01. La verdad es aquí algo más sutil y extraordinario que cualquier milagro físico. No importa. Lo importante fue que, cuando vi las estrellas -que se lanzaban desordenadamente en todas direcciones según el capricho de sus propias naturalezas salvajes, y sin embargo confirmando las leyes con todos sus movimientos --, el horror confuso que tanto me había atormentado se me reveló por primera vez en toda su verdad y belleza. Y comprendí que el período de mi ceguera había terminado.
02. En este mundo apasionadamente social, la soledad atenazaba el espíritu. La gente buscaba continuamente una unión que nunca se realizaba. Todo el mundo sufría el terror de estar solo consigo mismo; sin embargo, cuando se reunían, y a pesar de que se creía firmemente en una camaradería universal, estos curiosos seres estaban tan separados unos de otros como las estrellas. Pues todos buscaban en los ojos del prójimo una imagen de sí mismos, y nunca veían otra cosa. Y si la veían, se sentían ultrajados y asustados.
03. Muy pronto los cielos presentaron un aspecto extraordinario, pues todas las estrellas que estaban detrás de mí fueron de un rojo encendido, mientras que las de adelante eran de un color violeta. Rubíes atrás, amatistas delante. Rodeando las constelaciones rojas se extendía un área de estrellas de topacio, y alrededor de las constelaciones de amatista un área de zafiros. Junto a mi curso, de los dos lados, los colores empalidecían hasta transformarse en el color blanco normal de los familiares diamantes del cielo.
04. En la primera fase de nuestra aventura, cuando, como se ha dicho, nuestros poderes de exploración telepática no se habían desarrollado aún totalmente, los mundos en que entrábamos estaban en el umbral de la misma crisis espiritual que habíamos conocido tan bien en nuestros propios planetas. Esta crisis, entendí, tenía dos aspectos. Era a la vez un momento de la lucha del espíritu, que intentaba llegar a una verdadera comunidad mundial, y una etapa en la larga tarea de alcanzar la actitud espiritual correcta, finalmente apropiada, hacia el Universo.
05. Muchos aspectos de esta visión os recordarán a vuestros místicos; sin embargo, entre ellos y nosotros existe mucha más diferencia que similitud, tanto en el tema como en la manera de pensar. Pues, mientras que ellos creen que el cosmos es perfecto, nosotros sólo estamos seguros de que es muy hermoso. Mientras que ellos llegan a esa conclusión sin ayuda del intelecto, nosotros nos hemos valido de él en todas las etapas. Así, aunque respecto de las conclusiones estamos más de acuerdo con vuestros místicos que con vuestros aplicados intelectuales, respecto del método aprobamos más a los intelectuales, pues ellos rehusaron engañarse a sí mismos con cómodas fantasías.
06. En mi agonía yo grité contra mi implacable hacedor. Grité que al fin y al cabo la criatura es más noble que el creador, pues la criatura ama y desea el amor, aun el amor de esa estrella llamada el Hacedor de Estrellas; pero el creador, el Hacedor de Estrellas, ni amaba ni necesitaba amar. Pero tan pronto como yo, míseramente ciego, di ese grito, me sentí consumido de vergüenza. Pero se me hizo evidente de pronto que la virtud del creador no es lo mismo que la virtud en la criatura. Pues el creador, si ama a su criatura, no ama en realidad más que una parte de sí mismo; perola criatura, al alabar a su creador, alaba a una infinitud que está más allá de sí misma. Advertí que la virtud de la criatura era amar y adorar, y que la virtud del creador era crear y ser la meta incomprensible, inalcanzable e infinita de las criaturas.
07. Sentado allí en el seto, en el grano planetario, me encogí alejándome de los abismos que se abrían a los lados y en el futuro. La oscuridad silenciosa, lo desconocido e informe, eran más temibles que todos los terrores alimentados por la imaginación. La mente miraba alrededor y no veía nada indudable, nada en toda la experiencia humana que pudiese ser realmente cierto, salvo la misma falta de certeza, nada sino una oscuridad engendrada por una densa niebla de teorías. La ciencia del hombre era una mera neblina de números, su filosofía una bruma de palabras. Aun la percepción que tenía de este grano de arena y de todas sus maravillas no era sino una cambiante y engañosa apariencia. Aun uno mismo, ese hecho aparentemente central, era un mero fantasma, tan engañoso que el más honesto de los hombres tiene que cuestionar su propia honestidad, tan insustancial que debe dudar de su propia existencia.