01. Tu salvación debías buscarla allí (en el mundo de los parias), en ellos y su universo oscuro, como de instinto y sin aprendizaje de nadie, severamente junto a ellos, habías buscado el amor: desprendiéndote poco a poco de cuanto prestado recibieras; de los privilegios y facilidades con que, desde tu niñez, los tuyos intentaran ganarte. La desnudez, entonces, que riqueza. Su desprecio virtuoso, entonces, qué regalo. El foso abierto entre tú y ellos: tal era el margen, espacioso, de tu libertad.
02. Barcelona es una ciudad acogedora por excelencia (... ). El turista, nombre por cierto bastante odioso porque Barcelona se merece –y tiene– verdaderos visitantes que en ella se recrean, está muchas veces perdido en medio de la ciudad, mirando un mapa sin saber por dónde tirar, a merced de la buena voluntad del barcelonés que podrá orientar sus pasos. ¿No pueden "ellos" exigir, puesto que su interés ha quedado demostrado al venir a vernos en este mes de agosto, que Barcelona sea una ciudad más asequible, más cercana, en definitiva más humana y amiga? Esas señas de identidad que Barcelona necesita deben serlo, sí, pero para todos.
03. El hombre, único ser consciente -o al menos creerlo así- entre la multitud de compatriotas que se figuran libres porque malvendían -y era un progreso- su mísera fuerza de trabajo, feriaban por decreto un día a la semana, procreaban regularmente hijos absurdos, discutían con extraña pasión acerca de la rodilla de un futbolista o el muslo herido de un matador de toros, toros ellos mismos y ni siquiera eso, mansos felices que hablaban con arrogancia de lo permitido y se permitían condenar lo condenado, triste rebaño de bueyes sin cencerro, pasto de aprovechados y de cínicos, pueblo heroico en su día (...) reducido al cabo de veinticinco años - ¿Cómo, dios mío? - a una vana sombra del pasado, a un retintín muerto, cuerpo somnoliento, quizá, que algún día despertaría.
04. Por estas fechas -verano u otoño de 1938- experimenté mis primeras emociones sexuales. Hasta entonces, mi ignorancia del tema era completa; ni siquiera el contacto con animales domésticos me había ilustrado como a otros niños. La vez en que, en una de las masías cercanas al pueblo vi parir a una cabra, di por buena la explicación materna de que había engullido una alpargata y la expulsaba, al punto que, muchos años después, referí la anécdota a mis hermanos sin caer en la cuenta de mis tragaderas ni de la candidez de la engañifa. En la buhardilla, vigilaba asimismo las bruscas acometidas del gallo a las gallinas y, armado de una vara justiciera, perseguía al supuesto culpable de tales afrentas. Esta ingenuidad mía no impedía no obstante que, con José Agustín y una banda de niños, jugáramos a enseñarnos las partes y, con el sexo fuera, bailáramos una especie de conga al grito, para mí incomprensible, de nenas, voleu cardar?