Frases de José Maria Eca de Queirós - Página 2

01. Filosofías, ideas, glorias profanas, generaciones e imperios pasan; son como los suspiros efímeros del esfuerzo humano; sólo ella permanece y permanecerá: la cruz, esperanza de los hombres, fe de los desesperados, amparo de los débiles, refugio de los vencidos, fuerza mayor de la humanidad: crux triumphas adversus demonio, crux oppugnatorum murus...

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02. (...) Como si la oración y el reino de los cielos fuesen una conquista y no aquel ficticio consuelo controlado por los poderosos, para aplacar a quienes nada poseen... Soy un burgués y sé que mi clase ofrece paraísos lejanos y deleites indescriptibles para que los pobres no reparen en las riquezas de que disfrutan y las propiedades que las sustentan.

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03. Castigar es usurpar un derecho divino. La justicia humana que se apodera de los criminales no tiene por fin vengar a la sociedad, pero sí protegerla del contagio y de la infección de la culpa. Todo crimen es una enfermedad. La acción de los tribunales sobre los delincuentes, aunque no siempre cese de hecho cesa de derecho en el momento en que termina la curación.

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04. La vida humilde tiene sus dulzuras: es grato, en una mañana de sol alegre, con la servilleta al cuello, delante de un bistec con patatas, desdoblar el "Diario de las Noticias" durante las tardes de verano, en los bancos gratuitos del paseo, se gozan suavidades de idilio; y es sabroso, de noche, en Martiño, mientras se toma a sorbos el café, oír a los charlatanes injuriar a la patria.

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05. La complicada abundancia de nuestra civilización material, nuestras máquinas, nuestros teléfonos, nuestra luz eléctrica, nos han hecho intolerablemente pedantes: estamos dispuestos a declarar despreciable a cualquier raza, si es que no sabe fabricar pianos Erard; y si en algún lugar hay un pueblo que no posea como nosotros el talento de componer óperas cómicas, lo consideramos ipso-facto abocado para siempre a la esclavitud...

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06. En la lejana China existe un mandarín inmensamente rico. Nada sabes de él, ni de su nombre, ni de su rostro, ni de la seda con que se viste. Para heredar sus inagotables riquezas basta con que toques esa campanilla que está a tu lado sobre un libro. El mandarín tan sólo exhalará un suspiro en los confines de Mongolia. Al momento será un cadáver. Y tú verás a tus pies más oro del que puedes soñar. Tú, que estás leyendo esto y eres hombre mortal, ¿Tocarás la campanilla?

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07. Y allí se había quedado él, con aquella mirada en el corazón, que perturbaba todo su ser, orientando sordamente sus pensamientos, sus deseos, su curiosidad, toda su vida interior, hacia una adorable desconocida de la que no sabía sino que era alta y rubia y que tenía una perrita escocesa... ¡Es lo que sucede con las estrellas fugaces! No son de una esencia diferente ni contienen más luz que las demás, pero al pasar veloces y desvanecerse, el deslumbramiento que originan es mayor y más duradero.

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08. Nuestros ojos humedecidos encontraban a veces un cuadro de satín negro encima del diván, donde figuraban, en caracteres chinos, frases sagradas del libro sagrado de Li-Nun sobre los deberes de la esposa. Pero ninguno de nosotros entendía el chino... Y en el silencio, nuestros besos volvían a comenzar, espaciados, sonando dulcemente y comparables (en la lengua florida de aquellos países) a perlas que caen, una a una, sobre una bandeja de plata... ¡Oh, suaves siestas de los jardines de Pekín! ¿Dónde estáis ahora? ¿Dónde estáis, hojas muertas de los lirios escarlata del Japón?

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09. Mahoma, en sus mezquitas, Cristo, en nuestras capillas, van singularmente envejeciendo; nuestro Mesías se va cubriendo poco a poco del polvo que levanta el fuerte arado de la razón, labrando un mundo nuevo; y el profeta del islam, habiendo perdido la fuerza de su unidad, subdividido en mil profetas menores que presiden mil sectas diferentes, mal puede resistirse al lento avance de la civilización occidental. Y con Cristo y Mahoma, que eran los principios militantes y vivos de sus religiones, desaparece lo que en esas religiones había de vivo y de militante. Queda Dios, queda Allah. Sublimes abstracciones, incapaces de inspirar amor o heroísmo.

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10. De repente me aterró la idea de que tenía frente a mí al Diablo; pero de inmediato toda mi razón se sublevó, resuelta, contra tanta fantasía. Yo nunca había creído en el Diablo, como nunca había creído en Dios. Jamás lo pregoné ni lo publiqué en los periódicos para no enojar a los poderes públicos, que se encargan de mantener el respeto a esos seres; pero no creo que existan esos dos personajes, viejos como la Sustancia, rivales bonachones, que se hacen jugarretas amables, uno de barbas nevadas y túnica azul, con la toilette del antiguo Júpiter, habitante de las alturas luminosas, con una corte más complicada que la de Luis XIV, y el otro, mugroso y astuto, ornado con cuernos, que vive entre llamas subterráneas, en una imitación burguesa del extravagante Plutón. ¡No, no lo creo! Cielo e Infierno son concepciones sociales para uso plebeyo, y yo pertenezco a la clase media.

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Joaquim Machado de Assis

José Maria Eca de Queirós

José Maria Eca de Queirós

Escritor, novelista, ensayista, abogado y diplomático portugués, considerado el mayor novelista portugués del siglo XIX, autor de "El crimen del padre Amaro" (1875), "El primo Basilio" (1878), "El mandarín" (1880), "Los Maia" (1888) y "La ciudad y las sierras" (1901).

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