01. Al margen del placer físico y muy real que me procuraba el amor, experimentaba una especie de placer intelectual pensando en él. Las palabras "hacer el amor" poseen una seducción propia, muy verbal, abstrayéndolas de su sentido. El término "hacer", material y positivo, unido a esa abstracción poética de la palabra "amor", me fascinaba. Había hablado de ello antes sin el menor pudor, sin el menor apuro, pero también sin percibir su encanto. "Buenos días, tristeza" (1954)
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02. Me acariciaba el pelo y la nuca, cariñosamente. Yo no me movía. Tenía la misma sensación que cuando la arena se me escurría a los pies al retirarse una ola. Me invadía un deseo de derrota, de dulzura, y jamás otro sentimiento, ni la ira ni el deseo, se habían apoderado de mí con tal fuerza. Renunciar a la comedia, confiarle mi vida, ponerme en sus manos hasta el fin de mis días. Nunca había sentido una debilidad tan violenta y total. Cerré los ojos. Me dio la impresión de que mi corazón había dejado de latir. "Buenos días, tristeza" (1954)
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03. Corrí hacia el mar, y me zambullí gimiendo sobre las vacaciones que hubiéramos podido tener, que no tendríamos. Teníamos todos los elementos de un drama: un seductor, una mujer galante y una mujer juiciosa. Divisé en el fondo del mar una preciosa concha, una piedra rosada y azul. Hundí el brazo para cogerla, la conservé, suavecita y pulida, en la mano hasta la hora de comer. Decidí que era un talismán, que no me separaría de ella en todo el verano. No sé por qué no la he perdido, yo, que lo pierdo todo. Hoy la tengo en la mano, rosada y tibia, y me entran ganas de llorar. "Buenos días, tristeza" (1954)
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04. Me sorprende la nitidez de mis recuerdos a partir de aquel momento. Adquirí una conciencia más atenta de los demás, de mí misma. La espontaneidad y un egoísmo fácil habían sido siempre para mí un lujo natural. Me habían acompañado siempre. Y de repente aquellos pocos días me alteraron lo bastante como para obligarme a meditar, a poner atención en mi vivir. Sufría todos los horrores de la introspección sin, por ello, reconciliarme conmigo misma. "Ese sentimiento hacia Anne", pensaba, "es estúpido y miserable, y el deseo de apartarla de mi padre, feroz. " Pero ¿Por qué juzgarme así? Siendo sencillamente yo, no era libre de calibrar lo que ocurría. Por primera vez en mi vida ese "yo" parecía dividirse y el descubrimiento de semejante dualidad me sorprendía enormemente. Encontraba disculpas, me las murmuraba a mí misma, juzgándome sincera, y bruscamente surgía otro "yo" que tachaba de falsos mis propios argumentos, gritando que me engañaba a mí misma, por más que pareciesen de lo más verosímil. Pero, en realidad, ¿No era esa otra quien me engañaba? ¿No era esa lucidez el peor de los errores? "Buenos días, tristeza" (1954)
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