01. Verdad es que siempre he sido un hombre sin razón de ser.
02. Sufría del alma y de la ingenuidad del corazón: dos tiranías que abaten siempre al hombre sensible.
03. La verdad, ni yo sabía lo que quería, pero me moría a su lado: su contacto estremecía todo mi ser...
04. La capacidad de abyección supera la imaginación más exaltada. De todos los seres que pueblan la tierra, sólo el género humano puede degradarse a tal extremo.
05. Pero, ¿Qué importancia puede tener esto para el creador, si cuando una piedra cae del cielo, lo mismo aplasta sobre la tierra a un grano de maíz que a un hombre que es todo razón de ser?
06. (...) Pero Adrián no se fijaba en los seres humanos. Ávido, llenaba sus pulmones con el aire puro que surgía de la arena recientemente regada y se confundía, como en un bálsamo, con el olor de las flores.
07. El hombre es cobarde y cuando no es él el que aprecia la vida, es entonces la vida la que le ha tomado aprecio a él; pareciendo todo cosa del mismo demonio, ya que el fin de la creación no fue poblar la tierra de seres dignos sino de animales.
08. ¡Un hermano de cruz! ¡Eso es otra cosa! ¡Una cosa que acaso no exista! Un hermano de cruz es alguien por sí mismo, no por otro, y por eso su amor es grande, desinteresado, precioso a nuestro corazón. Porque, ya ves tú, haciendo favores es fácil hacerse querer...
09. Contempló por un momento las luces múltiples de los barcos y su irrefrenable anhelo de viajar le estalló en el pecho como un profundo suspiro: - ¡Dios mío! ¡Qué magnífico estar en alguno de esos barcos, cruzar los mares, descubrir otras playas, ver otros mundos...!
10. A no ser por la mirada de sus ojos, feroces por naturaleza, y por su corpulencia de criminal, hubiera creído tener ante mí a uno de esos trabajadores del puerto que se llaman "vagoneros", hombres muy aficionados a la bebida y feroces para el amor en los días de fiesta.
11. (...) Todas nuestras desgracias no están en lo poco que acabo de contarte y que son cosas pasadas. Aunque hay otras. No quisiera decirlas. ¿Para qué? Aquellos que gustarían, como tú, desposarme y que las conocieran, no avanzarían más. Vale más doblegarse ante el destino.
12. En la casa de mi madre todo invitaba al amor. Era un paraíso del amor. Amor se respiraba y amor se bebía; la belleza de las dos mujeres, sus amantes, los perfumes, los cantos, la música, los bailes..., y hasta la grotesca y dramática huida de los invitados me parecía voluptuosa y apasionada.