01. Su madre le esperaba de pie en medio de la habitación, muy quieta, protegiéndose los ojos del sol y sonriendo. En vez del uniforme de la prisión, llevaba una sencilla camisa blanca y pantalones. Nada de esposas o cadenas en los tobillos. Parecía un ángel. Como si ya estuviera en el cielo. Ella abrió los brazos y lo abrazó con fuerza. Pasó un largo rato hasta que alguno de los dos pudo hablar. Él se había prometido que no lloraría. Finalmente se separaron y ella lo inspeccionó. Luego sonrió y le pasó la mano por el pelo. -Necesitas un corte de pelo, jovencito. -Ahora todo el mundo lo lleva largo. "El hombre que quería ser valiente" (2010)
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02. Dos semanas antes de lo previsto, voló a Vancouver e ingresó en Greenpeace. El trabajo no era ni muy duro ni verdaderamente emocionante, pero la gente que conoció lo compensó sobradamente e hizo muchas amistades. Lo más destacado eran las excursiones que hacían en kayak por el mar, explorando ensenadas situadas más arriba de la costa. Observaban a los osos pescar salmones en los bajíos y remaban a lo largo de las manadas de orcas, tan cerca de ellas que podían estirar la mano y tocarlas. De noche acampaban junto a la orilla y escuchaban los soplidos de las ballenas y los aullidos lejanos de los lobos en el bosque que los rodeaba. "Cuando el abismo separa" (2005)
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03. Cuando se autoexaminaba en busca de autocompasión, cosa que se había impuesto con regularidad, no encontraba el menor rastro. Todos -bueno quizá no todos, pero sí mucha gente- albergaban esas grandes ideas sobre la fama y la fortuna en su juventud. Y con la edad se volvían realistas y se conformaban con menos. O quizá simplemente descubrían que había otras cosas más importantes en la vida. Por lo que Ed había comprendido, aquellos que llegaban a lo más alto -al menos en el mundo de la música y del espectáculo- por lo general no acababan más felices que los demás. Más ricos sin duda, pero no más felices. "A través del fuego" (2001)
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04. Cesaron los estertores y sacudidas del viejo alce. La luna, que ascendía por el firmamento, se reflejó en sus ojos, negros y sin vida. Sólo entonces soltó a su presa el macho dominante. Sentado en sus cuartos traseros, apuntó al cielo con su hocico empapado de sangre y aulló. Todos los miembros de su familia levantaron la cabeza y le imitaron, tanto los protagonistas de la caza como sus espectadores. La muerte había ocupado el lugar de la vida; y así, a través de la muerte, la vida veía garantizada su continuidad. En aquel todo sangriento, vivos y muertos quedaban unidos por un ciclo tan antiguo e inmutable como la luna que describía su órbita por encima de sus cabezas. "Tierra de lobos" (1998)
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05. Era difícil perderse en Missoula aunque uno lo intentase. Allí donde uno estuviera, lo único que tenía que hacer para orientarse era mirar a su alrededor y buscar la gran letra M, grabada en relieve sobre un fondo blanco en mitad de la empinada elevación cubierta de hierba que se alzaba en la orilla sur del río Clark Fork. Pese a no ser más que una colina, se llamaba monte Sentinel, y si se tenían las piernas, los pulmones y la inclinación a recorrer a pie el sendero que ascendía sinuosamente por ella, desde la altura del letrero se podía mirar al otro lado del pueblo y contemplar una imagen del bosque y la montaña espolvoreada con la nieve de principios de otoño digna de un folleto turístico. "Cuando el abismo separa" (2005)
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06. Pero los lobos no eran los únicos cazadores. Los depredadores humanos habían subido a cobrar sus piezas. Hacía un mes que hombres vestidos de verde y marrón merodeaban por los cañones, con rostros manchados de barro y espaldas cargadas con arcos y afiladas flechas. Dejaban a su paso montones de vísceras que los lobos comían a falta de presas propias, es decir, bastante a menudo. Faltaba poco para que llegaran otros hombres vestidos de naranja chillón, hombres con armas de fuego. Algunos recorrerían los bosques en sus vehículos, disparando a cuanto se les pusiera a tiro. Los más románticos se impregnarían con sustancias olorosas segregadas por glándulas de ciervo, o cual silvestres sirenas imitarían la brama para atraer a los animales en celo. Durante un mes todo sería una vorágine de apareamiento y muerte, mientras la vida era esparcida con ardiente desenfreno y cosechada a sangre fría. "Tierra de lobos" (1998)
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07. Desde la era neolítica, cuando se le colocó el primer ronzal a un caballo, ha habido hombres que así lo comprendieron. Podían escrutar el alma del bruto y aliviar las heridas que encontraban en ella. A menudo se los tenía por brujos, y tal vez lo fueran. Algunos forjaban su magia con huesos de sapos cogidos de arroyos en noches de luna llena. Otros, se decía, eran capaces con una mirada de anclar en la tierra los cascos de un tiro que estaba arando. Había gitanos y comediantes, chamanes y charlatanes. Y los que realmente poseían ese don solían guardarlo celosamente, pues se decía que quien podía hacer salir a un demonio, también podía obligarlo a entrar. Quien conseguía apaciguar un caballo posiblemente terminaría ardiendo en la plaza del pueblo mientras el dueño del animal, que al principio se había mostrado agradecido, bailaba alrededor de la hoguera. Debido a los secretos que pronunciaban en voz baja a oídos aguzados e inquietos, estos hombres eran conocidos como "susurradores". "El hombre que susurraba al oído de los caballos" (1995)
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08. Ben se quedó paralizado por la sorpresa. Pero ella no había terminado. De hecho, apenas había empezado. Siguió con su sermón y le dijo que era una víctima de nuestra ridícula y desbarajustada cultura consumista en la que a todo el mundo se le bombardeaba constantemente con perniciosas promesas de felicidad y, lo que todavía era peor, se le decía a cada paso que tenía derecho a ser feliz. Y que si no lo era, podía serlo si se hacía con un coche nuevo o un lavaplatos nuevo o un conjunto nuevo o un nuevo amante. Sally dijo que los mensajes estaban por todas partes, en todas las revistas, en todos los estúpidos programas de televisión, alimentando la avaricia y la envidia, haciendo que la gente se sintiera insatisfecha con lo que tenía, convenciéndola de que podían cambiar las cosas y ser felices, triunfadores y hermosos si conseguían un estupendo nuevo producto o una novia nueva o una nueva cara o un par de tetas de silicona nuevas... "Cuando el abismo separa" (2005)
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09. Finalmente, en respuesta a una serie de preguntas cada vez más íntimas que parecían avergonzarle más a él que a ella, Diane reconoció que hacía un par de meses que no le venía el período, un hecho al que, curiosamente, ella había otorgado poca importancia. El doctor Henderson hizo un extraño sonido gutural, como si se hubiera tragado la espina de un pez, y salió del dormitorio para hablar con la madre. Unos pocos momentos después, el más o menos confortable mundo de la familia Bedford saltó por los aires. Con la ayuda del pequeño diario de piel roja del doctor Henderson, y mientras en la planta baja la madre de Diane llamaba al padre y le comunicaba entre gimoteos la escandalosa noticia, la joven pudo señalar el domingo en el que la moral la había abandonado de un modo tan escandaloso. El doctor Henderson observó que se trataba del mismo domingo en el que Corea del Norte había invadido el Sur, un acontecimiento que, al parecer, podía provocar una tercera guerra mundial y del cual, sin duda, también responsabilizarían a Diane. "El hombre que quería ser valiente" (2010)
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10. Si fuera el primero de nosotros en morir, que el dolor no nuble por mucho tiempo tu cielo. Sé valiente pero discreta en tu pesar. Hay un cambio pero no una partida. Pues, del mismo modo que la muerte es parte de la vida, los muertos viven eternamente en los vivos. Y todos los tesoros reunidos a lo largo de nuestro viaje, los momentos compartidos, los misterios explorados, los sucesivos niveles de intimidad acumulados, las cosas que nos hicieron reír o llorar o cantar, el júbilo de la nieve iluminada por el sol o de los albores de la primavera, el lenguaje sin palabras de la mirada y el tacto, la complicidad, los dos dando y los dos recibiendo, estas no son flores que se marchiten, ni árboles que caigan y se desintegren, ni son de piedra, ya que ni siquiera la piedra puede resistir el viento y la lluvia, y los picos de las montañas más poderosas se reducen a arena con el tiempo. Somos lo que somos. Tenemos lo que tenemos. Un pasado común imperecederamente presente. Así que cuando camines por los bosques que en otro tiempo recorrimos juntos, y busques en vano mi sombra a tu lado en la moteada orilla, o te detengas donde siempre nos deteníamos en lo alto de la colina para contemplar el paisaje, y al divisar algo, busques por hábito mi mano, y al no encontrarla notes que el dolor empieza a adueñarse de ti, quédate quieta. Cierra los ojos. Respira. Escucha mis pasos en tu corazón. No me he ido, sino que simplemente camino dentro de ti. "A través del fuego" (2001)