01. A pesar de ser súbditos del rey más poderoso del orbe y de vivir en el más grande imperio, los españoles pasan hambre y frío, carecían de lo necesario y sufrían de ese embrutecimiento que produce el prolongado infortunio. No era de extrañar, pues, que los más listos y valientes emigraran al nuevo mundo buscando una oportunidad para mejorar su situación y una vida nueva para sus familias. "Venganza en Sevilla" (2010)
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02. Por norma, todas las religiones del mundo discriminan a las mujeres, bien situándolas en un incomprensible segundo plano o bien legitimando que puedan ser maltratadas y vejadas. Es algo realmente lamentable a lo que nadie parece querer encontrar una solución. "El último catón" (2001)
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03. Un día le pregunté a mi padre cuál era la diferencia entre contrabandista, pirata y corsario. Él sonrió. -El pirata viene y roba -me explicó-. El corsario viene y también roba, pero dice tener un permiso escrito de su soberano para hacerlo. El contrabandista viene y mercadea ilícitamente pero, si se tercia, también roba y, entonces, se convierte en pirata o en corsario, si tiene una licencia real. El pirata que puede antes de robar mercadea. Lo mismo hace el corsario. Y el contrabandista, a veces, roba antes para, luego, con lo robado, poder mercadear. ¿Lo has entendido ya? "Tierra firme" (2007)
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04. Las cosas hermosas, las obras de arte, los objetos sagrados, sufren, como nosotros, los efectos imparables del paso del tiempo. Desde el mismo instante en que su autor humano, consciente o no de su armonía con el infinito, les pone punto y final y las entrega al mundo, comienza para ellas una vida que, a lo largo de los siglos las acerca también a la vejez y a la muerte. Sin embargo, ese tiempo que a nosotros nos marchita y nos destruye, a ellas les confiere una nueva forma de belleza que la vejez humana no podría siquiera soñar en alcanzar. "El último catón" (2001)
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05. No, ateo no, me dije mientras encendía la luz de la mesilla y me incorporaba para saltar de la cama. Nadie era ateo, por mucho que presumiera de ello. Todos, de una manera o de otra, creíamos en Dios, al menos eso era lo que me habían enseñado a pensar, y Farag también creería en Él a su manera, dijera lo que dijese. Aunque, a lo peor, esta opinión, tan propia de nosotros los creyentes, no era más que una actitud intolerante y prepotente y, en realidad, sí que había gente que no creía en Dios, por extraño que nos resultase. "El último catón" (2001)