01. Lo verdadero y lo bello solos no nos interesan, porque son bellos y verdaderos en sí mismos; ya no es la paz del corazón y del espíritu lo que buscamos en los libros, sino la confusión de las emociones. Ya no es a un sabio a quien buscamos y deseamos hallar en un autor, sino a un amante y a un amigo, o cuando menos a un actor que se representa a sí mismo y cuyo papel y manera de actuar seducen nuestro gusto más que nuestra razón.
02. Aquél que en todo momento llamara a las cosas por su nombre, sería un hombre franco y podría ser un hombre honesto, pero no un buen escritor; pues, para escribir bien, la palabra apropiada y precisa no basta en realidad. No basta con ser claro y ser entendido; hay que gustar, hay que encantar, hay que seducir y poner ilusiones ante los ojos; con esto quiero decir ilusiones que aclaran y no ilusiones que engañan y alteran los objetos.
03. Nuestros pensamientos son ya una imagen del mundo, ya una producción de nuestro espíritu, ya una consecuencia de nuestra voluntad enardecida. Cuando éstos son una imagen del mundo, pintan la verdad. Si son una simple producción de nuestro espíritu, representan a nuestro y espíritu y pintan algo también. Pero si son la obra o la consecuencia de nuestra voluntad, éstos no pintan nada verdadero ni apto para agradar. Son sólo trazos extravagantes, caprichos de escritor.
04. Existe una especie de hombres a quienes el amor a las artes posee de tal forma que no observan el arte como algo que está hecho para el mundo, sino que observan el mundo, las costumbres, los hombres y la sociedad como cosas que están hechas para el arte, subordinándolo todo, hasta la misma moral, a lo estatuario. Añoran la desnudez, la gimnasia, los atletas, por devoción a las esculturas, por amor a las artes más que a las costumbres, y a las estatuas más que a sus propios hijos.
05. Para que una expresión sea bella, ésta debe decir más de lo necesario, diciendo sin embargo con precisión lo que debe decir. Lo demasiado y lo suficiente deben hallarse reunidos tanto como la abundancia y la economía; lo estrecho y lo vasto, lo poco y lo mucho deben confundirse; el sonido debe ser breve, y el sentido, infinito. Todo cuanto es luminoso posee ese carácter; una lámpara y su mecha aclaran a la vez perfectamente el objeto al que se las aproxima, así como otros veinte más a los que uno no había pensado aproximarlas.