01. Cuanto más aprendía, más quería aprender. Su capacidad de entusiasmo parecía prácticamente ilimitada, como ilimitada parecía también su facultad de absorción. Le bastaba con leer una vez una cosa para que le quedara grabada definitivamente en la memoria, y, con la misma rapidez, la misma voracidad y la misma inteligencia, se tragaba tratados de gramática griega, historias de Polonia, poemas épicos en veinticinco cantos, manuales de esgrima o de horticultura, novelas populares y diccionarios enciclopédicos, y hasta, todo hay que decirlo, con una decidida predilección por estos últimos. "La vida instrucciones de uso" (1978)
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02. (...) No me asombra tanto el nombre mismo, sino el hecho de que vaya seguido por una pequeña R rodeada por un círculo para indicar que el fabricante se reserva los derechos exclusivos de esta denominación. El objeto de moda, en este caso importa poco. Lo que cuenta es el nombre, el sello, la firma. Puede decirse que si el objeto no tuviera nombre ni firma, no existiría. No es otra cosa que su signo. Pero los signos se agotan de prisa, más de prisa que los encendedores y los relojes. Por eso las modas cambian. Se trata, según dicen, de una dulce tiranía. Pero no estoy tan seguro de ello. "Pensar/Clasificar" (1985)
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03. Vienen casi cada vez. Los conoces bien. Te sientes casi tranquilizado. Si están ellos, entonces el sueño ya no está muy lejos. Van a hacerte sufrir un poco, y después se cansarán y te dejarán en paz. Te hacen daño, por supuesto, pero sientes frente a tu dolor, al igual que frente a todas las sensaciones que percibes, todos los pensamientos que te pasan por la mente, y todas las impresiones que experimentas, un desapego total. Ves sin asombro cómo te asombras, sin sorpresa cómo te sorprendes, sin dolor cómo eres atacado por los verdugos. Esperas a que se calmen. Les dejas sin resistirte los órganos que quieran. Ves desde lejos cómo se disputan tu vientre, tu nariz, tu garganta, tus pies. "Un hombre que duerme" (1967)
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04. Se entusiasmaban con proyectos de vacaciones, de viajes, de apartamento, y luego los destruían rabiosamente: les parecía que su vida más real se revelaba en su verdadero aspecto como algo inconsistente, inexistente. Entonces se callaban, y su silencio estaba lleno de rencor; odiaban a la vida y, en ocasiones, tenían la debilidad de odiarse mutuamente; pensaban en sus estudios frustrados, en sus vacaciones sin alicientes, en su vida mediocre, en su apartamento abarrotado, en sus sueños imposibles. Se miraban, y se encontraban feos, mal vestidos, sin soltura, malhumorados. A su lado, por la calle, los automóviles se deslizaban lentamente. En las plazas, los anuncios luminosos se encendían y se apagaban. En las terrazas de los cafés, las gentes parecían peces satisfechos. Odiaban al mundo. Regresaban a su casa, a pie, cansados. Se acostaban sin decirse una palabra. "Las cosas: Una historia de los años sesenta" (1965)
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05. Sólo te fascina a veces un insecto, una piedra, una hoja caída, un árbol: a veces te quedas durante horas mirando un árbol, describiéndolo, disecándolo: las raíces, el tronco, el ramaje, las hojas, cada hoja, cada nervadura, cada rama desde el principio, y el juego infinito de las diferentes formas que tu mirada ávida solicita o suscita: cara, cabalgata, dédalos o senderos, ciudades y blasones. A medida que tu percepción se afina, se hace más paciente y más ágil, el árbol explota y renace, mil matices de verde, mil hojas idénticas y sin embargo distintas. Te parece que podrías pasarte la vida frente a un árbol, sin agotarlo, sin comprenderlo, solamente mirando: lo único que puedes decir de este árbol, después de todo, es que es un árbol; raíz, tronco, ramas y hojas. No puedes esperar de él ninguna otra verdad. El árbol no tiene una moral que proponerte, no tiene un mensaje que transmitirte. "Un hombre que duerme" (1967)
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06. Soñaban con abandonar su trabajo, dejarlo todo, irse a la aventura. Soñaban con partir de cero, volver a empezarlo todo sobre bases nuevas. Soñaban con rupturas y adioses. "Las cosas: Una historia de los años sesenta" (1965)
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07. Claro que les hubiera gustado, como a todo el mundo, entregarse a algo, sentir una necesidad poderosa que hubieran llamado vocación, una ambición que los hubiera arrastrado, una pasión que los hubiera colmado. Por desgracia, sólo conocían una: la de vivir mejor, y los agotaba. "Las cosas: Una historia de los años sesenta" (1965)
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08. Su vida en París se estancaba. No avanzaban ya. Y a veces se imaginaban -superándose sin cesar uno a otro con aquel lujo de detalles falsos que marcaba cada uno de sus sueños- como pequeñoburgueses de cuarenta años, él, animador de una red de ventas a domicilio, (...) , ella, buena ama de casa, y su pisito limpio, su cochecito, la pensioncita donde pasarían todas sus vacaciones, el televisor. "Las cosas: Una historia de los años sesenta" (1965)
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09. Eran "hombres nuevos", jóvenes ejecutivos a quienes no habían salido aún todos los dientes, tecnócratas a medio camino del éxito. Procedían, casi todos, de la pequeña burguesía, y sus valores, pensaban, no les bastaban ya: miraban con anhelo, con desesperación, el confort evidente, el lujo, la perfección de los grandes burgueses. "Las cosas: Una historia de los años sesenta" (1965)
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10. (...) Tendrían que haberles pertenecido desde siempre, y ellos habrían multiplicado los signos de su posesión. Pero estaban condenados a conquistarlos: podían hacerse cada vez más ricos; Lo que no podían era haberlo sido siempre. Les hubiera gustado vivir en medio del confort, de la belleza. "Las cosas: Una historia de los años sesenta" (1965)
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11. Es cierto que había aún, en la imagen algo estática que tenían de la casa modelo, del confort perfecto, de la vida feliz, mucha ingenuidad, mucha complacencia: les gustaban con intensidad aquellos objetos que sólo el gusto del día pretendía bellos. "Las cosas: Una historia de los años sesenta" (1965)
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12. En el mundo en que vivían, era casi de rigor desear siempre más de lo que se podía adquirir. "Las cosas: Una historia de los años sesenta" (1965)
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