01. ¿Puede un lugar habitarse para siempre? Los cuerpos en la tierra, los cuerpos bajo el sol. El aire que los envuelve. El dolor, que es el mismo para todos. ¿Acaso no estamos hermanados por él? Me viene a la memoria algo que presencié de niña. Una hija le canta a su madre anciana una vieja canción de arrabal. La mujer intenta acoplarse a la letra, acompañar a su hija, pero la cara se le arruga. Esa música, tantas veces cantada en los portales de la ciudad tomada, vuelve ahora, tantos años después, a sus oídos y no puede evitar las lágrimas. Las herramientas nos unen a la tierra, las melodías se nos graban en el rincón más oculto de la mente y del corazón. Anidan en las profundidades, como el recuerdo de los olores. Alguna vez a lo largo de la vida, quizá ya mayores, rebuscando en la despensa, un aroma regresa a nosotros y entonces reverdecen los recuerdos de aquel tiempo primitivo. La melodía que hace llorar a la anciana. El dolor que nos une. Quien ha perdido a un hijo los ha perdido a todos. "La tierra que pisamos" (2016)
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02. Un día me encontré con una profesora de Filosofía que me preguntó a qué me dedicaba. Le dije que a la publicidad, y ella me respondió que era una manera bonita de difundir belleza. Entonces empecé a verlo desde otro punto de vista. No me quito mi responsabilidad, yo también he formado parte del engranaje y vendía cosas que jamás habría comprado, pero también aprendí que nosotros no obligamos a nadie a comprar. No creo en este discurso de "somos víctimas de la publicidad, somos víctimas de la prensa, somos víctimas del sistema, de la política", etcétera. A nadie se le ha obligado a coger una hipoteca, a nadie se le ha obligado a comprarse un coche. La gente lo hace porque quiere o porque no pone los filtros suficientes a aquellos estímulos que le vienen y le dicen: "Compra esto".
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03. Siento que este desasosiego es, quizá, el mismo al que Iosif se refería paternalmente como "nervios". "Cosas de mujeres", me decía, y seguía con su periódico. Cosas de mujeres, me repito yo ahora. Me pregunto, más bien. Al principio yo misma lo asumía con naturalidad. Una sensibilidad que, sin previo aviso, nos quiebra y vuelve nuestra naturaleza incompatible con el orden. Una especie de enfermedad cuyos síntomas nos hacen repentinamente vulnerables. Locuras transitorias, encierros, aguas termales, sangrías, yodos, sahumerios. Luego, quizá a medida que Iosif fue mermando y que su voz ya no tronaba, fui rebelándome contra esa idea. No eran nervios sino exposición, y hasta entrega, a una dimensión de la realidad más profunda y dolorosa de la que haya conocido en ningún hombre. Ahora, al final, quizá tenga que darle la razón a Iosif y admitir que esta duda que me colapsa sea cosa de mujeres. Él, desde luego, habría echado al intruso a golpes el primer día. Puede, incluso, que le hubiera disparado y luego hubiera esperado a la patrulla tomándose un jerez. Iosif no habría llegado a tener mis dudas porque, como buen soldado, habría aplastado al enemigo mucho antes de que éste hubiera podido reunir al ejército de inocentes que ahora carga contra mí. "La tierra que pisamos" (2016)
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