Frases de Manuel Antonio de Almeida

01. Si mis suspiros pudiesen a tus oídos llegar verías que una pasión tiene el poder de matar.

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02. Le creció entonces en el alma un estremecimiento de dignidad: ya era oficial y no quería rebajar su categoría.

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03. Se cuenta que muchas personas de la alta sociedad de entonces iban a veces a comprar ventura y felicidad por el cómodo precio de la práctica de algunas inmoralidades y supersticiones.

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04. Todos saben lo que es el fado, esa danza tan voluptuosa, tan variada que parece hija del más depurado estudio del arte. Una simple guitarra sirve de efecto mejor que ningún otro instrumento.

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05. La poesía de sus costumbres y de sus creencias, de las que mucho se habla, la dejaron en la orilla del océano; acá solo trajeron malos hábitos, viveza y bellaquería, y si no nuestro Leonardo puede decir alguna cosa al respecto.

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06. Hasta entonces indiferente a lo que pasaba en torno suyo, ahora parecía participar de la vida, de todo lo que la rodeaba; pasaba horas enteras contemplando el cielo, como si recién ahora hubiese descubierto que era azul y bello, que el sol lo iluminada de día, que se recamaba de estrellas a la noche.

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07. (...) Pero también no digo sino aquello que sé, o sea, aquello que oigo; los otros pierden su tiempo en ver y oír; yo como no puedo más que oír, empleo en hablar lo que lo demás emplean en ver; hablo y hablo mucho; pero qué quiere si me sobra tiempo para eso; y además, ud. sabe que no es trabajo cansador.

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08. Los alguaciles de hoy no son más que la sombra caricaturesca de los alguaciles del tiempo del rey; esa era gente temible y temida, respetable y respetada; formaban uno de los extremos de la formidable cadena judicial que envolvía a todo Río de Janeiro en la época en que los pleitos eran entre nosotros un elemento de vida; el extremo opuesto lo constituían los desembargadores.

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09. El niño era de por sí travieso y pillastre, y esto, añadido a las condescendencias del padrino, daba como resultado la más malcriada criatura que sea dable imaginar. Hallaba un extraño placer en desobedecer cuanto se le ordenaba; si se le pedía seriedad, se desataba a reír como un poseso, si le exigían quietud, se dijera que una palanca invisible lo impulsaba, hasta convertirlo en una versión bastante aproximada del movimiento perpetuo.

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10. El mayor Vidigal era el rey absoluto, el árbitro supremo de todo lo que se decía respecto a ese ramo de la administración; era el juez que juzgaba y distribuía las penas y, al mismo tiempo, el guardia que daba caza a los criminales; en los procesos de su inmensa jurisdicción no había testimonios, ni pruebas, ni razones, ni proceso; él resumía todo en sí mismo; su justicia era infalible; no había apelación a las sentencias que dictaba, hacía lo que quería y nadie le pedía cuentas. Ejercía, en fin, una especie de inquisición policial. Sin embargo, hagámosle justica, teniendo en cuenta las ideas de aquel tiempo, él en verdad no abusaba mucho de su poder y en ciertos casos lo empleaba muy bien empleado.

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11. Durante los nueve días que precedían al Espíritu Santo, o tal vez desde antes, salía por las calles de la ciudad una comparsa de chiquillos, cuyas edades variaban entre los nueve y los doce años, ataviados a la pastora: zapatos y calzones rosados, medias blancas, faja en la cintura, camisa blanca con lazo en el cuello, y sombrero de paja de anchas alas, forrado algunas veces en seda; todas estas prendas lucían adornos de guirnaldas y flores, y un gran número de cintas de color encarnado. Cada uno de los niños llevaba un instrumento pastoril: pandereta, tamborín o vihuela. Desfilaban formando un cuadrado, en mitad del cual marchaba el llamado Emperador del Divino, acompañados por la música de una banda de barberos. Los rodeaba una turba de cofrades, armados de banderas y estandartes, que pedían limosna mientras cantaban y tocaban.

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Joaquim Machado de Assis

Manuel Antonio de Almeida

Manuel Antonio de Almeida

Escritor, novelista, dramaturgo, profesor, periodista y médico brasileño autor de "Memorias de un sargento de milicias" (1852) y "Dos amores" (1861).

Sobre Manuel Antonio de Almeida

Manuel Antonio de Almeida nació en la ciudad de Río de Janeiro, de padre teniente del ejército Antônio de Almeida y madre ama de casa Josefina Maria de Almeida.

En 1843 su padre falleció y quedó al cuidado de la madre, teniendo apremios económicos durante gran parte de su adolescencia.

Se recibió de médico en 1855, pero nunca ejerció la profesión, inclinándose por el periodismo y las letras.

Manuel Antonio de Almeida comenzó a trabajar como editor del diario "Correo Mercantil", donde redactó el suplemento "Pacotilha".

Se desempeño también como profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Río de Janeiro (Liceu de Artes e Ofícios do Rio de Janeiro).

En 1852 publicó "Memorias de un sargento de milicias" (Memórias de um sargento de milícias), novela donde retrata a las clases media y baja, algo infrecuente para la época, y tiempo después aparece la obra de teatro "Dos amores" (Dois Amores, 1861).

En 1857 fue nombrado Director de Tipografía Nacional de Brasil e inició su carrera política tiempo después, pero murió trágicamente en el naufragio del navío Hermes (1861).

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