01. Yo vivo de lo poco que aún me queda de usted, su perfume, su acento, una lágrima suya que mitigó mi sed.
02. ¿Quién te dijo que el alma padecía, si alma no tengo? ¿Quién te dijo que fuese fantasmal la esencia mía?
03. ¿Quién te dijo que no pueden vivir cuerpos sin alma...? ¿Quién te dijo, que no me conoció...?
04. El oro del presente cambié por el de ayer la espuma... El humo... El viento... Angustia de las cosas que son para no ser.
05. Sabia virtud de conocer el tiempo; a tiempo amar y desatarse a tiempo.
06. Vivo de una sonrisa que usted no supo cuándo me donó.
07. Todo es ahora luz desvanecida, tibieza, soledad, último amor...
08. ¿Qué cosa entiende usted por lealtad, mi coronel? ¡Contra lo que usted se imagina, lealtad no es jugar con cartas limpias, sino con cartas iguales, porque jugar limpio contra quien juega sucio, no es lealtad, mi coronel, es, si acaso, florete contra ametralladora, resistencia pasiva, gandhismo, teosofía, y, aquí entre nosotros, pureza de convicciones, vasconcelismo, jugar al pendejo, dieta vegetariana y ludibrio de amigos y enemigos.
09. ¡París!... Una mañana, casi de madrugada, llegué a París; el agua de un cielo turbio caía monótona y monocroma sobre un París negro y maloliente; busquemos, dije, al camarada José Antonio; y recorriendo calles en busca del susodicho camarada, sentí que me invadía poco a poco la más grata sorpresa, la sorpresa de no sentir emoción alguna frente al tantos años acariciado, algunas veces galvanizado y en ocasiones refrigerado sueño, hecho ya en ese momento, realidad: ¡París!