01. Eres un cobarde, Bandini, un traidor a tu propia alma.
02. ¿Resucitan los muertos? Los libros dicen que no, la noche grita que sí.
03. He deseado a mujeres cuyos solos zapatos valen cuanto he tenido en toda mi vida.
04. Tampoco le importa que el mundo sea, o el universo, o el cielo o el infierno. Pero le gustaban las mujeres.
05. De modo que por fin había sucedido: estaba a punto de convertirme en ladrón, en un afanador de leche de tres al cuarto. En esto se había transformado el genio de genio pasajero, el cuentista de un solo cuento: en ladrón.
06. Hablamos, ella y yo. Me preguntó por mi trabajo, aunque todo era fingimiento, no le interesaba mi trabajo. Y cuando le respondí, fingí a mi vez. Tampoco a mí me interesaba mi trabajo. Sólo una cosa nos interesaba a los dos, y ella lo sabía, porque mi aparición lo había dejado muy claro.
07. Yo no cabía en mí de satisfacción, presa de una alegría extraña. Me sentía relajado. El mundo estaba lleno de gente la mar de divertida. El barman delgado echó una mirada en mi dirección y le hice un guiño de complicidad amistosa. Cabeceó con ademán de comprensión. Lancé un suspiro y me retrepé en la silla, reconciliado con la existencia.
08. Subí a mi habitación por los polvorientos peldaños de Bunker Hill y pasé ante los edificios forrados de hollín que jalonaban aquella calle en sombras; la arena, el aceite y la grasa asfixiaban las palmeras inútiles que se erguían cual prisioneros moribundos, encadenados a un mínimo pedazo de tierra y con los pies ocultos por el asfalto negro.
09. Toda la noche nos la pasamos llorando y bebiendo, y pude decirte borracho las cosas que me bullían del corazón, palabras impresionantes, símiles ingeniosos, porque llorabas por otro tipo y no oías nada de lo que te decía, pero yo me oía a mí mismo, y Arturo Bandini estuvo genial aquella noche, porque hablaba con su amor de verdad, que no eras tú ni Vera Rivken tampoco, sino sólo su verdadero amor.
10. ¿Cómo se llama usted? - le pregunté. -Soy la señora Hargraves -me dijo sin el menor entusiasmo-. ¿Por qué? Como le estaba haciendo un favor, no tenía tiempo de responder a ninguna pregunta, así que escribí en la parte superior de la página donde comenzaba el relato: "Para una dama de encanto inefable, de maravillosos ojos azules y sonrisa generosa, del autor, Arturo Bandini". La verdad es que tenía una sonrisa que le destrozaba la cara, ya que le acentuaba el mapa de arrugas que le agrietaba la piel reseca de la boca y las mejillas.
11. Tenemos el mar por un lado, a Arturo Bandini por el otro, el mar es auténtico y Arturo cree que es auténtico. Pero si me pongo de espaldas al mar, sólo veo tierra; camino sin parar y el horizonte de la tierra se dilata hasta el infinito. Un año, cinco años, diez años, y sigo sin ver el mar. Y me digo: pero ¿Qué le ha ocurrido al mar? Y me respondo: el mar está más allá, en la reserva de la memoria. El mar es un mito. Nunca ha existido el mar. Y sin embargo sí ha existido. Puedo afirmarlo porque nací a las orillas del mar. ¡Me he bañado en el agua del mar!
12. Guerra en Europa, un discurso de Hitler, jaleo en Polonia, tales eran los temas de actualidad. ¡Paparruchas! ¡Partidarios de la guerra, carcamales que pueblan el vestíbulo de la pensión Alta Loma, he aquí la verdadera noticia, hela aquí: un papelito con las firmas, endosos y refrendos correspondientes, un sencillo papel, mi libro! A la mierda el Hitler ese, esto es más importante que Hitler, se trata de mi libro. No zarandeará el mundo, no matará ni a una mosca, no disparará ningún fusil, pero lo recordaran hasta el día en que se mueran, estarán en la cama, a punto de dar el último suspiro y sonreirán al recordar el libro.