Frases de Fred Wander - Página 2

01. Era un domingo lluvioso. Retazos de nubes cruzaban veloces el cielo. Los centinelas recibían a sus chicas que habían ido a verlos, bromeaban, reían, conversaban complacidos. Nosotros conocíamos a los centinelas, hombres jóvenes, imberbes, con los rostros colorados, rebosantes de fuerza. Alemanes hijos de campesinos, hijos de empleados de correos, del ferrocarril y de lampistas. Habían asesinado. Cada uno de ellos había asesinado. Y no lo sabían, pues les habían dicho que no éramos seres humanos. Habían asesinado a culatazos, a disparos, con barras de hierro o palas o con sus propias manos. Y ahí estaban como si nada, flirteando con las muchachas del pueblo. Y Mendel veía todo eso y los miraba con sus tristes ojos exploradores, intentaba comprender, lo intentaba; para cada golpe, para cada humillación, y para la risa en vista de nuestros tormentos, y para los chistes verdes en vista de nuestra muerte, Mendel intentaba hallar una fórmula, una palabra de redención.

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02. ¿De qué vive el ser humano? Mientras arrastra madera y revienta piojos con las uñas, su alma humillada se recoge en profundos espacios desconocidos. Observa a los compañeros de prisión como un hombre que se ha caído bajo una manada de lobos y está esperando que lo descubran y lo descuarticen. Pero escucha hacia dentro, se asombra del patético rostro de un muerto, se asombra de un cristal de hielo, respira llenándose la nariz del perfume de los bosques puros y busca, busca las desaparecidas huellas de belleza en su vida, busca de pronto a un compañero que pueda escuchar, y cuando lo encuentra se extasía de pasado, despliega un cuadro ante el otro. Porque tiene que sacarlo a gritos: ¡Soy un ser humano! ¡A mí me respetaban! , le gustaría exclamar. Me amaban, tenía un hogar, una mujer e hijos, tenía amigos. Hice el bien y no exigí ningún agradecimiento a cambio. He visto cosas hermosas, conozco el olor de las ciudades antiguas. Podía haber hecho todo y haber alcanzado todo, si no lo hice, si no lo alcancé, fue sólo porque no sabía, no tenía idea...Quisiera exclamar todo eso, brillar, lucirse, encandilarse sin cesar. No puede, le faltan las palabras, le falta el arte. Pero de eso vive el ser humano, de no haber agotado el sueño de su bella vida perdida, de la libertad y de la pureza del corazón.

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03. (...) Por los altavoces había llegado la orden de permanecer en los barracones. Por encima de los techos de los barracones silbaban balas. Formaciones armadas de los prisioneros pasaban marchando. Por la tarde escuchamos gritos fuertes en la amplia ladera desarbolada que se extendía fuera del campo. Algunos temerarios cruzaban corriendo la huerta montaña arriba y saludaban agitando pañuelos blancos. Por la carretera regional, mucho más abajo, en el valle, rodaban los tanques estadounidenses. Rodaban, se detenían y había disparos todo el tiempo. De modo que había llegado la hora de la liberación. (Aún no lo creíamos, ¡Habrían de pasar días hasta que creyésemos realmente en nuestra salvación!) Los niños no entendían nada. Los tres o cuatro adultos que, como yo, habían hallado asilo en el barracón de los niños, estaban demasiado débiles y se mostraban muy escépticos. Que para nosotros la guerra hubiese terminado, que los nazis estuviesen derrotados, las SS se hubiesen dado a la fuga o hubiesen sido capturadas por los políticos y que nosotros fuéramos libres, eso no lo podía creer nadie a esa hora. Sin ninguna conmiseración, los niños escuchaban el tiroteo, el rodar de los tanques, las llamadas y las órdenes de las formaciones surgidas de debajo del suelo, las palabras excitadas de algunos pocos, que corrían de barracón en barracón llevando nuevas de victoria. Los niños habían escuchado mucho y no habían creído nada. Su realidad era el campo.

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Fred Wander


Escritor, novelista, dramaturgo, fotógrafo y periodista austríaco, sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau y autor de "Bandidos" (1963), "Nicole" (1971), "El séptimo pozo" (1972) y "La buena vida" (1996).

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