01. Sé lo que está pensando. Necesita un signo. ¿Qué mejor signo puedo yo darle que hacer de esta niña una persona nueva y sana? Podría hacerlo, pero no lo haré. Porque soy el Señor y no un mago. A esta niña le he regalado algo que ninguno de ustedes posee: la eterna inocencia. Para ustedes puede ser imperfecta, pero para mí está sana y entera, como el capullo que muere sin haberse abierto o el pajarillo que cae del nido y es devorado por los insectos. Ella nunca me ofenderá, como lo hacen ustedes. Nunca pervertirá o destruirá la obra de mi Padre. Ustedes la necesitan, porque ella siempre evocará la bondad que los ayudará a ser cada día más humanos. Y su invalidez provocará en ustedes un sentimiento de gratitud por su propia buena suerte. Más aún. Ella servirá para recordarles diariamente que soy el que soy, que mis caminos no son los de ustedes y que ni la más insignificante partícula de polvo que gira en las tinieblas del espacio cae fuera de mi mano...Yo soy el que los ha elegido a ustedes. No son ustedes los que me han elegido a mí. Les dejo, como signo, a esta niña. Cuídenla como a un tesoro. "Los bufones de Dios" (1981)
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02. Él sabía que otros sacerdotes experimentaban un placer intenso al escuchar el dialecto crudo y sabroso de la conversación de los campesinos. Descubrían perlas de sabiduría y experiencia en la mesa de una finca o bebiendo una copa de vino en la cocina de un obrero. Hablaban con la misma familiaridad con las prostitutas deslenguadas de Trastevere que con los remilgados señores de Parioli. Gustaban lo mismo del humor procaz de la pescadería que de la agudeza del comedor de un cardenal. Además, eran buenos sacerdotes y hacían mucho por su pueblo, con singular satisfacción para ellos mismos. ¿Cuál era la diferencia entre él y ellos? La pasión, según le dijera Marotta. La capacidad de amar y de desear, de sentir el dolor ajeno, de participar en la alegría de los demás. Cristo comió y bebió vino con publicanos y mozas de taberna, pero Monseñor Meredith, su seguidor profesional, había vivido solitario entre los tomos polvorientos de la biblioteca del Palacio de las Congregaciones. Y ahora, en ese último año de su vida, seguía solo, mientras una pequeña muerte gris crecía en su vientre, sin tener un alma en el mundo que le hiciera compañía. "El abogado del diablo" (1959)
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