Frases de Descanso de caminantes

Descanso de caminantes

14 frases de Descanso de caminantes de Adolfo Bioy Casares... Obra póstuma que recopila parte de sus diarios entre 1975 y 1989, donde retrata la fisonomía de su tiempo y, en especial, el mundillo literario contemporáneo y sus protagonistas.

Frases de Adolfo Bioy Casares

Frases de Descanso de caminantes Adolfo Bioy Casares

01. Un médico es la conjunción de un guardapolvo, un estetoscopio y una jerga.


02. El domingo los trabajadores están con sus mujeres y los ociosos, por fin, sin ellas.


03. Los premios son buenos para quien no los espera ni los busca y pésimos para el carácter y la integridad de quien trata de conseguirlos. Para mí provienen de grandes ruedas de tómbolas que giran a mis espaldas y de cuya existencia me acuerdo cuando leo en los diarios el fallo del jurado.


04. Soñé que tenía una muchacha artificial, que todo el mundo suponía natural, ya que nada salvo la condición (secreta) de no envejecer, no morir, la distinguía de cualquier muchacha. Era mi madre (joven). Hablaba de todo con ella, aunque no de su verdadera índole, porque hubiera sido de mal gusto (penoso para ella).


05. La vida es difícil. Para estar en paz con uno mismo hay que decir la verdad. Para estar en paz con el prójimo hay que mentir.


06. La gente fuerte se abre camino sola. De joven yo no me sentía solidario con los jóvenes; la juventud no era una categoría que me interesara (sí la inteligencia, la iniciativa, la belleza). Los otros días vi en el cine a una chica rubia y linda que besaba cariñosamente a un viejo y pensé: Qué simpática (ojalá yo tuviera una así). Lo que pasa es que ahora hago causa común con los viejos. Los débiles necesitan agremiarse.


07. Revolución: movimiento político que ilusiona a muchos, desilusiona a más, incomoda a casi todos y enriquece extraordinariamente a unos pocos. Goza de firme prestigio.


08. Llega un momento en la vida en que no importa perder oportunidades. Ya no importa que nos vaya bien o que nos vaya mal.


09. La circunstancia de que nuestro último acto, el de morir, sea ocasionalmente engorroso, deja ver la inutilidad de la vida.


10. Más exclusivamente que en la vigilia, en el sueño somos nosotros. Contribuimos con todo el reparto.


11. Debió de recibir una buena noticia, porque ayer tenía el pelo blanco y hoy apareció completamente rubia.


12. Mi casa está ruinosa. Se descascaran las paredes, convivo con las cucarachas. El desorden progresa y cubre todos los espacios. Diariamente algo se extravía en el desorden. Silvina tiene las mesas tan atestadas de papeles que al pasar uno provoca desmoronamientos. En algún sillón del dormitorio hay un misceláneo monolito de ropa usada. Por los menos cuartos principales están clausurados. El temor de que importantes papeles de Silvina se pierdan, impide que voluntarios pongan orden. El temor de que un envenenamiento por el olor a pintura afecte los ojos y la garganta de Silvina, impiden que se arreglen paredes y techos. El tema de que un insecticida afecte la salud de Silvina, protege la salud de las polillas, hormigas y cucarachas. Al campo casi no puedo ir. Si me quedo allá más de un día, Silvina desespera. Si voy con ella y la hernia amenaza, sobrevendrá un mal momento.


13. No he notado en las feministas mayor simpatía por las otras mujeres.


14. Ayer tuve una prueba de que en la memoria guardamos todo. Una prueba, al menos, para una mente como la mía, racional y pragmática, pero desprovista de conocimientos científicos. Cuando salía para una reunión de Estancias, a las 5 menos veinte de la tarde, mientras ponía en marcha el motor de mi auto, recordé las palabras mascula siente. Muy pronto recordé su origen: estaban en unos versos latinos que dictó —no parece que los estudiáramos, sino con curiosidad—. Albesa, nuestro profesor de latín, de primer año en el Instituto Libre (yo era entonces, en 1929, un chico tímido, que no sabía nada de latín); Albesa tenía gruesos labios protuberantes, que al pronunciar las palabras, las rodeaba de una suerte de vibrátil zumbido. No puedo, pues, confiar en la ortografía de las palabras que componen esos versos. A lo largo de las horas de lo que restaba del día fueron recomponiéndose algunas líneas y esta mañana la estrofita íntegra apareció en mi memoria. Insisto: hay palabras que sin duda están mal escritas; no confío demasiado (léase: nada) en mi distribución en versos. Yo las había apuntado en mi libreta; nunca vio ni corrigió esos apuntes el profesor, y yo nunca las cotejé con una versión impresa. El único mérito atribuible a estos versitos sería tal vez el de ayudar la memoria. Parecen tener realmente esa virtud. Fueron inventados por frailes, hace quién sabe cuántos años con propósitos didácticos. Hoy sobreviven, por lo menos, en un viejo que no podría repetir de memoria ningún verso de Virgilio y que no sabe, ni supo, latín.

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