Frases de Seweryna Szmaglewska - Página 3

01. A principios de octubre los judíos del Sonderkommando, que trabajaban en el crematorio, se rebelan. La rebelión está prevista para la noche, pero estalla antes, por la tarde. A pesar de la precipitación, consiguen calcinar el crematorio y una parte logra escaparse del campo. Los disparos y los silbatos te sacan de los barracones en el momento en el que el tan odiado edificio del crematorio está envuelto en llamas, mientras que un grupo de judíos huye en dirección al sudoeste, hacia las praderas, y de paso corta la alambrada del campo de mujeres por el lado oeste. Por la noche hay un ataque aéreo muy intenso. Se apagan las luces que iluminan las alambradas y entonces sientes rabia porque la fuga, que se ha producido demasiado temprano, pudo haber salido mejor.

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02. Cuando el tren entra en la rampa, algo que sucede por regla general durante la noche, los SS y el Sonderkommando apremian a los judíos para que se bajen de los vagones, y los obligan a entregar sus pertenencias. Los intentos ingenuos de resistencia terminan mal; esos verdugos borrachos saben lo que tienen que hacer para que sus órdenes se cumplan de inmediato. Conducen a las personas al crematorio. Sus pertenencias se quedan, sin embargo, en la rampa. Traen cosas suficientes para satisfacer a las personas más codiciosas. Esos borrachos de la SS nadan en la abundancia, hasta el punto de pisotear las joyas sin dignarse recogerlas. Viven en una alegre orgía: quizá de este modo quieren ahogar los sentimientos humanos que no pueden permanecer ciegos ante las escenas que allí se viven.

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03. El campo va a ser liberado. Cuando oyes esta noticia por primera vez sientes una conmoción como si te enfrentaras a la noticia de un nacimiento o de una muerte. No es ni alegría ni temor, sólo una conmoción. Basta con mirar los ojos de los prisioneros para saber quién sabe la noticia y quién no la conoce. Da igual que sea un hombre joven o una mujer mayor; su expresión es la misma. Percibes que han tomado la decisión firme de ser liberados o de morir en el intento, y que están llenos de alegría por haberla tomado. Aunque no todos lo saben desde el principio, entre los prisioneros no hay paredes ni puertas tras las cuales puedas esconderte. Siempre vives a la vista de otros. Los unos observan a los otros y de este modo, en un tiempo breve, todos se enteran de los secretos. Y todos se preparan.

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04. No puedes comportarte como un hermano, pero sí te dejan actuar como una hiena. Por cada mano que decide no participar en el botín, hay diez manos, cientos y miles de ellas que buscarán hasta el objeto más nimio. Algunos dicen que es mejor coger lo que se pueda antes de dejárselo a los alemanes. Pero sólo es una excusa más para tu avaricia. Una vez que has dado el primer paso comienzas poco a poco a cambiar de actitud. La idea de apropiarse de lo ajeno, aunque sea por un tiempo breve, seduce a muchos. Birkenau se ha convertido en una selva en la que resulta fácil perder el rumbo. Aquí caen los caparazones de los principios, los moldes de las buenas conductas que a veces en una vida normal pueden ayudar a un hombre, a un don nadie, a atravesar muchas situaciones de manera ejemplar sin que se dé cuenta de que es un cero a la izquierda.

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05. A continuación, después de coger las toallas que les entregan los prisioneros judíos empleados en el Sonderkommando, recorren tranquilos el largo pasillo que conduce al "baño y desinfección de ropa". Entran en una sala enorme en la que sólo hay uno agujeros, ahora cerrados, que parecen destinados a la ventilación del lugar. Las lámparas eléctricas están empotradas en el techo. Cuando se cierra la puerta detrás de la última persona del grupo, caen de los agujeros de arriba unos terroncillos azules. Es el gas, el zyklon b. No, no es tan fácil morir a causa del gas, no es una muerte rápida. Se sabe que debido al gran número de judíos que los alemanes panean gasificar, o quizá también por otros motivos, ahorran con el gas. Con una dosis suficiente de Blaugas (gas azul o zyklon b) la muerte es instantánea; pero la que se suministra aquí causa una lenta agonía.

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06. (...) Entre los barracones hay gente atareada, gente de aspecto sano, están ocupados, están en activo: comen, se lavan, hacen una vida normal. Eso les llena de fe. Piensas ilusamente que en este espacio edificado con barracones también ellos, los recién llegados, encontrarán su sitio. Sólo esperan una palabra de confirmación por parte de las personas que llegan a la rampa desde los barracones. Pero los prisioneros les responden con su silencio. No pueden hacer otra cosa, porque no están solos ni siquiera durante una fracción de segundo; los observan sin cesar los ojos de los SS del Departamento Político, de los comandantes, de los médicos de las SS que se encargan de distribuir la muerte. Aunque estén borrachos, sus ojos son a veces muy eficaces. En medio de la tensión que se vive en la rampa no te puedes permitir ninguna infracción: de lo contrario, lo que te espera es una bala de revólver.

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07. Los ataques aéreos son cada vez más frecuentes. Las sirenas de Oswiecim y de Birkenau, y de toda la región de Silesia, aúllan asustadas. Para los prisioneros su sonido es una música alegre. Al oírlas, los SS corren a toda prisa hacia la puerta y se tumban en las trincheras y allí se quedan mientras dura el ataque. Es un anticipo de la libertad. Los presos saben que durante los bombardeos los SS no aparecerán. Así que dejan de trabajar y contemplan el espectáculo. No están obligados a ponerse a cubierto en las trincheras y en esos momentos se pueden permitir expresar sus sentimientos sin tapujos. Ahora, entre el azul del cielo, muy arriba, aparece una escuadrilla. Brilla junto al sol, a veces desaparece para después emerger de nuevo en el cielo. En la puerta de un barracón hay un grupo de prisioneros de pie que miran hacia arriba. Es imposible describir la emoción que sientes cuando recuperas la fe.

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08. El tiempo soleado que cae como un polvo dorado sobre las praderas y campos que ves a través de la alambrada desde esta parte del campo de concentración es sólo una ilusión. Todo es una ilusión, todo lo que alguna vez te pareció real es ilusorio. Lo único seguro, indudable y real es el humo. Está en los barracones y en el espacio que hay entre ellos, bajo el cielo y sobre la tierra. El humo permanece denso e inmóvil en el mudable aire como un cuerpo sólido, y te inunda la boca, la garganta, los pulmones y la nariz, se pega a tu ropa, impregna la comida. De los dos crematorios más cercanos salen dos columnas, como olas oscuras que se alzan directamente hacia el cielo, para luego descender serpenteando hacia el suelo. A veces, en medio de esa lava oscura estalla un fuego de llamas vivas, que sale disparado de la garganta de la chimenea hacia el claro azul del cielo desgarrando a su paso el humo negro. Al cabo de un rato, el fuego cesa. A veces, sobre todo por las tardes, los crematorios escupen fuego durante largas horas, incluso hasta la mañana siguiente.

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09. Como de costumbre, la selección se hace en la rampa. Después de que los prisioneros hayan dejado sus provisiones y sus equipajes al lado de los vagones, envían a la mayoría al crematorio y sólo un porcentaje mínimo entra en el campo de concentración. Muchos de los "afortunados" se vuelven locos o están al borde de la locura, cuando se dan cuenta de que sus allegados los han quemado o los están quemando en ese mismo momento. Ése fue el caso de una joven judía de Lodz que se echó sobre la alambrada durante el día, cuando no hay electricidad, y después trepó por la empalizada queriendo salir al exterior, es decir, al camino entre los campos. Les costó bajarla de allí. Una vez abajo la mujer, que estaba sangrando, se quedó con la mirada inmóvil clavada en la columna de humo. Sólo una cosa absorbía sus pensamientos, no la podía entender, pero tampoco podía dejar de pensar en ella. La joven repetía todo el tiempo lo mismo: - Los alemanes son personas. Nosotros judíos también somos personas, ¿verdad? Nosotros judíos somos personas y los alemanes también son personas.

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10. La locomotora va dejando los vagones en la vía que hay entre el campo de mujeres y el de los gitanos. Cuando las mujeres se acercan a la alambrada a la hora de comer ven que los vagones del tren tapan la vista del campo como un muro inmóvil. Pero en el campo de concentración los prisioneros han aprendido a ser más fuertes que los obstáculos. Hablan con los vagones de por medio. Algunos se agachan y se hacen señales por debajo de las ruedas del tren que está aparcado en la rampa elevada, otros están justo uno enfrente de tal modo que se pueden ver en el espacio que media entre un vagón y el siguiente. El tren es un obstáculo fuerte para la voz. Además, aunque grites, el viento que hoy sopla con mucha fuerza frena las palabras y se las lleva. Las palabras no se oyen. Los prisioneros se ponen las manos alrededor de la boca y gritan las palabras despacio; pero es inútil: unos brazos abiertos de par en par es la única respuesta que reciben. Se quedan sólo con la posibilidad de mirar a la persona querida a través de ese mismo tren de mercancías que pronto los separará. Sólo pueden comunicarse con gestos.

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11. Ante el increíble caos reinante y la imposibilidad de verificar la identidad de las miles de personas que vivían o habían muerto en el campo, las autoridades del campo decidieron identificar a los prisioneros con un tatuaje. Al adoptar esta medida, cometieron un gran error táctico. Hoy es posible comprobar de forma visible qué porcentaje tan exiguo de los prisioneros de Oswiecim [Auschwitz] quedó con vida. Aunque destruyeran los documentos y nos obligaran a arrojar al fuego carros enteros de Todesmeldungen (certificados de defunción), nos basta conocer el número final de registro para calcular cuántas personas murieron en Oswiecim. Cientos de miles de personas entraron en el campo de concentración. ¿Dónde están ahora? Apenas varios miles consiguieron salir de él con vida. Los alemanes no sospechaban que con el tiempo, aquellos números estampados en los brazos de los prisioneros se convertirían en documentos. Al tatuar a los prisioneros, plantaron en la tierra miles, decenas de miles, centenares de miles de pruebas vivientes. ¿Qué ocurriría si los convocáramos una vez más para un recuento general? ¿Y si intentáramos colocarlos en filas de cinco para averiguar cuántos quedaron? Sé que el resultado sería deprimente. Nos presentaríamos sólo unos pocos, unos cuantos documentos vivos de aquella tragedia, algunos eslabones aislados de aquella kilométrica cadena humana, a los que un capricho del destino salvó de la muerte.

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Seweryna Szmaglewska

Seweryna Szmaglewska

Escritora, novelista y cuentista polaca, autora de la primera obra testimonial de un superviviente de un campo de exterminio nazi -"Una mujer en Birkenau" (1945)-, además de las obras "Pan y esperanza" (1958), "Pies negros" (1960), "Un lugar vacío en la mesa" (1963) y "Dos personas tristes" (1986).

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