (L'amore molesto) de Elena Ferrante... Libro de Elena Ferrante.

Frases de Elena Ferrante

Frases de El amor molesto Elena Ferrante

01. La infancia es una fábrica de mentiras que perduran imperfectamente; la mía al menos había sido así. Pero sentía las voces de los niños en la calle y me parecía que no eran diferentes de cómo yo había sido; chillaban en el mismo dialecto; cada uno de ellos se creía otra cosa; eran invenciones, mientras pasaban las tardes en las aceras desoladas bajo la mirada del hombre de la camiseta. Corrían en los triciclos e intercambiaban insultos alternándolos con gritos penetrantes de alegría. Insultos con fondo sexual; en su jerga obscena se insertaba a veces, con obscenidad aún más sangrienta, la voz del hombre de la barra.


02. Ahora que estaba muerta, alguien le había raspado los cabellos y le había deformado el rostro para reducirla a mi cuerpo. Sucedía después de que, durante años, por odio, por miedo, hubiera deseado perder todas sus raíces, hasta las más profundas: sus gestos, las inflexiones de su voz, el modo de agarrar un vaso o beber de una taza, cómo se ponía una falda, cómo un vestido, el orden de los objetos en la cocina, en los cajones, las modalidades de los lavados más íntimos, los gustos alimentarios, las repulsiones, los entusiasmos, y luego la lengua, la ciudad, los ritmos de la respiración. Todo rehecho, para convertirme en yo y separarme de ella.


03. Cuando se entra en la casa de una persona muerta recientemente, es difícil creerla desierta. Las casas no conservan fantasmas, pero mantienen los efectos de los últimos gestos de vida. Lo primero que oí fue el chorro de agua que llegaba desde la cocina, y durante una fracción de segundo, con una brusca torsión de lo verdadero y lo falso, pensé que mi madre no estaba muerta, que su muerte había sido solo el objeto de una larga y angustiosa fantasía iniciada quién sabe cuándo. Tenía la seguridad de que estaba en casa, viva, de pie delante del fregadero, lavando los platos y murmurando para sí misma. Pero los postigos estaban cerrados y el piso a oscuras. Encendí la luz y vi el viejo grifo de latón que vertía agua copiosamente en el fregadero vacío.


04. Por otro lado, no había querido o no había logrado arraigar a alguien en mí. Después de un tiempo, también había perdido la posibilidad de tener hijos. Ningún ser humano se separaría de mí con la angustia con la que yo me había separado de mi madre solo porque no había logrado adherirme a ella definitivamente. No habría nadie más y nadie menos entre yo y otro hecho de mí. Seguiría siendo yo, hasta el fin, infeliz, descontenta de lo que había arrastrado furtivamente fuera del cuerpo de Amalia. Poco, demasiado poco, el botín que había logrado arrebatarle arrancándolo a su sangre, a su vientre y a la medida de su aliento, para esconderlo en el cuerpo, en la materia iracunda del cerebro. Insuficiente. ¡Qué maquillaje ingenuo y atolondrado había sido tratar de definir como «yo» esa fuga obligada de un cuerpo de mujer, aunque me hubiese llevado de él menos que nada! No era ningún yo. Y estaba perpleja: no sabía si lo que iba descubriendo y contándome, desde que ella no existía y no podía rebatirlo, me producía más horror o más placer.

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