Frases de Francisco Tario - Página 3

01. El tiempo nunca concluye y todas las cosas ruedan. Ruedan los soles, las olas, las cabezas, las vidas. Ruedan las ruedas y nunca se cansan de rodar. Ruedan los cubos, saltando sobre sus aristas; ruedan los órganos viriles sobre los vientres de la mujer; ruedan en las llanuras enormes las ruedas del ferrocarril diabólico, saltando sobre los abismos hambrientos; rueda la luz en la atmósfera, las tinieblas en la luz; rueda la serpiente en la vertiente, el feto en la matriz, el puñal en la mano homicida, la crin en el aire azuloso; rueda la muerte dentro del corazón humano. El tiempo nunca concluye. Nunca el péndulo deja de sonar.

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02. Es preciso que los hombres sepan que los féretros tenemos una vida interna sumamente intensa, y que en nuestros escasos ratos de buen humor bromeamos o nos chanceamos unos con otros. Ante todo, tenemos nombre: unos, masculinos y, otros, femeninos, naturalmente, de acuerdo con nuestro sexo. Mientras permanecemos en el almacén somos célibes. Sin embargo, estamos fatalmente destinados al matrimonio; es decir, a lo que en el mundo común y corriente se designa con otro nombre estúpido: el entierro. Semejante acontecimiento es el más importante de nuestra vida, y de ahí que meditemos tan a menudo acerca del cónyuge que nos deparará la suerte.

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03. Las mujeres van y vienen dulcemente por la calle. Son como mariposas inquietas; y yo quisiera ser flor. Son como flores selváticas; y yo quisiera ser mariposa. Quisiera ser lo que ellas no son, para hacerlas venir a mi lado. Quisiera ser esa muselina ligera que ciñe sus cinturitas tan débiles; esos collares extraños que aprisionan sus gargantas; esos zapatitos tan voluptuosos que me hacen desfallecer de pasión, y sobre los cuales caminan tan nerviosamente. Unas me miran al pasar. Otras, no. Y esto último me entristece de tal forma, que me entran deseos de irme a bañar una vez más, de limpiarme los zapatos. En fin, que es muy duro mi destino.

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04. De día, como un meteoro, he surcado los mares, arrullando a los hombres. De noche, como un palacio iluminado, he velado su sueño. He transportado de extremo a extremo del planeta las mercancías más exóticas: del trópico, vainilla, azúcar y piedras preciosas; de los climas templados, aceite, nueces y vinos; de las crestas heladas, maderas sólidas y pieles. Conozco el uranio, la seda, la morfina y la dinamita; el champagne, el plomo y el éter. He tenido entre mis brazos a hombres de todas las razas; he escuchado lenguas de todas las latitudes. He sido testigo de los ritos más paganos, de los más obscuros raptos. Innúmeras veces llevé conmigo al amor, a la muerte y a la esperanza.

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05. No hay en el mundo mañanas más bellas que es tas mañanas de México. Todo lo azul, y lo verde, y lo alegre, y lo diáfano, y lo espléndido de la vida libre y sana se nos mete dentro. Diríase que respiramos en una gran selva, dorada por la luz del sol, pero cargada aún de nocturnos efluvios; que a través de nuestras venas se despeña un agua fresca y tumultuosa; que el viento que nos da en la frente trae por igual la resina de los montes y el salitre de las playas; que nuestra vista se aguza para ver más lejos que nadie, y que aquello que vemos, todo, todo, tiene un ritmo, una concordia, una vibración y un silencio incomparables. Un solo impulso nos domina: vivir, vivir apresurada y libre mente, sin renuncias; no morir nunca para despertar al otro día y reanudar el placer interrumpido -que sólo podría aborrecerse la muerte por privarnos de esta luz; y de este juvenil ardor de la tierra; y de esta lluvia de colores.

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06. Me encerraré entre los murallones de una fortaleza que levantaré con mis propias manos en el corazón de la montaña. Me serviré por mí mismo. Ni un criado, ni un amigo, ni un simple visitante, ¡Nadie! Sembraré y cultivaré aquello que haya de comer y haré venir hasta mis dominios el agua que haya de beber, Ni un festín, ni una tertulia, ni un paréntesis, ¡Nada! Y escribiré libros. Libros que paralizarán de terror a los hombres que tanto me odian; que les menguarán el apetito; que les espantarán el sueño; que trastornarán sus facultades y les emponzoñarán la sangre. Libros que expondrán con precisión inigualable lo grotesco de la muerte, lo execrable de la enfermedad, lo risible de la religión, lo mugroso de la familia y lo nauseabundo del amor, de la piedad, del patriotismo y de cualquiera otra fe o mito. Libros, en fin, que estrangulen las conciencias, que aniquilen la salud, que sepulten los principios y trituren las virtudes.

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Francisco Tario

Francisco Tario

Escritor, novelista y dramaturgo mexicano considerado uno de los grandes escritores mexicanos del siglo XX y autor de "Aquí abajo" (1943) y "La noche" (1943).

Sobre Francisco Tario

Francisco Tario nació en la Ciudad de México y fue en su juventud arquero de fútbol profesional y copropietario de una sala cinematográfica.

Debido a su carácter huraño y asocial y la rareza de sus escritos, permaneció en la sombra durante décadas, pero su brillante obra hizo que se lo revalorizara.

En 1943 publicó el libro "La noche", confeccionado de cuentos singulares, extravagantes, escalofriantes, surrealistas algunos y espeluznantes otros, que lo convirtieron en uno de los mejores libros de cuentos.

Además, escribió entre otros, los libros de cuentos "Tapioca Inn: mansión para fantasmas" (1952) y "Una violeta de más" (1968), las novelas "Aquí abajo" (1943) y "Jardín secreto" (1993) y la obra de teatro "El caballo asesinado" (1988).

La obra de Francisco Tario se caracteriza por su manera directa de elegir como objeto estético lo abyecto, la locura, lo marginal y por la forma en que trata lo absurdo de la condición humana.

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