01. La violencia nunca cesa, solo se desplaza.
02. Voy haciendo camino, voy ligero de equipaje.
03. ¡El hombre habita en sí mismo, y en ninguna otra parte!
04. No sabemos nada realmente del amor, si no queremos a los animales.
05. El corazón de un sobreviviente es como una campana de cristal con una pequeña grieta: ya no resuena.
06. Pertenezco al género de los escritores artesanos, aquellos que no sufren con el trabajo, como se quejan algunos, pero que realizan su quehacer con ahínco, bulto a bulto.
07. La maldición que nos ha caído es como el agua del séptimo pozo. ¿Cómo decía el gran Rabí León de Praga? Pero el séptimo pozo va a limpiar lo que has acumulado, los candelabros de oro, la casa y tus hijos. Te vas a quedar desnudo como si acabases de llegar del regazo de la madre. Y el agua límpida del séptimo pozo te va a purificar, y te vas a volver transparente, y el pozo va a seguir preparado para las futuras generaciones, para que salgan de la oscuridad, los ojos limpios y claros, el corazón leve.
08. Pues bien, decía De Groot, me vas a reprochar que hayamos sido ciegos. Cómo no, te voy a decir, tienes razón. Sí, en verdad no teníamos idea de lo que estaba pasando en el mundo, no hacíamos caso a las advertencias de nuestros amigos, empacad vuestros bártulos, nos aconsejaban, embarcaos para América. No creíamos aquellas atroces noticias de Alemania, teníamos admiración y respeto por los alemanes. Como siempre, consideramos que todo eran exageraciones y habladurías de estafadores. Éramos felices. Quizá no queríamos ver ni oír nada.
09. Un día llaman a Mariana. Pechmann la retiene. Espera, le dice, no vayas, no te presentes, no podrán encontrarte entre las masas. Hablaré con los funcionarios, conseguiré que te dejen libre, voy a obtener un aplazamiento, conozco a gente influyente aquí. Huiremos juntos, nos iremos a las montañas... Ella le pone la mano en la boca y sonríe dolorosamente. No, dice ella, déjame, tengo que ir. Él sabe por qué. Ella se lo ha dicho cien veces: su madre, su padre y tres hermanos están allí. Se va. Y a partir de ese día, Pechmann ya no se rebela. Una semana más tarde, cuando dicen su apellido, cruza en silencio la entrada del silo veinte.
10. De modo que llega el pan, los seis hombres se acurrucan en un rincón y empiezan con el sagrado procedimiento de la repartición. Para ello hay diferentes recetas. Se puede por ejemplo sortear. El molde de pan se corta rápidamente en seis rebanadas y los trozos de diferente tamaño se sortean con pedacitos de papel o con números. Todos tienen las mismas posibilidades, nadie se puede quejar. Al que le ha tocado en suerte el trozo grande, se esfuerza en ocultar su alegría para no hacer sentir mal a los camaradas, lo toma rápidamente y desaparece de preferencia bajo la manta. El que recibe el trozo más pequeño también se echa en la cama, sólo el sueño puede consolarlo. Cuando te despiertas, te azotan el hambre, el frío y todas las plagas bíblicas de una larga jornada.
11. En uno de esos días perdimos a Jossl. Un par de semanas atrás habíamos tenido ingresos: cuarenta chiquillos judíos húngaros de cinco a quince años y entre ellos un solo niño polaco. Jossl. Y entre nosotros a su hermano de Sosnowiec. Por más que protegíamos a los niños, se nos morían entre las manos. Ya en los primeros días tras su llegada murieron algunos, a santo de qué habían ido a parar ahí. Y cuando Jossl se desmayó trabajando en la maderería y los centinelas lo cubrieron de nieve con la pala, por divertirse, y el montón de nieve se movía y una mano diminuta se asomaba y ellos seguían echándole nieve y reían y fumaban cigarrillos, y cuando por la noche lo llevamos al campo, Jossl todavía no había muerto. Se había congelado y estaba rígido y por la noche en el barracón tenía el rostro blanco como el mármol.
+ Frases de Campo de concentración
12. Y nosotros seguimos andando, y Mendel calla. Entonces se detiene delante de la plaza de formaciones, levanta los brazos como implorando y respira profundamente y vuelve a bajar los brazos. El hedor es de la fábrica de fibra de viscosa. Delante de las montañas de Silesia, oculta bajo el color lila, la fábrica de fibra de viscosa sobresale negra con sus naves y chimeneas. Acurrucada en la falda de la montaña, sopla al cielo su humo amarillo, su aliento venenoso, hechizante, que apesta a dulzón. En el interior de sus naves, allí donde más apesta, trabajan las brigadas especiales, los elegidos, los ricos, los privilegiados del campo: ¡Adentro hace calor! Y nosotros los parias trabajamos fuera, en la maderería, donde nos congelamos y nos caen los troncos de los árboles y nos aplastan. Por eso la pestilencia de las naves nos parece un perfume delicioso. El perfume de la clase alta.